martes. 19.03.2024

El desierto engancha

"No me planteaba la idea de quedarme aquí. Me entristecía pensar en no regresar a Oriente Medio. No volver al desierto tantas veces como quisiera. No hablar inglés y escuchar árabe a diario"
Desierto de Liwa, al sur de Abu Dhabi, donde las temperaturas alcanzan los 50 grados. (EL CORREO)

Hacía tiempo que no había escrito nada. He compartido casi todas las anécdotas que me han parecido interesantes sobre mi experiencia en Oriente Medio. Casi cinco años residiendo allí dieron para mucho.

Regresar a España no ha sido sencillo y he necesitado mucho tiempo para volver a sentirme en mi sitio aquí. En estos meses he descansado, que buena falta me hacía. Y he comenzado a buscar trabajo. En España, aunque me atrae el tema de las exportaciones, porque se viaja mucho. Regresar al Golfo es una opción, pero no la primera. Mantener una sede aquí durante un tiempo me hará bien.

Mi experiencia allí empieza a estar digerida. Se ha organizado en el archivo de mi historia. Hay quien dice que la memoria se almacena en los músculos. Quizá así sea. Y también es cierto que la tan repetida frase de “hay un antes y un después de haber vivido fuera” es verdadera. Yo me noto más resistente y más flexible. Veo la vida de una manera global y las distancias y las fronteras cobran otro sentido para mí.

Ayer vi una película llamada 'Susurros en el desierto'. Me llamó la atención el título y decidí mirarla. Transcurría en el desierto de Dubai. Una doctora austríaca viaja allí para acompañar a su amiga beduina porque su padre está enfermo. Allí vive un romance con el hermano de la chica, un árabe muy apuesto que es el jeque de la tribu. Dejando a un lado la parte más forzada del guión y ciertas licencias, me cautivó el desierto. Como siempre. Y los dos días que transcurren en Dubai me emocionaron por lo familiar y lejana que me resulta esa ciudad.

El desierto es un lugar realmente especial. Una vez le pregunté a un nativo del Golfo qué echó de menos cuando estudió en Europa y no lo dudó ni un instante. Le faltaba el desierto. Cuando lo has conocido (e incluso maldecido, a veces), te engancha. Y cuando no tienes la ocasión de visitarlo fácilmente, despierta añoranza. Tanta, que estoy planteándome una escapada a Marruecos.

No sé qué tiene el mundo árabe. Atrapa y seduce. En algunos de esos países la vida es dura y árida. La mayoría de ellos cuentan con climas difíciles. Secos y calurosos. Al vivir allí, renegamos del tiempo, de las tormentas de arena y de la falta de lluvia. Pero al marchar, ¡ay, al marchar! Lo vas a echar de menos para siempre.

Hace dos días me escribió mi amiga Chelo, mi compañera de aventuras en aquella parte del mundo. Hace dos meses que dejó el país. Acababa de cancelar la tarjeta de teléfono y le ha dio un pellizco en el corazón. Ella nunca había imaginado que lo echaría de menos, que añoraría su vida allí. Pero así ha sido. Incluso para mí, el día que ella se marchó me hizo sentirme triste. Era como si yo ya me fuera del todo.

Es más, hasta hace muy poco tiempo, no me planteaba la idea de quedarme aquí. Me entristecía pensar en no regresar a Oriente Medio. No volver al desierto tantas veces como quisiera. No hablar inglés y escuchar árabe a diario.

Afortunadamente los seres humanos tenemos la capacidad de recuperarnos y de integrar lo vivido. De que todo lo pasado siga formando parte del presente aunque yo no se dé.

Hoy propongo aceptar la añoranza y la melancolía. Integrarlas y que sean punto de partida. Que lo vivido se quede, pero que permanezca sumando. Que el futuro sea un futuro emergente. Que puede tener un contexto como el de antes, como el de ahora u otro nuevo. ¡Avancemos hacia él (o dejemos que llegue) con confianza, con iniciativa y con determinación!

El desierto engancha
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