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domingo. 21.09.2025

Cuando celebramos la muerte, perdemos humanidad

"Lo que genera cambio no es la rabia que busca venganza, sino la reflexión que busca justicia"
Una imagen a modo ilustrativo. (EL CORREO)
Una imagen a modo ilustrativo. (EL CORREO)

Es doloroso, profundamente doloroso, ver que el asesinato de Charlie Kirk —figura polarizadora, sin duda— haya sido recibido por algunos con júbilo. Celebrar la muerte de alguien, de izquierda, derecha o del centro, habla no solo de quién fue la víctima, sino de quiénes somos como sociedad cuando permitimos que el odio nos gane.

La base de la democracia occidental —ese sistema que muchos defienden con pasión— descansa sobre el derecho a opinar, a disentir, sin temor a ser silenciado, sin miedo al asesinato. Esa libertad no es un ideal abstracto; es el tejido que sostiene el espacio público donde se cruzan las ideas, donde la diferencia no obliga al exterminio, sino al diálogo.

No sirve de nada contabilizar «cuántos muertos hay de cada bando». Ninguna estadística puede justificar que se festeje una vida arrancada. Porque la vida humana no tiene afiliación política que la haga prescindible. Nadie —sea del partido que sea, de la ideología que sea— tiene derecho a matar a nadie. Celebrar una muerte es una sombra que le quitamos a nuestra propia dignidad.

He visto en mi vida luchas feroces por causas justas, debates encendidos por ideales profundos, y he aprendido que lo que genera cambio no es la rabia que busca venganza, sino la reflexión que busca justicia. Si un líder o ciudadano celebra esta muerte, el otro día podría celebrar otra. En ese juego de retribución, la cuenta se convierte en espiral sin fin.

Seremos mejores si nos detenemos a preguntarnos: ¿cómo hablamos del otro cuando ya no puede defenderse ni replicar? ¿Cómo tratamos al diferente cuando no está presente para escuchar nuestro juicio? Esa interrogación exige de nosotros ternura, integridad, coherencia. Porque la democracia no es solo el derecho a hablar, sino también el deber ético de escuchar, de respetar, aunque no se esté de acuerdo.

Hoy más que nunca, necesitamos líderes y ciudadanos dispuestos a elevar el debate, a exigir responsabilidad inclusive ante la muerte; que definan su compromiso no por la intensidad de su enojo, sino por la altura de su humanidad.

Que este episodio nos sirva para reafirmar lo que de verdad somos o queremos ser: una sociedad que opta por la compasión sobre el miedo; por la paz sobre la ira; por la vida, siempre. Porque solo así construiremos un legado civilizador que trascienda los mortales errores del odio.

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Cuando celebramos la muerte, perdemos humanidad