viernes. 19.04.2024

Señora al volante

"Me dicen a los 25 que voy a conducir y tener coche y todo, y me muero de risa"
Conducir puede llevarte a la desesperación

Me dicen a los 25 que voy a conducir y tener coche y todo, y me muero de risa. Me apunté a la auto-escuela por aquello de certificar públicamente mi inutilidad motora y dejar de recibir presiones familiares, y resulta que un examinador cabrito fue y me aprobó.

Y a la tercera. Que era justo la última vez me presentaba -por orgullo y límites económicos- y sólo para poder decir aquello de «"por mí, que no quede, pero no está de Dios...» Pero cuando vi la cara de Hipólito -mi profe-, ese amago de abrazo y escuché el «¡campeona!» se me vino el mundo encima. Miedo, terror, vergüenza...

Barajé la posibilidad de no contarlo en casa. Pero hubiera sido una mentira de las gordas-feas, así que apechugué con las consecuencias. 

En el primer trayecto sola con criaturitas, los dos vomitaron a la vez antes de llegar al semáforo de la Castellana. La primera arrancona en cuesta se saldó con un golpe contra el coche de atrás. En mi primer puerto de montaña me quedé con la palanca de cambios en la mano -la arranqué de puro nervio, que pasar de 5º a 4º se me resistía..-, y sólo conseguí aparcar una vez en línea y porque era un descampado...

Cada vez que cogía el coche, aunque fuera para recorrer 200 metros, o simplemente pasar la aspiradora por los asientos de atrás y despegar chicles, me bajaba empapada en sudor y con tembleque de piernas.

Y cuando ya estaba a punto de tirar la toalla... me fijé en lo fácil que parecía conducir en las pelis americanas y recordé una escena de Sex in the City en la que Carrie no era capaz de hacerse a un coche de marchas... 

¡Se hizo la luz! si no tuviera que preocuparme por cosas como la palanca, lo de conducir iba a estar chupado.

Y fue por eso que mi pequeñín, mi C3, entró en mi vida. Automático él, y tan mono, que hasta prometí no fumar nunca dentro y esas cosas...

Perfecto todo ¿verdad? ya no me da miedo casi nada -salvo algunos parkings- y la noche que tuve que volver desde Robledo de Chavela en medio de un banco de niebla histórico, agua nieve y hasta un tifón, fue el «master car» que me quitó la tontería de encima de un plumazo. 

Ya, hasta soy capaz de girarme sin soltar el volante y repartir collejas, ni me inmuto cuando aparco -aunque salgan todos los del hogar del jubilado a asesorarme amablemente-, y... tachán... ¡tengo hasta una multa por exceso de velocidad! que pagué con orgullo.

¿Y a qué iba yo con toda esta introducción? Ah sí, que el mejor sitio del mundo para guardar las pinzas de depilar es el huequito ese de encima de la radio, y que el mejor momento para eliminar pelos inoportunos es un semáforo en rojo un día de sol o de resol. Se ven hasta los que están por salir. 

Siempre llevo unas pinzas de Tweezerman, mis favoritas, que se atreven hasta con el pelo más fino y débil y casi no me duelen.

Pero no me limito a eso, que para eso soy una beauty editor. 

En casa del herrero, puede que cuchillo de palo, pero lo que es en el coche... no y no.

No tengo ni idea de dónde está el triangulito de emergencias o el chaleco fosforito, pero es abrir la guantera y eso parece el tocador de la señorita Pepis.

Toallitas desmaquillantes -que igual un día se me queda el móvil sin batería y tengo que cambiar una rueda-; una crema de manos; una BB Cream por si acaso -yo me entiendo-; una lima de uñas -hay atascos que dan mucho juego- y soy fan absoluta de las de Beter; un lápiz de labios; y como herencia del otro coche -el de las marchas-, llevo el Puressentiel S.O.S. Viajes, un roller de 7 aceites esenciales que actúan sobre el sistema nervioso y digestivo. 

Lista no seré, pero práctica...

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Señora al volante
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