martes. 19.03.2024

Feliz Navidad

"Cuando, de nuevo, Occidente vuelve a hablar de “los malos”, son Mohamed y Aya quienes vienen a cenar con nosotras tres para celebrar la Navidad. Para recordarnos que somos una familia"

Doha, a 24 de diciembre de 2016. Feliz Navidad. Ya sé que resulta redundante y tópico, pero es la primera vez que pronuncio estas palabras desde el corazón.

Nunca me ha gustado la Navidad. Es más, estas fechas siempre me ponían de mal humor. Esta es la quinta desde que vivo en Qatar y pasarlas en un país musulmán era un alivio para mí. Además, estar tan lejos de España justificaba el no poder viajar estos días. En realidad era una huida, una manera de escapar. Como ya lo hice en aquel viaje a Marruecos que duraba de un 23 de diciembre hasta un día 7 de enero. A pesar de años de coaching personal y de tantos cursos de crecimiento personal, en lugar de disfrutar o, al menos, mantenerme neutra, me sentía cabreada y andaba quejumbrosa por ahí. O me cubría directamente con un duro caparazón. Y he de decir que no soy la única cristiana a la que le sucede. Por una u otra razón somos muchos los que reaccionamos así.

Mi madre y mi amigo americano me convencieron para celebrar las fiestas. Bajé la guardia y pensé que no tenía nada que perder. Una cena. Compartir esta noche con amigos y sentirme dichosa simplemente por estar viva. La mayoría de los cristianos han salido en estampida y a estas horas están cantando villancicos en España. Pero hemos organizado una cena. En casa de una de mis amigas. Seremos pocos, prepararemos algo sencillo, con sabor a celebración y a hogar. Vienen nuestros amigos musulmanes. Esto es algo que me conmueve. Cuando el mundo entero se está matando, cuando el odio crece por minutos y todo parece dividido. Cuando, de nuevo, Occidente vuelve a hablar de “los malos”, son Mohamed y Aya quienes vienen a cenar con nosotras tres para celebrar la Navidad. Para recordarnos que somos una familia. Para compartir una mesa, independientemente de la fecha que sea, al igual que celebramos con ellos el Ramadán y el Eid.

Conforme estoy escribiendo se me van escapando unas lágrimas. Supongo que estoy sensible. Por primera vez he decidido abrirme a mí misma en estas fechas. Sentir. Aunque duela por momentos.

Esta mañana he hablado con mi madre. Era temprano aquí y mucho más en España. Se había levantado a desayunar con mi padre, que se iba a cazar. Ella había vuelto a la cama y como yo estaba cansada de teclear en whatsapp, la he llamado mientras intentaba volver a conciliar el sueño. Se sentía triste y me ha contagiado de algún modo su melancolía. Pero desde la sinceridad, sin crear dramas y aceptando también estos sentimientos.

Dice que no para de recordar el viaje a Qatar del año pasado, justo en estas fechas. Dice que no lo recuerda con tristeza sino con la alegría de haberlo disfrutado. Dice que tiene ganas de que vuelva a Europa. Yo se lo he explicado con cariño, que vaya a estar más cerca (quizás) no significa que vaya a estar con ellos en Navidad. Si ahora mismo viviera, por ejemplo, en París, tal vez estaríamos en la misma situación. Ella, en la cama, contándome lo que iba a cocinar en Nochebuena y yo al teléfono, nada cambiaría por haber unos cuantos kilómetros menos en medio.

Siento serenidad y calma. Ya no me irrito. Ni huyo de la tristeza. Ni estoy enojada con el mundo simplemente porque es 24 de diciembre. Estoy en paz y paso la mañana en mi minúscula cocina, que hoy se ha convertido en mi reino. Yo, entre fogones, ¡un hábitat de lo menos común para mí! Y cocino con amor para esta noche. Para los míos de aquí y para mí. Sin pensar demasiado. Dejándome sentir. Con el miedo que dan los cambios, aunque el cambio en este caso sea simplemente construir nuevos recuerdos y ser tan flexible como para iniciar un nuevo concepto. Un nuevo concepto de Navidad. Sin prejuicios ni obligaciones. Una nueva forma de vivirla que todavía no sé cómo es, pero dejaré que venga esta noche.

Así que cenaremos y disfrutaremos del tiempo compartido. Daremos gracias por cuanto tenemos. Desde el corazón, sin mucha palabrería. Supongo que nuestra petición de Navidad será justicia e igualdad. También desde dentro, pues las frases están muy manidas.

Me sentiré cerca de mis padres y de mi hermano aunque no esté sentada con ellos. Pediré en silencio varios deseos. Dos o tres serán para mí y para los míos. Y uno será para la humanidad. Pediré que todos seamos seres humanos, sin clasificar, solo personas. Y que podamos vivir en armonía los unos con los otros, tal y como lo hacemos nosotros en esa mesa, compartiendo esa cena.

Feliz Navidad.

Feliz Navidad
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