sábado. 20.04.2024

La memoria árabe palpita en el corazón de la literatura latinoamericana

La cultura sudamericana está plagada de referencias de Oriente Medio gracias a las migraciones del XIX y la influencia morisca tras la conquista de Colón
El escritor chileno Sergio Macías, pionero en explorar los autores de origen árabe que enriquecieron la literatura latinoamericana desde finales del siglo XIX. (www.crearensalamanca.com)
El escritor chileno Sergio Macías, pionero en explorar los autores de origen árabe que enriquecieron la literatura latinoamericana desde finales del siglo XIX. (www.crearensalamanca.com)

Sergio Macías Brevis recibió una llamada de la Embajada iraquí en Madrid una mañana de 1981. El escritor chileno se había exiliado en España dos años antes perseguido por la dictadura de Pinochet, luego de haber transitado temporalmente por México y Alemania. El agregado de prensa de Irak le hizo una propuesta sugerente. Le rogó que escribiera un artículo para la revista Tigris sobre la influencia árabe en Latinoamérica. Sergio Macías no tenía ni idea sobre la materia. Pero eso no fue óbice para responderle amablemente: “Muy bien. ¿Cuántas páginas quiere?”. Todo lo que el escritor chileno sabía hasta entonces sobre el influjo de la cultura árabe se reducía a la extraordinaria fascinación que le había producido la contemplación de la Alhambra, la Mezquita de Córdoba y la Giralda. 

Entonces tuvo una idea. Rastrear la presencia árabe en la obra de Federico García Lorca. “Nada que ver con el artículo que me habían pedido”, admite socarronamente hoy al otro lado del teléfono desde Madrid. El agregado de la embajada iraquí no le afeó el incumplimiento del encargo. Todo lo contrario. “Espléndido. A Lorca se le conoce en mi país”, dijo ufano. Y semanas después le volvió a solicitar otro artículo. A Sergio Macías se le encendió una nueva bombilla. Esta vez mucho más afín al propósito requerido. Y pensó en Rubén Darío. “Investigué su obra y encontré una cantera”. Tanto que escribió otros cinco artículos, que fueron traducidos al árabe. De Rubén Darío pasó a explorar la obra de José Martí. Y de la revista Tigris dio el salto a otra denominada Cálamo y al diario La Opinión, de Marruecos. 

Así fue como el escritor Sergio Macías se sumergió en un campo de investigación que lo llevó a descubrir un universo sorprendente y desconocido. Tiró del hilo del descubrimiento de América y se topó con los descendientes de moriscos españoles que atravesaron el Atlántico para hacer fortuna. Fue entonces cuando afloraron nombres castellanos, en cuyo linaje se camuflaban antiguos musulmanes conversos que huían de la Inquisición y la persecución tras la conquista cristiana de Granada. Por ejemplo, Álvaro de Mezquita, el marino que condujo la nave San Antonio en la expedición de Magallanes de 1520. O Cabeza de Vaca, descendiente de origen árabe que disfrazó su apellido para esquivar el hostigamiento. O Luis de Torres, traductor de Cristóbal Colón y judío arabizado. Lo cierto es que el 39% de los conquistadores de América eran andaluces. “Y dejaron esa influencia sanguínea en los rostros y en la arquitectura”, argumenta Sergio Macías

El escritor Sergio Macías se sumergió en un campo de investigación que lo llevó a descubrir un universo sorprendente y desconocido

El escritor chileno siguió rastreando la huella árabe en América Latina. Y se dio de bruces con las grandes oleadas migratorias de sirios, jordanos, libaneses y palestinos que, a partir de 1860, abandonaron el Imperio Otomano para escapar del acoso y buscar un horizonte mejor. “Les llamaban turcos porque venían con el pasaporte otomano”. Y se establecieron a lo largo y ancho de Latinoamérica. “El árabe se incorpora como un ciudadano más. No hay distinción. No hay racismo”, explica Sergio Macías. A pesar de que la primera generación alcanzó tierras americanas sumidos en la absoluta pobreza y agarrados al comercio como única tabla de salvación. “Eran verdaderos buhoneros, que llegaban con sus alfombras y sus maletas llenas de mercancía. Se internaban en los campos y vendían a los campesinos jabones, peinetas y ropa interior. Hasta inventaron el crédito, porque les permitían pagar en plazos”. 

La segunda generación ya instaló negocios propios. Y la tercera abrió grandes empresas, dirigió bancos y llegó a ser diputados, ministros y hasta presidentes de Gobierno, como en Argentina o Guatemala. Eso sí: ya habían perdido su idioma árabe materno y adoptaron el propio del país. Y es en este contexto cuando surgen los primeros literatos de origen árabe. Por ejemplo, Benedicto Chuaqui, oriundo de Homs, escritor, traductor y difusor de literatura árabe en Latinoamérica. Su familia emigró a Chile en 1908, tras un agotador viaje a través de la cordillera de los Andes a lomos de mula. Se ganó la vida como vendedor ambulante hasta ser propietario de una fábrica de sedas y fundó el semanario árabe ‘La Juventud’ así como el Círculo de Amigos de la Cultura Árabe, embrión del Instituto Chileno Árabe de Cultura. Su obra más conocida fue ‘Memorias de un emigrante’, donde narra el largo periplo que le llevó desde su Homs natal a Latinoamérica. También tradujo a Jalil Gibrán y dos antologías de poesía árabe. 

O Juan Yáser, profesor de historia, poeta, investigador, traductor y comerciante nacido en el pueblo palestino de Taybeh, en la comarca de Ramala, en 1925. Destacado poeta desde muy joven, se exilió de Palestina en 1952, cuatro años después de la fundación del Estado de Israel y la expulsión de cientos de miles de árabes de su tierra. Se estableció en Argentina hasta el resto de sus días. En Latinoamérica acrecentó su producción literaria y llegó a convertirse en traductor oficial de árabe y castellano del Tribunal Superior de Justicia de Córdoba. En 1980, publicó su último libro de poemas en árabe, titulado ‘Umma wa yirah’ (Nación y heridas). En ‘Los Turcos’, el escritor Roberto Sarah relata las peripecias de un grupo de adolescentes palestinos que abandonan su tierra para recalar en Sudamérica. Y Walter Garib, también de procedencia palestina, es autor de una prolífica obra escrita en tierras chilenas. 

La cultura árabe no únicamente condicionó la literatura de los inmigrantes procedentes de Oriente Medio, también fertilizó la vasta y formidable escritura latinoamericana

La lista de autores de origen árabe que enriquecieron la literatura latinoamericana desde finales del siglo XIX hasta hoy es cuantiosa. Sergio Macías fue pionero en explorar estos territorios. Escribió 40 libros, cinco de los cuales dedicó a rescatar la influencia árabe en el Nuevo Mundo. Uno de ellos, titulado ‘La influencia árabe en las letras iberoamericanas’, fue editado en 2009 por la Universidad Internacional de Andalucía. Luego se sumaron otros investigadores. Es el caso de Olga Samamé, Edith Shahín o Fátima Zohra, que publicó un artículo sobre la presencia árabe en Brasil, Cuba y Colombia. En su breve estudio, examina la cuestión y enumera a algunos de los autores de procedencia árabe que contribuyeron a fecundar la literatura latinoamericana. Cita, por ejemplo, a Antón Arrufat, establecido en Cuba y autor de ‘La caja está cerrada’. O a Luis Fayad, Meira del Mar y Juan Gossain, inmigrados en Colombia y progenitores de una obra memorialista marcada por la experiencia imborrable del exilio y el extrañamiento. 

Pero la cultura árabe no únicamente condicionó la literatura de los inmigrantes procedentes de Oriente Medio. También fertilizó la vasta y formidable escritura latinoamericana. Sergio Macías lo ha estudiado con rigor. Y en su precisa y documentada intervención telefónica enumera una larga lista de autores que incluyen en sus obras personajes árabes ya enraizados en tierra americana. “Encontramos presencia árabe en los más grandes escritores latinoamericanos. Por ejemplo, Rubén Darío, que quedó deslumbrado cuando atravesó el Estrecho de Gibraltar y llegó a Tánger, donde se le cumplieron sus sueños de ‘Las mil y una noche’. O José Martí, que tiene poemas como ‘La perla mora’ o ‘Abdalá’”.

También figura Gabriel García Márquez, en cuya obra cumbre, ‘Cien años de soledad’, las referencias árabes tienen un peso preponderante. En ‘Crónica de una muerte anunciada’, Santiago Nasar, de origen árabe, es uno de los personajes centrales de la novela. En la obra de Álvaro Mutis igualmente aparecen tipos orientales, como Abdul Bachur, uno de los personajes destacados de ‘Maqroll el Gaviero’. Y el reputado escritor brasileño Jorge Amado elige a Nacib Saad como protagonista masculino de una de sus novelas más celebradas, ‘Gabriela, clavo y canela’. El catálogo no tiene fin: Paulo Coelho, Leopoldo Lugones, Bárbara Jacobs, Carlos Fuentes, Leopoldo Marechal, Walter Guido y tantos otros. 

Sergio Macías no tiene antecedentes árabes familiares. Su incursión investigadora en este campo de conocimiento tiene un origen, en cierta medida, casual. La historia que aprendió en el colegio y la universidad chilena orillaba claramente la cultura árabe e islámica como ingrediente básico. “Los profesores hablaban de los fenicios, de los visigodos, de los romanos, y apenas tocaban la aportación árabe. Al menos, en la importancia de lo que significaba y significa todavía su influencia en la historia. Yo, por curiosidad, me puse a leer a poetas árabes, como Al Mutamid o Ibn Jafaya. Y me encontré una cantera de poesía exquisita, excelente”. 

“Desde hace muchísimos años, son allí una fuerza importante, que ha creado periódicos y radios propias, y ha dado difusión a su presencia”

En sus ensayos sobre la contribución árabe a las letras hispanoamericanas, se esforzó por no hacer distingos entre los autores de origen oriental y los oriundos del país. Aunque valora el esfuerzo de los inmigrantes por dejar huella de su estirpe. “Yo creo que lo hicieron por un sentido de orgullo. De decir: “Mira lo que somos y lo que hemos llegado a ser”. A mí, en realidad, me da lo mismo que el escritor sea de origen árabe o no. Por ejemplo, Isabel Allende no tiene origen árabe y, sin embargo, en una de sus obras hay un personaje palestino. Lo importante es lo que se dice sobre los personajes árabes”, subraya Macías. 

En ese sentido, los árabes han sido tratados con respeto y consideración en la literatura latinoamericana. “Quizás, en un principio, fueron mal retratados. Había un desconocimiento total de los árabes en América Latina y se produjo una especie de desconfianza”, admite el investigador chileno. El propio Benedicto Chuaqui recuerda en sus memorias que fue rechazado como bombero en Chile. “Él quería sentirse útil y luchó para ser bombero, que era una labor sin remuneración”, lamenta Sergio Macías. El recelo inicial, sin embargo, fue desapareciendo con los años para dar paso a una relación más amable y receptiva por parte de los nacionales. Al menos, entre las clases populares. En ámbitos más aristocráticos, en opinión del escritor chileno, sí ha persistido cierto clasismo. “Para el pueblo, el árabe es el ‘turquito’. El buena persona”, razona. 

La presencia árabe en la literatura latinoamericana ha sido un “ingrediente muy importante”, según Sergio Macías. “Es un aporte a la literatura nacional, como también lo fue el de los escritores exiliados”. Destaca, por encima del resto, a Brasil, donde la comunidad de origen árabe es voluminosa e influyente. “Desde hace muchísimos años, son allí una fuerza importante, que ha creado periódicos y radios propias, y ha dado difusión a su presencia”, señala. A sus 84 años, Sergio Macías lleva ya más de la mitad de su vida en España, donde llegó con 35 años y cuatro niños pequeños. En todo este tiempo se ha ganado la vida trabajando en editoriales y como asesor cultural de la Embajada de Chile en Madrid, cuando su país recobró felizmente el pulso de la democracia. Y su contribución científica ha sido clave para rescatar la memoria árabe que aún palpita en el corazón de la literatura latinoamericana. 

La memoria árabe palpita en el corazón de la literatura latinoamericana
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