A Patricia y Sarita, mis compañeras de vuelo de cometa
Agosto ya se fue, pero dejó gratos recuerdos, es lo que el viento no se llevó. ¿Puede existir algo más bello que salir a volar cometa en un día de agosto? No sé en otras latitudes, pero al menos en Bogotá, Colombia, el octavo mes es el de los vientos, cuando todos volvemos de inmediato a la infancia y echamos a volar la imaginación de la mano de un instrumento hecho de papel o plástico, palos entrecruzados y una piola, pita, cuerda o como se le diga al control remoto que une el suelo con el sueño infinito de la cometa.
Todos los sinónimos de cometa en nuestro idioma son bellos en su sonido, como birlocha, volantín, barrilete, papalote, milocha, dependiendo el punto de la gran patria que habla en español. Seguro el nombre barrilete evoca la canción que ganó el festival OTI en 1977, del gran cantautor nicaragüense Carlos Mejía Godoy e interpretado por Eduardo “Guayo” González, que de ser canción infantil se convirtió en canción protesta contra la dictadura de Anastasio Somoza. Hablando de canciones relacionadas con la cometa, en Cuba le dicen papalote a este instrumento de ensoñación, y una de las tonadas más bonitas de Silvio Rodríguez se titula así. El querido amigo Jafet Enríquez me informa de otra canción triste de origen argentino titulada “Carta al Cielo”, una de las versiones más conocidas es del puertorriqueño José Feliciano. La tristeza (al menos en el caso del tango), debería tener denominación de origen argentino.
No puedo imaginar algo más sublime que el descubrimiento de una propiedad física, en este caso la naturaleza eléctrica de los rayos, como lo hizo Benjamín Franklin volando una cometa que llevaba una llave en su cola. El nacimiento del pararrayos, se dio en parte como ciencia, pero también como juego, que al final es lo mismo. Todas las cometas llevan una llave en su interior, al menos en el interior de los que las elevan. En el caso de los niños, la llave de la libertad, en el caso de los adultos la llave de la máquina del tiempo, en forma del recuerdo.
En Colombia, en la bellísima localidad colonial de Villa de Leyva, Boyacá, se lleva a cabo el Festival del Viento y las Cometas, cuando se congregan niños y adultos, aficionados y profesionales en el arte de volar cometa. Es uno de esos eventos que resulta imprescindible para propios y extraños. Un verdadero carnaval de formas y colores inunda el cielo boyacense.
Elevar cometa, nos permite a los hombres con los pies en la tierra pero la mente en el cielo, emular a los pilotos y otras aves del firmamento, remontarse a plenitud en el espacio. No resulta extraño que los padres, abuelos y tíos que llevan a los chicos a volar cometa, terminen literalmente quitándoles este objeto volador identificado a los niños, para ser ellos los pilotos de las cometas, bajo el pretexto que desean enseñar la mejor técnica del vuelo a los infantes, pero la verdad es que solo desean volver a sentir el gran placer de navegar ese ligero aparato de alegría.
En esta época de drones (que no son más que cometas pesadas con botones y mandos), sigue siendo muy bonito volar una cometa. Agosto ya se nos fue, pero nos queda el recuerdo de las cometas surcando el cielo, eludiendo los objetos voladores ajenos, así como las copas de los árboles y los cables de electricidad. Todo esto con la esperanza de llegar a un nuevo agosto, pleno de viento y color en el firmamento.
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Dixon Moya es diplomático colombiano de carrera, escritor por vocación, lleva un blog en el periódico colombiano El Espectador con sus apellidos literarios, en el cual escribe de todo un poco: http://blogs.elespectador.com/lineas-de-arena/