miércoles. 24.04.2024

Algunos prejuicios

"Como dicen mis amigos, aquí en Qatar vivimos como ricos sin serlo. Frecuentamos hoteles de cinco estrellas, nos aparcan el coche y nos llaman constantemente señor o señora"
arquitecta

Dicen que las apariencias engañan y estoy convencida de que así es. Hoy me gustaría compartir una reflexión que me ronda la cabeza desde hace un tiempo. La expondré desde mi caso y desde mi profesión, pues es lo que he experimentado, pero me gustaría que lo interpretases según tu propia experiencia. Existirán, eso sí, patrones comunes.

Empecé como arquitecta con veintiséis años, como profesional liberal y representándome a mí misma. Mujer y joven, no es el tipo de perfil que algunos clientes deseaban, al menos a priori. Muchos de ellos daban por supuesto que la juventud suponía carencias profesionales y temían por sus proyectos. Aparte de dar lo mejor de mí como profesional, me esforcé por crearme una imagen. Me dirigía a todo el mundo con un tono serio y mesurado. Vestía con camisas formales, americanas y zapatos de tacón. Me maquillaba cada día para parecer mayor de lo que era.

Segunda característica: mujer. Por mi sexo nunca he encontrado dificultad con clientes ni en el despacho (esto debería ser obvio, pero por desgracia todavía no lo es), pero señores… distinto es en la obra. Los esfuerzos para que te respeten se tienen que multiplicar con respecto a los de un varón y todavía son muchos los “profesionales” de la construcción que te ven más como a una mujer que como una profesional.

Visto desde la distancia sé que una fuerte seguridad en mí misma me habría ayudado pero para adquirirla primero tuve que pasar por ahí. En un momento dado cambiaron las tornas y los juicios externos a la profesión se volvieron a mi favor en esta vida que sube y que baja sin que la podamos detener. De repente, el color de mi piel se asocia a una gran formación y profesionalidad. ¿Diseñadora europea? Sin saber cómo trabajas ya se te supone. “Arquitecta española”, a mi antiguo jefe se le llenaba la boca cuando lo dice y los clientes suelen estar orgullosísimos de ello.

Esta vez es el acento con el que hablo inglés, es mi forma de vestir (la que es normal para cualquier occidental) e incluso mi no capacidad para hablar árabe lo que sube mis acciones como profesional. Unas veces me río, otras me asombro por las actitudes tan absurdas que podemos llegar a tener, por los juicios y por los prejuicios que construimos, que compartimos y que consideramos como verdades absolutas.

En este momento de mi vida trato de desvestirme de mis máscaras, trabajo para ser consciente de mis juicios y así poder abandonarlos, pero a veces el entorno lo pone difícil. Ser profesional, mujer y europea en esta sociedad tan jerarquizada y repleta de juicios que te sitúan en la “parte privilegiada” puede hacerte perder la perspectiva.

También he aprendido que el tiempo coloca a cada cual en su lugar. Cuestiones como la edad, el sexo, la raza, el idioma materno o el país de origen poco importan. Son otros los valores que nos hacen grandes como profesionales y, sobre todo, como personas.

Acabo de darme cuenta: no he mencionado el dinero. Supongo que es porque nunca me he sentido juzgada por este motivo. No he tenido ni tengo y jamás he vivido de manera ostentosa. Afortunadamente, nunca me he sentido rechazada o aceptada por este motivo.

Como dicen mis amigos, aquí en Qatar vivimos como ricos sin serlo. Frecuentamos hoteles de cinco estrellas, nos aparcan el coche y nos llaman constantemente señor o señora. Esta situación la suelo vivir como una anécdota, unas extrañas circunstancias que rodean mi presente. En fin, muchos han sido los factores ajenos a mis competencias por los que otros me han juzgado como profesional sin conocer en absoluto mi trabajo. Yo también he cometido ese error con otras personas. Pero procuro no hacerlo más. Valorar el trabajo de cada uno es una cuestión profesional y poco tiene que ver con factores externos. ¿Qué te parece a ti?

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