viernes. 19.04.2024

En la árida inmensidad de este rincón de la península Arábiga, donde merodean las cabras y uno que otro camello, las rocas forman parte del paisaje prácticamente dondequiera que se vaya. Sin embargo, los afloramientos inhóspitos y las crestas escarpadas son más que solo un panorama. Algunas de estas rocas están trabajando arduamente, reaccionando naturalmente con el dióxido de carbono de la atmósfera y convirtiéndolo en piedra.

Las venas de minerales calcáreos blancos corren a través de los bloques de roca oscura. El carbonato rodea los guijarros y cantos rodados, y convierte la grava ordinaria en mosaicos naturales. Incluso el agua de manantial estancada que ha surgido de entre las rocas reacciona con el dióxido de carbono para producir una corteza parecida al hielo que, si se rompe, vuelve a formarse en cuestión de días.

Los científicos aseguran que si este proceso natural, llamado mineralización de carbono, pudiera controlarse, acelerarse y aplicarse de modo económico y a gran escala —suposiciones muy grandes, lo admiten—, ayudaría a combatir el cambio climático. Las rocas podrían eliminar parte de los miles de millones de toneladas de dióxido de carbono, que atrapa calor y que los humanos han estado expulsando a la atmósfera desde el comienzo de la era industrial. Al convertir el dióxido de carbono en piedra, las rocas en Omán —o en algunos otros lugares en todo el mundo que tienen formaciones geológicas similares— asegurarían que el gas se eliminara de la atmósfera para siempre.

“Los minerales sólidos de carbonato no se irán a ningún lado”, dijo Peter B. Kelemen, un geólogo del Observatorio de la Tierra Lamont-Doherty de la Universidad de Columbia que ha estado estudiando las rocas de Omán durante más de dos décadas.

Capturar y almacenar dióxido de carbono está atrayendo cada vez más interés. El Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático dice que implementar ese tipo de tecnología es esencial para los esfuerzos por frenar el calentamiento global. Sin embargo, la idea apenas se ha diseminado: hay menos de veinte proyectos a gran escala que operan en todo el mundo, en los cuales se captura el dióxido de carbono proveniente de la quema de combustibles fósiles en centrales eléctricas o en otros procesos industriales, y se almacena como gas bajo la tierra.

Lo que Keleman y otros tienen en mente es extraer el dióxido de carbono que ya está en el aire para detener o revertir el aumento gradual en la concentración atmosférica de dióxido de carbono. La captura directa en el aire, como se le conoce, a veces se describe como una forma de geoingeniería —manipulación deliberada del clima— aunque este término se reserva más a menudo para la idea de reducir el calentamiento reflejando más luz solar hacia afuera de nuestro planeta.

Aunque muchos investigadores dicen que la captura directa en el aire es poco práctica tanto desde el punto de vista logístico como desde el económico, sobre todo dados los miles de millones de toneladas de gas que tendrían que eliminarse para tener un resultado significativo, algunos señalan que podría considerarse si no funcionan otras iniciativas para contrarrestar el calentamiento global. Algunos investigadores y empresas han construido máquinas que pueden extraer dióxido de carbono del aire, en cantidades relativamente pequeñas, pero adaptar y mejorar procesos de captura naturales utilizando rocas es una tecnología menos desarrollada.

“Aún parece ser el tema más nuevo en el debate”, dijo Noah Deich, director ejecutivo del Center for Carbon Removal, una organización de investigación en Berkeley, California. “Es una cuestión que está arrancando, pero creo que aún no despega”. Kelemens es uno de los relativamente pocos investigadores en todo el mundo que están estudiando la idea. En una central eléctrica geotérmica en Islandia, después de varios años de experimentación, una compañía energética está inyectando cantidades modestas de dióxido de carbono a la roca volcánica, donde se mineraliza. Investigadores neerlandeses han sugerido esparcir una suerte de roca triturada a lo largo de las costas para capturar dióxido de carbono. Además, los científicos en Canadá y Sudáfrica están analizando maneras de utilizar los residuos de la minería, llamados relave, para hacer lo mismo.

“Es evidente que tendremos que eliminar el dióxido de carbono de la atmósfera”, dijo Roger Aines, quien dirige el desarrollo de tecnologías de manejo de carbono en el Lawrence Livermore National Laboratory en California y ha trabajado con Kelemen y otros. “Tendremos que hacerlo en una escala colosal”. Si miles de millones de toneladas de dióxido de carbono se convertirán en roca, hay pocos lugares en el mundo más adecuados que Omán, un sultanato con una población de cuatro millones de habitantes y una economía basada en el petróleo y, cada vez más, en el turismo.

Las formaciones que capturan carbono en Omán, en su mayor parte compuestas de una roca llamada peridotita, están en un tramo de corteza oceánica, y la capa de manto terrestre que hay debajo fue empujada hacia la tierra por fuerzas tectónicas hace casi cien millones de años. La erosión ha dado como resultado una zona irregular de casi 321 kilómetros de largo, hasta 40 kilómetros de ancho y varios kilómetros de grosor en la parte norte del país, incluyendo las afueras de Ibra, una ciudad polvorienta tierra adentro de 50.000 habitantes. Incluso Mascate, la capital bulliciosa, en el golfo de Omán, tiene una cavidad de peridotita desde donde prácticamente se puede mirar el palacio del sultán Qabus bin Said. La peridotita normalmente está a kilómetros por debajo de la superficie terrestre. Cuando las rocas se exponen al aire o al agua como en este lugar, dijo Keleman, son como una batería gigante con mucho potencial químico. “Están muy lejos del equilibrio con la atmósfera y el agua superficial”, comentó.

Las rocas son tan grandes, dijo Keleman, que si de alguna manera fuera posible usarlas por completo podrían almacenar cientos de años de emisiones de dióxido de carbono. De manera más realista, dijo, Omán podría almacenar por lo menos mil millones de toneladas de dióxido de carbono anualmente. (Las emisiones anuales en todo el mundo hoy en día se acercan a los 40.000 millones de toneladas). Aunque estas formaciones son especiales, no son únicas. Se pueden encontrar algunas similares, pero más pequeñas, en el norte de California, Papúa Nueva Guinea y Albania, entre otros lugares.

Las rocas de Omán podrían capturar mucho dióxido de carbono, pero el desafío es hacerlo con mucha mayor velocidad que en la naturaleza, en grandes cantidades y a un costo tan bajo que pueda ser más que un sueño imposible. Keleman y sus colegas, entre ellos Juerg Matter, un investigador de la Universidad de Southampton en Inglaterra que participó en el proyecto de Islandia, tienen algunas ideas.

Una posibilidad, dijo Keleman, sería perforar pares de pozos y verter agua con dióxido de carbono disuelto en uno de ellos. Conforme el agua viajara a través de la formación rocosa, se formaría el carbonato; cuando llegara al otro pozo, el agua, ahora ya sin dióxido de carbono, podría sacarse. El proceso podría repetirse una y otra vez. Sin embargo, hay muchas cosas que se desconocen respecto de una estrategia como esa. Para empezar, aunque verter agua en lo profundo de la tierra (donde las temperaturas y la presión son mucho más altas) podría hacer que el proceso de mineralización fuera miles de veces más veloz, podría formarse tanto carbonato que el flujo de agua se detendría. “Todo se bloquearía y el proceso se frenaría de pronto”, explicó Keleman.

Se necesitan experimentos y posibles proyectos piloto para entender mejor y optimizar este y otros procesos, dijo Keleman, pero hasta ahora los funcionarios omaníes se han mostrado reacios a otorgar los permisos necesarios. Los investigadores quizá deberán ir a otra parte, como California, donde las rocas son menos accesibles, pero el gobierno estatal se ha puesto metas ambiciosas para reducir las emisiones y está abierto a nuevas maneras para lograrlas. Kelemen y Aines han tenido charlas preliminares con funcionarios californianos acerca de la posibilidad de experimentar ahí. “En efecto, estaríamos dispuestos a participar para ayudarlos con el proyecto”, dijo David Bunn, director del Departamento de Conservación del estado.

Quizá la manera más sencilla de utilizar las rocas para capturar el dióxido de carbono sería extraer grandes cantidades, triturarlas para formar partículas finas y esparcirlas para exponerlas al aire. El material podría voltearse de vez en cuando para exponer superficies limpias, o quizá se le podría aplicar aire con una concentración más alta de dióxido de carbono para acelerar el proceso. Sin embargo, una operación de extracción y trituración a la escala necesaria sería muy costosa, dejaría marcas en el paisaje y produciría enormes cantidades de sus propias emisiones de dióxido de carbono. Así que los investigadores se están preguntando: ¿Por qué no usar rocas que se han extraído y triturado para otros propósitos? Ese tipo de rocas se encuentran en grandes cantidades en minas en todo el mundo, como residuos mineros. El platino, el níquel y los diamantes, en particular, se extraen de rocas que tienen mucho potencial de mineralización de carbono.

Gregory Dipple, un investigador en la Universidad de Columbia Británica que ha estado estudiando los residuos mineros durante más de una década, dijo en un principio que encontró evidencia de que los residuos rocosos estaban formando carbonato sin intervención humana alguna. “Fue evidente que los residuos estaban extrayendo dióxido de carbono del aire”, precisó.

Cómo las rocas de Omán podrían ayudar a salvar el planeta
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