El título de la presente columna no es una exageración, ni contiene un error de digitación, podría ser de datación, pero los especialistas han coincidido en que esa galería milenaria al aire libre, que se ubica en la extensión del parque nacional de la serranía de Chiribiquete, aproximadamente tiene esa antigüedad. Pero es necesario una introducción para el lector que nunca haya escuchado sobre esta maravilla natural y cultural colombiana.
Chiribiquete es una serranía localizada entre los Departamentos de Guaviare y Caquetá en la Amazonía colombiana, que hace parte del escudo Guayanés, una formación geológica única en el mundo, conformada por las extraordinarias mesetas llamadas tepuyes, típicas de esta región que se comparte con Venezuela y que va hasta la Guyana francesa. Chiribiquete aparte de su valor y biodiversidad natural, guarda en su interior, una riqueza cultural impresionante que ha sido llamada la Capilla Sixtina de la Amazonía, pues hasta el momento se han registrado más de 200.000 pinturas rupestres, algunas con una antigüedad de 20.000 años, atestiguando los primeras huellas de los pueblos amazónicos.
Chiribiquete en lengua carijona, significa “el cerro donde se dibuja”, es decir, los indígenas consideraban las montañas de la serranía un gigantesco lienzo para los artistas anónimos que plasmaron en esas paredes verticales y desnudas, sus mensajes hacia este futuro en el cual intentamos develar su significado. El pueblo indígena carijona o karijuna, era una de las culturas que pobló estas remotas zonas y que fueron diezmadas por los empresarios extranjeros durante la fiebre comercial del caucho, genocidio que fue denunciado en la novela La Vorágine, obra fundamental de Colombia, que cumple en 2024 cien años de haber sido publicada por su autor, José Eustasio Rivera.
Es frecuente que algunos de los hallazgos arqueológicos más importantes del mundo hayan sido realizados por investigadores europeos o estadounidenses, pero en este caso, se trató del arqueólogo y antropólogo colombiano Carlos Castaño Uribe, quien encontró esta maravilla, cuando la aeronave que lo transportaba desde Bogotá al Amazonas, tuvo que desviarse por una tormenta. Luego, al frente del Sistema de Parques Nacionales de Colombia, dio los pasos necesarios para que en 1986, Chiribiquete se consolidara como parque nacional, en 1989 se proclamara zona protegida y en 2018, la UNESCO lo declarara patrimonio mixto de la humanidad. Es necesario hacer un reconocimiento al ex presidente Juan Manuel Santos y quien fuera su ministro de ambiente, Luis Gilberto Murillo, por impulsar la protección del área que es doblemente importante en su condición natural y cultural.
No es extraño que Chiribiquete, durante la mayor parte de nuestra historia, fuera un sitio ignorado por los colombianos. Hablamos de una región que durante mucho tiempo estuvo vedada, por cuenta del conflicto entre estado y grupos al margen de la ley, un territorio que en cierto modo permaneció virgen para los ojos diferentes a los de los nativos.
Uno de los efectos positivos del acuerdo de paz entre el gobierno colombiano y la antigua guerrilla de las FARC, es que aquellos lugares pudieran abrirse para la ciencia, la investigación y el turismo responsable. Esto último es absolutamente necesario, que quienes lleguen a visitar esta maravilla mundial, sean respetuosos con la naturaleza y con esta galería de arte, a cielo abierto, para que sea preservada a toda costa. Ahora que Colombia promueve el turismo internacional, es necesario tomar todas las medidas preventivas para garantizar la preservación del cerro donde se dibuja, es decir, del espectacular Chiribiquete.
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Dixon Moya es diplomático colombiano de carrera, escritor por vocación, lleva un blog en el periódico colombiano El Espectador con sus apellidos literarios, en el cual escribe de todo un poco: http://blogs.elespectador.com/lineas-de-arena/ En Twitter (a ratos muy escasos) trina como @dixonmedellin.