sábado. 20.04.2024

Al llegar al conocido hotel Crowne Plaza de Sheikh Zayed Road, nos acercamos hasta la recepción para preguntar por el restaurante Oscar’s Vine Society. Nos dijeron que se encontraba en el cuarto piso. Una vez allí, comenzó la aventura culinaria. 

Cuando el ascensor abrió sus puertas, nos trasladamos directamente de la atmósfera de la gran ciudad a una acogedora casa de madera en lo alto de la montaña. Daba la sensación de estar en un bar antiguo o tradicional de Europa o América del Norte.  

Y la sensación era cierta. Primero nos dio una calurosa y profesional bienvenida Soraj, quien dijo que sería nuestro asistente durante nuestro paso por el restaurante Oscar’s Vine Society y nos aseguró una comida muy especial. ¡Y vaya si lo fue!

Tras acomodarnos en la mesa, se nos ofreció una selección de vino rojo, blanco, rosado y espumoso. Luego pasamos a la comida. Para introducir el menú se acercó a nuestra mesa el chef Walead, quien nos guió a través del elegante buffet.

Comenzamos con un vino rojo y otro blanco. Y acompañando el vino vinieron los entrantes. A mí, personalmente, me gusta empezar con algunas recetas árabes, por ejemplo el mottabal, que era fabuloso. Después seguí con el hummus, rollos de primavera vietnamitas y marisco con pepino. Nunca probé algo mejor. 

Mientras disfrutábamos de los entrantes y el buen vino, una banda de música comenzó a tocar en vivo. Realmente nos encontrábamos en otro mundo, lejos de Emiratos Árabes. La comida realmente recordaba a la cocina tradicional francesa.

Tras los entrantes pasamos al buffet. La selección de quesos incluía: Comte, Ardechois, Morbier Bichonne, Brillat Savarin, Bleu des Crusses, Raclette, Brie de Meaus y Long Blanc.

Los embutidos, de pollo y de cerdo, contaban con jamón de Saboya, cerdo curado de Ronda, chorizo y panceta.

Luego vinieron los platos calientes. Una vez más nos quedamos boquiabiertos. Patatas con cebolla, jamón de pavo y queso cocinados y presentados en una cazuela caliente; la francesa Croque Madam; albóndigas de pollo con calabaza y, para finalizar, una torta de gambas. 

Cuando nuestra visita se acercaba al final, tuve una sensación agridulce. Primero tristeza porque todo terminaba. Pero también felicidad. Volvería pronto a visitar ese magnífico restaurante, donde mi alma había encontrado cariño y tranquilidad gracias a su cocina.

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