jueves. 28.03.2024

¿Dónde se encuentra y quién creó el jardín más antiguo del mundo?

Un libro aborda el estudio más completo realizado sobre la pasión por los vergeles en Al Andalus. El arrayán era la planta por excelencia de los musulmanes hispanos, que influyeron decisivamente en la jardinería occidental

Un grabado romántico del Patio de la Acequia, de Girault De Prangey, Año 1836 (Imagen cedida por José Tito Rojo)
Un grabado romántico del Patio de la Acequia, de Girault De Prangey. Año 1836 (Imagen cedida por José Tito Rojo)

Casi 500 páginas examinan con profundidad y rigor uno de los mitos asociados históricamente a Al Andalus: su adoración por los jardines como símbolo de belleza y armonía. El libro se titula ‘El jardín hispanomusulmán: los jardines de Al Andalus y su herencia’ y acaba de ser reconocido como obra del mes por la editorial Universidad de Granada. Sus autores resumen con sencillez la clave de la leyenda: “En el mundo andalusí, el jardín importa”. Así zanja la cuestión José Tito Rojo, botánico, investigador y responsable, junto con Manuel Casares, de un trabajo exhaustivo que analiza cómo eran aquellos vergeles, qué papel jugaban en la sociedad andalusí y cómo evolucionaron a través del tiempo.

Para empezar, la obra desactiva un mito vinculado al jardín andalusí. Los musulmanes peninsulares no buscaban emular el paraíso coránico cuando diseñaban un espacio vegetal, tal como se ha sostenido insistentemente durante décadas. “El jardín se construía para estar a gusto, para hacer fiestas y para pasear. Y no era una metáfora religiosa. No lo hemos encontrado en lo que ellos dicen en los textos. Y ellos hablan mucho del jardín”. Esa interpretación edénica del jardín andalusí obedece a una “visión orientalista” que trata de buscar una explicación romántica a “aquellas maravillas” de la España musulmana.

Los autores han buceado en las fuentes medievales y en la literatura de viajes como material de investigación. Pero, sobre todo, en los dos jardines de aquella época que aún hoy día se conservan. Uno es el Patio de los Arrayanes, de la Alhambra, y, en opinión de Tito Rojo, ha llegado a nuestros días “casi intacto”. “Es una cosa sorprendente. Uno no imagina que pudiera haber resistido tanto tiempo”. El otro también se encuentra en el complejo palatino de Granada. Se trata del Patio de la Acequia, en los jardines del Generalife. Este, en cambio, sí ha sido modificado significativamente a través del tiempo, aunque puntualiza: “Si el sultán del siglo XIV lo viera hoy, lo reconocería”.

Uno de los pocos dibujos medievales de un jardín de al-Andalus, en el libro 'Los amores de Bayad y Riyad' de la Biblioteca Vaticana. (Imagen cedida por José Tito Rojo)
Uno de los pocos dibujos medievales de un jardín de al-Andalus, en el libro 'Los amores de Bayad y Riyad' de la Biblioteca Vaticana. (Imagen cedida por José Tito Rojo)

El Generalife es una “operación del poder”, subraya el investigador granadino. Fue construido por el sultán con dos objetivos claros. El primero es que servía como lugar de “placer” y de “retiro”. Pero también era una gran finca agrícola que generaba una cuantiosa fuente de ingresos. “Era un territorio inmenso, lleno de excelentes huertas cultivadas”, precisa el botánico autor del libro. En la finca se sembraban toda suerte de frutas y hortalizas. Parte de las especies cultivadas se pudieron identificar gracias al análisis del polen en un proyecto científico ejecutado en 2002. El polen más abundante en el Patio de la Acequia era el arrayán, también conocido como mirto en la zona norte de España.

Los dos jardines citados pertenecen a espacios vegetales del poder. Pero la variedad de vergeles en Al Andalus es innumerable. “No había un solo tipo de jardín andalusí”, puntualiza Tito Rojo. “Estaba el jardín del rey, el jardín del campesino, el jardín grande y el pequeño, el jardín utilitario y el estético”. Lo que sí predominaba en todos ellos es el arrayán. Esa era la planta omnipresente en la botánica de entonces. También abundaban los cipreses y así aparece referido en las crónicas de la época. Y las plantas olorosas, como la rosa y la azucena. De oriente, trajeron una buena variedad de cítricos, como los limones, las naranjas y los pomelos, cuya presencia era frecuente en los jardines andalusíes. En general, se trataba de jardines frescos y amables, que buscaban la belleza como elemento vertebral.

El libro también neutraliza otro de los tópicos más extendidos sobre la jardinería peninsular. Las excavaciones arqueológicas practicadas en los últimos años en palacios cristianos medievales han demostrado que el trazado y la configuración de sus jardines eran muy parecidos a los que se levantaron en la España musulmana. “Al Andalus y el resto de la península no eran dos mundos absolutamente separados”, sostiene el experto. “Había mucha transferencia cultural y, por lo tanto, más similitudes que diferencias”. Lo cierto es que el jardín andalusí ha sido estudiado con más profusión y mejor considerado a lo largo de la historia, mientras que el cristiano no ha gozado de la misma atención.

Una invención orientalista del Patio de los Leones, de Juan Carrera. Año 1920. (Imagen cedida por José Tito Rojo)
Una invención orientalista del Patio de los Leones, de Juan Carrera. Año 1920. (Imagen cedida por José Tito Rojo)

El modelo andalusí de jardinería tuvo mucho tiempo después una influencia notable en la moda europea. Eso sí: más que los conjuntos vegetales, lo que tenía más prestigio eran los cultivadores. “El jardinero andalusí tenía fama de ser excelente. Y eso hacía que en muchísimos sitios, no solo de España, sino también de Italia, se apreciara mucho disponer de un cultivador andalusí o morisco”, señala Tito Rojo. Los jardines papales de Roma estaban cuidados por moriscos valencianos, mientras que los de la corte de Nápoles disponían de moriscos aragoneses.

Fue a principios del siglo XX cuando los jardines andalusíes empiezan a ser recuperados en muchos puntos de Europa, donde se ejecutan imitaciones florales moriscas, como en París o Londres. Son los llamados jardines hispanomusulmanes, una suerte de construcciones “idealizadas” de tipo orientalista, según la distinción que hacen los autores para diferenciarlos de los auténticamente andalusíes. “Es una diferencia académica”, subraya el experto botánico granadino.

El libro cuenta, además, con la colaboración de los profesores y especialistas Esther Cruces, Oswaldo Socorro, Rafael Delgado, Juan Manuel Martín, Julio Calero y Gabriel Delgado. El volumen está dividido en tres bloques diferenciados: uno dedicado a los jardines de Al Andalus, otro al Generalife y un tercero a la herencia y evolución en el tiempo. Todos los textos de la obra ya fueron publicados en el transcurso de una década en revistas y publicaciones de distinto tipo.

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