martes. 19.03.2024

La diplomacia, una profesión de riesgo

"La diplomacia y quienes desarrollan su actividad son objeto de diversos riesgos implícitos por ser personas que no son importantes en sí mismas, sino por la representación oficial de sus países"

Nota preliminar: Este artículo firmado con los apellidos de pila del autor, fue publicado en la edición No. 20 de la Revista ORBIS, de la Asociación Diplomática y Consular de Colombia. Se reproduce ante el lamentable atentado que le costó la vida recientemente al embajador ruso Andreí Karlóv (1954 – 2016) en Ankara, Turquía. Karlov -que aparece en la imagen que ilustra el texto- era diplomático de carrera, educado en el Instituto Estatal de Relaciones Internacionales de Moscú y en la Academia Diplomática de su país. Había prestado servicios en las dos Coreas y se desempeñaba en Turquía desde 2013. Paz en su tumba, como en la de los demás diplomáticos caídos en la línea del deber.

La diplomacia suele ser reconocida por el público en general como una labor muy fácil de sobrellevar; como una actividad que se desenvuelve en buena parte en agendas sociales con almuerzos, fiestas, cocteles, es decir, algo que resulta ser una especie de vacaciones pagas con el erario de los Estados.

Si bien la actividad social es muy importante en el desempeño diplomático, es ante todo un trabajo que suele desarrollarse en horas extraordinarias. Luego de ocho o más horas de labor en su oficina, el diplomático debe, muchas veces independiente de su estado de salud o de ánimo, prepararse para esa otra faceta de su labor; en ocasiones siguiendo instrucciones de su cancillería para lograr objetivos que en diferentes circunstancias o ámbitos serían más complicados de alcanzar.

Pero la diplomacia no se desarrolla solo en un ambiente amable de copas de cristal, música de cámara y platos exquisitos. La diplomacia y quienes desarrollan su actividad son objeto de diversos riesgos implícitos por ser personas que no son importantes en sí mismas, sino por la representación oficial de sus países.

Sin entrar en detalles, basta revisar o repasar las noticias luctuosas en las cuales se involucran a diplomáticos en el mundo entero, con atentados de todo tipo, embajadas atacadas u ocupadas, secuestros legendarios en misiones diplomáticas, raptos extorsivos o con fines políticos. Sin dejar de mencionar que los conflictos políticos o bélicos entre los Estados dejan a los diplomáticos en situaciones de riesgo ante las mismas fuerzas de seguridad de los países receptores, o cuando se producen golpes de Estado y hechos de fuerza.

El odio de nacionales de un país hacia otro, así como el extremismo de origen religioso e ideológico es fácilmente orientado a la persona del representante diplomático, quien puede ser víctima de agresiones físicas o verbales. En otras ocasiones, el diplomático es blanco de protestas organizadas o espontáneas causadas por un sinnúmero de razones, la mayoría de las cuales son ajenas a su voluntad o determinación como persona natural.

En particular, los funcionarios consulares son susceptibles de objeto de ataque directo, cuyos promotores pueden resultar desde avezados terroristas hasta usuarios de los servicios que se sienten mal atendidos. El funcionario consular es quien tiene mayor contacto con el público, en general, porque atiende sus necesidades de todo tipo (desde trámites hasta consultas de orden sentimental), lo cual lo convierte en más vulnerable ante reacciones insospechadas.

Cuando los países comienzan a tener problemas en los asuntos internacionales con sus pares, el hilo se rompe por el lado más débil, es decir, las misiones diplomáticas. Una ruptura de relaciones puede desembocar en la expulsión de los funcionarios diplomáticos y de sus allegados en cuestión de horas, con todo lo dramático que resulta una decisión que afecta la vida cotidiana de un grupo familiar, sometido no pocas veces a humillaciones y presiones directas.

En otras ocasiones, sin necesidad de romper relaciones, un Estado puede determinar que un funcionario es persona non grata en su territorio, solo como una medida adicional en el juego bilateral del conflicto. Colegas diplomáticos colombianos han sufrido estas medidas en el pasado, con toda la zozobra del caso. Es cierto que ha habido casos de diplomáticos que han sido expulsados por cometer actos de abuso de su investidura o por actividades que no corresponden a la prudencia que debe caracterizar la gestión diplomática, pero esa es otra historia que puede obedecer a la tendencia de improvisar en un ejercicio profesional serio.

Así mismo, los riesgos profesionales del diplomático no solo se tratan de las ocasionales violencias físicas o armadas contra los funcionarios, sino de un trabajo con una fuerte presión intrínseca, donde los niveles de estrés a los que se puede llegar son enormes y termina por afectar los organismos y mellar la salud de los funcionarios. El buen diplomático interioriza la gran responsabilidad de mantener armónica y fluida la relación entre los países, así la mayoría de las ocasiones esto corresponda a factores que están fuera de su control.

En el caso de la carrera diplomática colombiana, lamentablemente hemos presenciado durante los últimos años el fallecimiento de queridos colegas que han sucumbido víctimas en algunos casos de los males contemporáneos como las enfermedades cardíacas o el cáncer, enfermedades que suelen tener un factor común, el estrés.

Afortunadamente en el Ministerio de Relaciones Exteriores de Colombia, el concepto del bienestar profesional y personal se ha tenido en cuenta en la administración de la ministra María Ángela Holguín; pero hubo épocas en las cuales el funcionario no era considerado en su condición humana, sino como un simple engranaje dentro de una maquinaria imperfecta.

El trabajo diplomático, cuando se hace en serio, no se desenvuelve en un mundo rosa, mucho menos con el rigor, la decisión y el compromiso que actualmente rigen en nuestra Cancillería. Es una actividad compleja que, como la vida misma, cuenta con felicidades efímeras, resultados positivos cuando es posible lograrlos, fracasos cotidianos y retos todo el tiempo. Sin duda se trata de una profesión de alto riesgo en muchos aspectos.

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Dixon Moya es diplomático colombiano de carrera, escritor por vocación, lleva un blog en el periódico colombiano El Espectador con sus apellidos literarios, en el cual escribe de todo un poco: http://blogs.elespectador.com/lineas-de-arena/   En Twitter a ratos trina como @dixonmedellin 

La diplomacia, una profesión de riesgo
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