Ciclos, ciclos, ciclos… la vida es una sucesión de etapas. Es más, la vida en sí es una etapa de otro algo superior. Pero dejemos eso ahora, vamos a pensar en los ciclos más mundanos, en los que componen nuestro camino aquí, el de cada día.
Este año, coincidiendo con los finales del colegio, el inicio de este infernal verano y el final del Ramadán, he tenido la sensación de que ha habido una estampida de españoles y otros occidentales que abandonaban, cual aves migratorias este país. Algunos cambiaban de destino, la mayoría de esos unos establecen su nueva residencia en Dubai, que resulta algo así como una promoción geográfica. Doha es el pueblo y mudarse a Dubai es ir a la capital, pasar a terreno cosmopolita. La gran ciudad.
El caso es que la mayoría de los que se despedían volvían a España (o a su país de origen). Según mi percepción, después de una media de cuatro años. Mi conclusión es que ese cuatrienio supone un ciclo. Se cierra etapa. O resuelves tus problemas financieros, o ahorras suficiente dinero o, simplemente, te hartas de vivir en el desierto. Se acaba el período y los expatriados hacen las maletas.
A menudo me pregunto si los tiempos son similares para otros españoles viviendo en distintos países. Los que residimos en Oriente Medio vivimos una experiencia concreta. Sabemos que esto es temporal, nadie quiere quedarse definitivamente aquí. No echamos raíces. Ni siquiera los que más disfrutan de su estadía. Y si mi sensación es que mucha gente vuelve transcurridos los cuatro años en Qatar, ¿cuál es la media en otras latitudes?
Hablando con mi amiga Carmina, que vive en Dubai, y comparando experiencias, me cuenta que conoce muchos españoles que se quedan más tiempo allí. Como ella, que no tiene fecha de vuelta por ahora. ¿Será porque “la city” ofrece más posibilidades? Allí hay más ocio y más oferta cultural. Dubai es mucho más cosmopolita y occidentalizada.
En esta etapa de nuestra vida, que es la estancia en Qatar, o en otro país de Oriente Medio, también hay una serie de ciclos. El tiempo transcurre y la vida se articula. Pero lo hace de manera diferente a lo que estábamos acostumbrados.
Me explico, cuando vivía en España yo medía el paso del tiempo por los sucesos fijos. Terminaba el año y comenzaba el siguiente con la Navidad. Más tarde, para los de Valencia, festejábamos las Fallas. Después, Semana Santa. El siguiente hito para mí era mi cumpleaños y el puente de mayo, todo casi junto.
Luego venía el verano y así, marcado por los acontecimientos fijos, se iba articulando el año. Cuando vine aquí me perdí. Siempre hace calor o mucho calor. No sabes en qué mes te encuentras. No hay festivos ni puentes. Las fiestas religiosas se van desplazando cada año porque se cuentan con el calendario lunar y no coincide con el nuestro. Hubo dos años que no celebré la Navidad ni la Noche Vieja, trabajé incluso el día 25 de diciembre y cuando estábamos en marzo seguía equivocándome de año al escribir la fecha. Como no había ritualizado el cambio de año, no había manera de hacerme a la idea…
Más tarde te vas acostumbrando a los ciclos de aquí, a las indicaciones y referencias que marcan el transcurso del tiempo. Simplemente, son diferentes a los que traíamos de nuestro país de origen. Y esa sensación de orden en el tiempo que yo, personalmente, necesito también existe. También aquí, solo que aparece con un lenguaje diferente.
Y así vamos viviendo nuestros días, dentro unos de ciclos que están dentro de otros ciclos. Las etapas se suceden. Siguiendo patrones, pero con ciertas diferencias que dan sentido a lo que hacemos. Y así seguiremos viviendo etapas, estemos donde estemos. Abriendo y cerrando ciclos.
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