¿Cómo me quiero morir?

Mural del fallecimiento de San José pintado por Henri Pinta que se encuentra en la iglesia francesa de San Francisco Javier de las Misiones Extranjeras en París.
"Espero que el último recipiente de lo que fue mi cuerpo, sea un modesto cofre de madera en el que se depositen mis cenizas, luego de haber reservado unos gramos para un futuro cohete colombiano al espacio y otros para la biblioteca Virgilio Barco, la Universidad Nacional y la Cancillería de Colombia. Eso sí, las cenizas restantes, las del cofre, deben estar mezcladas con las de mi amada Patricia"

Un diálogo que reproduje en mi columna anterior, entre los grandes histriones colombianos Vicky Hernández y Gustavo Angarita, a propósito del nunca suficientemente lamentado fallecimiento del segundo, quedó resonando como eco. Vicky le pregunta a Gustavo: “¿Cómo se quiere morir?” y Gustavo contesta: “Poco a poco, pausadamente, tranquilo, despacio, por partes…”. Esa pregunta ha motivado la columna de hoy. Bienvenidos.

Como diría un querido amigo valluno (del Valle del Cauca), ¡qué pregunta tan brava! En principio, debo decir que no, no me quiero morir, al menos, no todavía, porque seguramente si cambian las circunstancias (“yo soy yo y mis circunstancias” decía el filósofo español José Ortega y Gasset), puede que llegara a desearlo, nunca puede descartarse. Aunque la curiosidad puede más que la depresión y mientras tenga sentidos plenos y siga siendo el irremediable curioso que he sido, me gustaría seguir atisbando este mundo y su devenir.

Sin embargo, uno debe ser realista y luego de superar con creces la media centuria, es claro que estoy cada vez más cerca de la definitiva cama del sueño eterno, aunque en mi caso y aquí adelanto un deseo postrero, espero que el último recipiente de lo que fue mi cuerpo, sea un modesto cofre de madera en el que se depositen mis cenizas, al menos las que queden, luego de haber reservado unos gramos para un futuro cohete colombiano al espacio (por aquello de mi afición a la ciencia-ficción) y de las otras que puedan ser repartidas entre la biblioteca Virgilio Barco, mi sitio favorito del mundo, la Universidad Nacional y la Cancillería de Colombia. Eso sí las cenizas restantes, las del cofre, deben estar mezcladas con las de mi amada Patricia.

Pintura de Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos expuesta en el Museo Colonial de Bogotá sobre la muerte de San José.

Pero regresando a cómo me gustaría morirme, seguramente por mi condición cobarde (o prudente dirían otros), no quisiera que fuera en un acto violento, como en un accidente, menos por la mano de otro ser humano, no sólo por el dolor físico que eso implica, sino por la tristeza espiritual, sería partir con la sensación de un definitivo fracaso, de alguien que, a pesar de todas las pruebas en contra, sigue confiando en el ser humano. Si soy asesinado, querría decir que tengo un enemigo o varios y si he dado motivo para ello, he fallado irremediablemente en la vida.

No me gustaría morir tras una larga y absurda agonía, no quiero parecerme a esos perritos, cuya vida es prolongada absurdamente por sus dueños, a pesar de que para todos sea doloroso y penoso proseguir con su existencia, por un tema de egoísmo propio, más que por amor al fiel animal. Si uno realmente ama al amigo cuadrúpedo, en lugar de mantenerlo sufriendo, mejor que duerma rodeado de su familia humana.

Seguramente así me gustaría morir, como el bello mural del fallecimiento de San José pintado por Henri Pinta que se encuentra en la iglesia francesa de San Francisco Javier de las Misiones Extranjeras en París, en el cual se observa el final tranquilo del padre adoptivo de Jesús, no hay mayor amor en este mundo que el de los padres adoptivos, eso lo sabemos bien los hijos adoptados, quien se despide del mundo, acompañado por su esposa y Jesús oficiando como sacerdote, para facilitar el tránsito eterno, en un momento sereno, en una despedida bonita sin estridencias. Hay una pintura similar en el Museo Colonial de Bogotá, pintada por Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos, el primer artista bogotano universal, sobre quien volveremos algún día.

Siendo cinéfilo empedernido, que el director que ha dirigido mi película existencial tome la claqueta y diga en tono delicado: - Última toma y ¡haga un suave clac! No más.

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Dixon Moya es diplomático colombiano de carrera, escritor por vocación, lleva un blog en el periódico colombiano El Espectador con sus apellidos literarios, en el cual escribe de todo un poco: http://blogs.elespectador.com/lineas-de-arena/ En lo que sigue llamando Twitter lo encuentran como @dixonmedellin y explora el cielo azul en Bluesky como @dixonacostamed.bsky.social.