Haciendo el Guiri
Es un día de verano cualquiera, o quien dice verano, dice Semana Santa o uno de esos fines de semana especiales que sólo los turistas aprovechan. Tu ciudad está hasta arriba de turistas. Te diriges a tu centro commercial habitual, llegas, aparcas y te vas hacia el ascensor. La puerta se abre y la escena te sorprende la primera vez. El ascensor está poblado por unos cuantos turistas que sin comerlo ni beberlo se encuentran en el sótano del centro comercial y no saben cómo ubicarse, sonríen, comentan y tú sin enterarte de nada sonríes también, sacas el pulgar del bolsillo y lo apuntas hacia arriba en un movimiento universal para indicar que vamos hacia arriba, subes con ellos y se te olvida el incidente al cual no le das más importancia porque no la tiene.
Vuelves unas semanas más tarde y de nuevo presencias la misma situación rutinaria en el ascensor del aparcamiento. Esta vez son de un país totalmente distinto, pero han terminado de nuevo en el mismo sitio, y es entonces cuando recapacitas y es el hemisferio cerebral, que se encarga de la lógica, el que te suministra de una manera automática y convincente la explicación. Son turistas, no saben dónde están, no conocen ni la ciudad ni el entorno y es la primera vez que vienen a este centro comercial. Es normal, lo comentas en el ascensor y de repente otro lugareño, al que le funciona un hemisferio cerebral distinto al tuyo, te da una nueva versión: “es que son guiris”, intentando justificar de una manera graciosa y amable la circunstancia, y al final afirma: “siempre les pasa lo mismo, no se enteran de nada”. Sin darle más importancia, asumes que es una condición de turista el estar perdido. No importa si tienen mapa, llevan GPS o una tableta interactiva conectada a una red 3G. El turista siempre termina preguntado por direcciones y, cómo no, se va a perder en un sitio en el que nunca ha estado.
La experiencia vivida queda almacenada para siempre junto a la situación exacta de encender el interruptor de la luz antes de ir al baño, el olor a sofrito que hace tu madre, o el aroma dulce del agua de colonia que usa tu suegra, es algo natural. A partir de ahora no importa cuántas veces se repite la situación; ya no tiene importancia y no volverás a buscar explicación, aunque hay algo que no te cuadra y la inquietud sigue permanente dentro de ti.
Los años pasan y un buen día sales de tu país, emigras y vives en el extranjero, no quieres hacer el guiri, de modo que te informas e intentas captar las costumbres del lugar, sus usos, sus hábitos. Un día te vas a un centro comercial, subes un par de plantas en el ascensor y cuando te quieres ir a casa, te diriges al ascensor, seleccionas de una manera inconsciente la tecla B para salir a la planta baja y salir del centro commercial, de repente la puerta se abre y te das cuenta de que estás en el sótano, de que alguien te sonríe y saca el pulgar del bolsillo y haciendo un leve movimiento te indica que tienes que subir. En ese preciso instante te sientes transportado en el tiempo y en el espacio y te das cuenta de que acabas de encontrar la solución al problema que ignoraste: sólo en España la B es el bajo y en el resto del mundo la G no significa Garage.