sábado. 20.04.2024

Café y militares

"Recordé que la etiqueta dice que si no quieres más té tienes que agitar el vasito con un gesto y te lo recogerán en lugar de añadir"
café arábigo

Sucedió cuando trabajaba en los mármoles. Uno de aquellos días entró un cliente en el showroom, estaba interesado en algunas de nuestras piezas para su villa. Para saber mejor lo que quería y para poder tomar medias, fuimos a su casa y nos entrevistamos con él. Yo no participé demasiado porque el cliente en cuestión hablaba casi todo el tiempo en árabe. Me limité a tomar medidas, apuntar lo que quería (previa traducción al inglés por parte de mi jefe) y a sonreír.

Segundo paso, elaborar varias propuestas. Maceteros, una mesa, revestimientos para una pared, un arco, seis columnas de mármol y dos aparadores. Yo preparé la presentación y mi manager se ocupó del presupuesto (cómo agradecía no involucrarme en la parte del dinero, los precios y los regateos constantes).

Transcurridos unos días, teníamos prevista otra reunión con el cliente para enseñarle la propuesta. Lo que yo no sabía es que nos había citado en su despacho porque era en horario de trabajo. Para ser más exactos, en el Ministerio de Defensa. Es militar. O algo así.

¡Ah! Por eso mi jefe había dado nuestros nombres cuando hablaba por teléfono. De nuevo… empezaba la aventura.

Al llegar al punto de control y con la cancela bajada, un militar quiere saber quiénes somos. Mi jefe baja mi ventanilla, el otro se asoma y pregunta algo en árabe. De repente vino a mi cabeza una escena de “No sin mi hija”. Cuando ella quiere salir del país y pasan uno de los controles. Por supuesto, no puede dirigirle palabra alguna al de seguridad, ni siquiera puede mirarle a los ojos porque es una mujer.

A pesar de que vi la película hace muchos años todavía recuerdo la tensión del momento. El caso es que a mi derecha había un árabe de entre treinta y cuarenta años, con ojos grandes, tez morena, mentón afilado y barba perfectamente arreglada. Me sentí relajada. Viví el momento con naturalidad. El ambiente era tranquilo y distendido. ¡Cuándo daño al mundo han hecho ciertos libros y películas! O mejor dicho, la manera que algunos lectores o espectadores han tenido de interpretarlos… Aclaro que “No sin mi hija” transcurre en Irán, que es tierra persa y no árabe, pero eso es otra historia…

El caso es que el chico había hecho una pregunta, mi jefe contestó con su nombre y cuando iba a decir el mío, viendo el color de mi piel y mi pelo descubierto, el guardia preguntó ¿“Ispani”? Por lo visto estaban avisados de que iba a ir una española. “Naam, naam, Ispani”, contestó éste. A partir de ahí, pasamos varios controles más. La seguridad era leve, casi por cumplir. Cuando me veían preguntaban ¿”Ispani”? Y después de aparcar, nos condujeron hasta el despacho de nuestro cliente.

El edificio tenía sesenta años. Era austero, sencillo, carecía de cualquier tipo de alarde ornamental. Lo mismo sucedía con el despacho en el que tuvimos la reunión. Era una oficina muy espaciosa, con cómodos sillones para las visitas (no había sillas) y una alfombra en el medio. Saludamos, tomamos asiento y un chico llegó con un incensario que dejó sobre la mesa de centro. Me gusta cómo cuidan algunos sentidos estos árabes.

En lugar de comenzar la reunión, llego el chico del té. Nos ofreció unos dulces. A mí primero, claro, por ser mujer. No sé lo que era, pero estaba rico. Y luego llegó el café. Había leído sobre este protocolo, pero era la primera vez que lo vivía. Café árabe (no turco, que es diferente), con un color entre amarillo y marrón. Lo sirven en unas tazas muy pequeñas y en poca cantidad. Mientras te lo bebes el chico está revoloteando para añadirte más. En ese momento recordé que la etiqueta dice que si no quieres más tienes que agitar el vasito con un gesto y te lo recogerán en lugar de añadir. Y queriendo hacerlo, imaginando mi mano con ese movimiento, extendí el brazo y dije “no more, thank you”. Geles, si te lo sabías, ¿por qué no los has hecho? Lo bueno es que al qatarí le resultó simpático mi gesto tan europeo e inocente y me explicó con una sonrisa que si no quería más, moviera la taza. Yo reí y dije… “¡es verdad, lo había leído!” Mi contestación todavía le hizo más gracia.

Acabado el ritual comenzó la reunión propiamente dicha. Yo no participé mucho porque era en árabe, pero noté que hablaban de la propuesta y también de la vida. Mucho guiri guiri, como dicen aquí. Yo envidié que mi jefe supiera árabe, siendo indio,  y, proponiéndome estudiar con seriedad el idioma, disfruté de la ocasión desde mi asiento.

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Café y militares
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