Por qué no volví a viajar en Semana Santa

De Medellín a Montería, en autobús y de noche camino de las bellas playas de Coveñas, al norte de Colombia, hubo hace 40 años un accidente aterrador que a punto estuvo de acabar en tragedia. (Fuente externa)
El Viernes Santo era un día sagrado destinado por completo a la oración e ir a misa durante el cual ni siquiera se podía hacer ruido

Por estos días los cristianos, en particular los católicos del mundo, conmemoramos la Semana Santa y en la mayoría de los países con esta fe, como España y América Latina se convierten en días de guarda, para no llamarles festivos, pues al final, de lo que se trata es recordar el sacrificio de nuestro señor Jesucristo. Evocación de una época que parece tan lejana y acabamos de dejarla a la vuelta de la esquina.

Es claro que nuestra sociedad occidental se ha transformado y el sentido mismo de la Semana Santa ha venido cambiado y actualmente desde el Jueves Santo hasta el Domingo de Pascua se toman como días para salir a pasear e incluso incurrir en los excesos que en otra época habrían sido calificados como pecados y no precisamente veniales. Provengo de un tiempo en el cual, especialmente el Viernes Santo era un día sagrado, cuando ni siquiera se podía hacer ruido, era destinado a la oración e ir a misa. Si uno hacía algún tipo de trabajo, le podía salir una cola de cerdo, como la tan temida en 'Cien Años de Soledad' o si uno se bañaba se podía convertir en pez, según las abuelas.

No se escuchaba música, la única permitida era la clásica, como el 'Réquiem' de Mozart, mucho menos era pensable encender aquel mueble de entretenimiento que se volvió tan imprescindible, el aparato de televisión, con el correr de los años y la flexibilidad de las costumbres, encendimos el dispositivo mágico y comenzamos a ver y repetir las películas relacionadas con temática sacra y por ahí derecho, las de romanos o péplum como dirían los expertos. Se abrió esa ventana y luego la puerta y no hubo marcha atrás. Eso ha contribuido a que 'Ben-Hur' (1959) no hubiera sido apreciada por nuestra generación, como una de las mejores películas de la historia, un impresionante espectáculo cinematográfico, porque incluso su tamaño se encogió.

Recuerdo cuando en el primer centro de educación superior al que ingresé, la Universidad Distrital de Bogotá, en donde de manera pertinaz cursé cuatro semestres de Ingeniería Forestal, a pesar de saber que no era lo mío, encontré un grupo humano de compañeros y amigos muy especial, que me hizo resistir a adelantar lo que finalmente sucedió, mi salida de la universidad, para encausarme por las humanidades, concretamente la Sociología y la Diplomacia. Al menos, el esfuerzo me sirvió para escribir un aceptable poema. Ahora bien, con algunos de aquellos amigos, realizamos un par de viajes durante dos Semanas Santas consecutivas, que resultaron tan inolvidables como suficientes.

En el primero de los paseos descritos, íbamos de Medellín a Montería en autobús y de noche, con la promesa de ver el mar en las bellas playas de Coveñas, al norte de Colombia y tuvimos un aterrador accidente que pudo haber sido una tragedia, si no hubiera sido por la pericia del conductor, aunque la responsabilidad había sido suya, por ir a demasiada velocidad y tomar una vuelta de manera riesgosa, chocando la llanta derecha trasera contra un bloque de concreto, a la vera del camino. La mayoría de los pasajeros íbamos durmiendo, me desperté en medio de la oscuridad, pensando que caíamos por un abismo, mientras la gente gritaba a todo pulmón, con un fuerte olor a neumático quemado.

El autobús no se volcó de milagro y quedamos todos asustados pero ilesos, viendo ya de madrugada la escena que estuvo a punto de ser trágica. Un año más tarde, también en Medellín en donde tenía casa Emperatriz, una de las queridas compañeras, volvimos a tener un choque, que también nos dejó muy perturbados, así que sin decirlo explícitamente decidimos no volver a viajar en grupo en días santos y en mi caso, cada vez que lo hago, no puedo evitar cierto desasosiego. Por ello, al menos en el presente año, estaré dedicado a leer, escribir y estar tranquilos con mi esposa Patricia, seguramente viendo alguna vieja película en televisión.

Sea el momento de recordar a un grupo entrañable de compañeros, agradeciendo a César Castro que me hace caer en cuenta que nos conocemos hace cuarenta años! Toda una vida y no me parece tan lejano en el tiempo. Un abrazo para Emperatriz, Vicky, Juan Carlos, Lucho, José Luis, Hans y César, siempre tan jóvenes en la memoria. Esperando que ellos y los lectores hayan tenido una relajada y reflexiva Semana Santa.

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Dixon Moya es diplomático colombiano de carrera, escritor por vocación, lleva un blog en el periódico colombiano El Espectador con sus apellidos literarios, en el cual escribe de todo un poco: http://blogs.elespectador.com/lineas-de-arena/  En Twitter (a ratos muy escasos) trina como @dixonmedellin.