viernes. 26.04.2024

Makassar

"Le contesté que iría pronto, quizás hoy cuando ella terminase de trabajar. Su cara se iluminó y se llenó de alegría"

Tuk-tuk.
Tuk-tuk.

Se levantó temprano como cada mañana y después de desayunar un trozo de pan con mantequilla y beberse un vaso de leche rápidamente se dirigió a coger el autobús.

Trabajaba lejos de su casa y tardaba normalmente una hora en llegar. Como cada mañana el autobús la dejó en la parada, se bajó y fue caminando hasta el centro comercial donde estaba la tienda de ropa en la que llevaba un año trabajando.

Tenía tan solo 18 años y era quien mantenía a toda su familia. Vivía con sus padres, tres hermanos pequeños y su abuela. Su casa era una especie de chabola con suelos de cartón y techos de paja dividida en tres habitaciones. Las habitaciones estaban vacías, simplemente un colchón en el suelo donde dormían.

Ayer fui a verla a la tienda y se alegró tanto de verme. Me dio la bienvenida con una enorme sonrisa preguntándome: — ¿Cuándo vas a venir a ver mi casa y a conocer a mi familia?

Le contesté que iría pronto, quizás hoy cuando ella terminase de trabajar.

Su cara se iluminó y se llenó de alegría.

Volví a verla a las dos menos cuarto. Estaba cerrando la puerta de la tienda cuando llegué.

Nos dijimos hola y caminamos hacia la calle y paramos una tuk-tuk de las muchas que pasaban por allí.

¡Cómo me gustaba montar en las tuk-tuk! ¡Eran tan divertidas!

Los asientos eran tan pequeños y como corrían por las calles llenas de coches y gente sin importarle al conductor las normas de circulación...

Llegamos a su casa, me presentó a su familia con gran orgullo. Primero sus padres, después a sus hermanos que acababan de llegar del colegio y por último su abuela, la mujer más interesante que jamás hubieras podido imaginar. Tenía 80 años, hablaba inglés con un acento americano bien fuerte, holandés, el bahasa indonesia y algún que otro dialecto local.

Me saludó y me preguntó de que país venía con gran admiración. Pero la admiración fue la mía cuando comenzó a cantar canciones de Elvis Presley con una voz maravillosa y a contarme historias del pasado, de como los holandeses habían llegado a su ciudad y de como aprendió a hablar su lengua, que hasta hoy conservaba y hablaba con fluidez.

Poco después terminamos de hablar y me ofrecieron algo de comer. Durian y leche de coco. La fruta mal oliente de la que tanto me habían hablado.

La probé por cortesía aunque no me gustó nada, mientras ellos me miraban sonriendo. Poco después me despedí agradeciéndoles que me hubieran invitado.

Ella me acompañó hasta la parada del autobús, la misma en la que ella lo había tomado por la mañana y nos despedimos con un hasta luego.

Nunca más la volví a ver.

Regresé a su tienda una semana más tarde con la intención de saludarla y me dijeron que ya no trabajaba allí. Una rápida y loca tuk-tuk la había atropellado.

Y se fue sin decir adiós .La sonrisa más bonita de todo Makassar.

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