jueves. 28.03.2024

(Texto: Rafael Unquiles en ABC; foto: Celia HK) Recorrer los Balcanes es enfrentarse a una frontera detrás de otra. Mejor que no se vaya con prisa. En cada aduana hay que someterse a un par de controles, primero al del país de salida y acto seguido al de entrada. Sacar los pasaportes se convierte en el principal cometido de la jornada.

En esta etapa de la ruta Huelva-Dubái hay que armarse de paciencia. Y no sólo para superar las fronteras de Italia-Eslovenia, Eslovenia-Croacia, Croacia-Serbia y Serbia-Bulgaria, sino también para pagar por cada kilómetro transitado -hay peaje de Valencia a Turquía- a pesar de que en no pocas ocasiones las autovías se encuentran en un estado deplorable.

El peso de la guerra aún se percibe en los Balcanes. Algunos edificios de Belgrado, la capital de Serbia, permanecen en el estado en que quedaron tras sufrir el efecto de las bombas. Los tranvías y los autobuses se caen a trozos y la red eléctrica discurre sustentada en desvencijados postes de madera que ofrecen una imagen en blanco y negro.

Es otra Europa que no tiene nada que ver con la de España, Francia e Italia. Una Europa donde el efecto de los nacionalismos ha dejado al territorio cuarteado por pasos fronterizos propios de los tiempos de la Guerra Fría y de los bloques. ¿Realmente sirven para algo además de para entorpecer el tránsito, provocar colas kilométricas de camiones a la espera de su turno o hacer perder el tiempo a miles de personas?

Mirando a los Balcanes desde esta perspectiva Andalucía se perfila como un digno representante del primer mundo: correcta red de autovías, no se paga peaje salvo en la autopista Sevilla-Cádiz, alta velocidad ferroviaria y las fronteras, por más que exista quien pretenda levantarlas, hace tiempo que fueron derribadas. Muchos jóvenes ni siquiera las recuerdan.

La idílica imagen andaluza siempre acaba hecha pedazos por el paro, por las corruptelas y hoy también por la renacida emigración. Lo saben hasta las rumanas que acuden a la provincia de Huelva para la campaña de las fresas. Ya han vuelto a su tierra y el destino ha querido que su ruta, realizada a bordo de un par de autobuses de Saiz Tour, se cruce con la de los integrantes de la expedición Huelva-Dubái en un área de servicio situada en las proximidades de Zagreb, la capital de Croacia.

Descubrir dos autobuses con matrícula de España en el lugar fue una sorpresa que creció en intensidad cuando uno de los conductores desveló que los ocupantes de ambos vehículos -en su mayoría mujeres- procedían de la localidad onubense de Cartaya. Regresaban a su país tras culminar la campaña. Y lo hacían satisfechos aunque con una notable preocupación: no saben si volverán a los campos andaluces. La mano de obra local, aplastada por el paro, exige cada vez mayor cuota. Llevaban tres días subidos al autobús y a esas horas estaban muy cerca de su país, donde intentarán buscar trabajo. Dicen que hoy se encuentra antes un empleo en un país de los Balcanes que en España.

Es lo que piensa el gasolinero de la estación de servicio situada nada más cruzar la frontera de Bulgaria. No duda al afirmar que en esa república ex comunista la situación no está mal en materia de empleo. Y que de hecho, su hermana, después de pasar una década en España, regresó hace una semana a su país en busca de un trabajo. El sueño español se ha venido definitivamente abajo.

En estos países, como en todos sitios en los tiempos que corren, se aprovecha cualquier oportunidad laboral. Y la venta de combustible es una. El último tramo de Bulgaria está marcado por una permanente presencia de gasolineras ya que en este país se pagan los precios más baratos de toda la zona: un litro de diésel, 1,25 euros. Incluso se puede conseguir aún más bajo si te adentras en unos detartalados polígonos donde parece que más que vender gasoil se dediquen al contrabando de sustancias ilegales.

La etapa finaliza en la madre de todas las fronteras, a las puertas de Turquía, un país marcado por el reciente estallido social. La ruta Huelva-Dubái obliga a cruzarlo por entero de oeste a este, desde Bulgaria a Irán. Casi dos mil kilómetros.

A saltos por la Europa de las fronteras
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