viernes. 26.04.2024

La ciudad de la alegría

Leer la novela de Dominique Lapierre te permite sentir la pobreza de la gente, ver las ratas que deambulan por suelos de lodo malolientes, masticar el polvo y la suciedad de las calles y casas del barrio de chabolas de Calcuta donde se desarrolla la historia, pero a la vez te transmite un emotivo mensaje de esperanza y de alegría
Cubierta de La ciudad de la alegría, escrita por el novelista francés Dominique Lapierre.
Cubierta de La ciudad de la alegría, escrita por el novelista francés Dominique Lapierre.

Estaba pensando mucho sobre qué libro recomendar para unas fechas como la Navidad, en la que se hacen y se reciben muchos regalos. Pero sinceramente, ¿cuántos de esos regalos se quedan en tu corazón? No tuve que seguir pensando, ya que al leer la noticia del fallecimiento del escritor francés Dominique Lapierre, me vino a la memoria uno de esos regalos que atesoro en mi corazón, y es su libro La ciudad de la alegría. La novela es un verdadero canto a la vida, al amor, a la esperanza y está escrita con tanto corazón que no puedes sino sentir una gran ternura.

La novela se centra en cuatro personajes, un cura católico francés, un médico norteamericano, una enfermera de Assam y un campesino indio que se gana la vida tirando de un rickshaw, y transcurre casi toda en un slum, un barrio de chabolas de Calcuta. Sus vidas se entremezclan sobre un escenario desolador, como lo es un barrio paupérrimo de Calcuta, en el que la gente sólo aspira a sobrevivir.

El lenguaje de Lapierre es tan fino y certero y su narrativa tan bien construida, que en tu cerebro se dibujan las escenas que va narrando como si fuera una película que pasa delante de tu mirada. Puedes sentir la pobreza de la gente, puedes ver las ratas que deambulan por suelos de lodo malolientes, puedes masticar el polvo y la suciedad de las calles y casas. También puedes sentir los temores de los personajes, su pena, su miedo y frustración, la rabia y la ira… Pero a la vez, y aquí está la grandeza de la novela, Lapierre transmite un emotivo mensaje de esperanza y de alegría, que te hace pensar en los problemas de uno mismo e inevitablemente surge la comparación. Ya me entendéis.

La novela, además, tiene un plus que te llena de sentimientos y remueve tu conciencia cuando la lees, y es que el autor y su esposa, cautivados por lo visto y vivido en la India, decidieron donar la mitad de los derechos de autor de su obra y los donativos de sus lectores, a acciones humanitarias en los barrios más pobre de Calcuta, las zonas más pobres de Bengala, y también en África y Sudamérica. Es un claro ejemplo de una máxima espiritual: devolver a la sociedad lo que esta te ha dado.

El autor pasó dos años en Calcuta para documentarse al escribir su novela y quedó marcado para siempre. Nació en 1931 en Chantelaillon, hijo de un diplomático, fue escritor y periodista. Tuvo una vida intensa e interesante llena de vivencias que alimentaban sus novelas. Conoció a la Madre Teresa y dijo que era la persona que más había influido en su vida, y fue ella la que le puso en contacto con un misionero inglés, James Stevens, que había fundado Resurrección, un hogar para niños leprosos, en el que se basó para construir el personaje de Paul Lambert, el cura francés en el libro.

La Madre Teresa le había dicho que escribir grandes éxitos literarios no era bastante, y que también es muy importante ser un actor en el campo de batalla contra las injusticias del mundo. Me gustan los libros que van a más allá de una historia, que extienden un mensaje con una especie de tentáculos invisibles que llegan a tocar ese punto sensible que nos humaniza, y esta novela es así, humana, sensible, dulce, delicada, y a la vez de una dureza estremecedora. Hay una película que protagonizó Patrick Swayze en 1992, pero yo prefiero el libro.

Os recomiendo que la leáis y que la regaléis, que os metáis en su lectura sin prejuicios, abiertos a experimentar, a aprender, porque al acabarla estoy segura de que sentiréis algo diferente, algo que se quedará en vuestro corazón. Y quedaos con este proverbio indio que Lapierre adoptó como lema de vida, Todo lo que no se da, se pierde

Feliz Navidad.

La ciudad de la alegría
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