martes. 23.04.2024

¿Qué pasó realmente la noche en la que murió Bianca Smith?

Aneta se dirigió hacia la habitación, abrió la puerta y dejó una flor negra debajo de la cama. Todo ocurría en Brasov, plena Transilvania, donde el destino cruzó la vidas de dos vecinas
Brasov, ciudad situada al sureste de la región rumana de Transilvania donde se localiza el relato. (Mónica Ortega)
Brasov, ciudad situada al sureste de la región rumana de Transilvania donde se localiza el relato. (Mónica Ortega)

Vivía en una pequeña casa que estaba dentro de una yarda rumana. La conocí un día de agosto cuando paseando por Brasov me adentré en uno de los patios típicos de aquella ciudad y la ví sentada en el rellano de su puerta leyendo un libro rodeada de sus gatos. Dos gatos blancos  preciosos que solían sentarse junto a ella mientras disfrutaba de la sombra de una de las tardes más calurosas de aquel verano.

Aneta, que así se llamaba, vivía en Brasov desde hacía dos años, llegó al sureste de la región de Transilvania, cerca de los Montes Cárpatos, desde Bulgaria, su país natal.

Dejó su ciudad un 22 de septiembre, después de que su marido falleciera en un accidente de tráfico o eso fue lo que me dijo la primera vez que hablé con ella.

Pensó que lo mejor sería viajar a otro lugar donde pudiera empezar una vida nueva. Un lugar que no estuviera lleno de recuerdos, un lugar que tuviera el cielo azul en verano y las montañas blancas en invierno.

Hoy volví a pasar cerca de ella, como siempre la saludé dándole los buenos días. Ninguna de las dos hablabamos rumano fluído, pero nos podíamos entender, usabamos frases cortas, señas y alguna que otra broma.

—Aneta, buenos días— le dije —he venido a verte para darte estos dulces que yo misma he cocinado.

Aneta me recibió sin sonreir, cogiendo los dulces en la mano.

—Gracias— me contestó. 

—¿Qué te pasa? Hoy estás muy seria— le dije.

—Ven pasa, quiero enseñarte algo— me respondió.

Entré en su casa. Era una casa pequeña y oscura. Al abrir la puerta se podía ver directamente el salón, un sillón de piel marrón antiguo con grietas, detrás del sillón una estantería repleta de figuras de porcelana, de aquellas que se llevaban en los años 60, libros viejos y tazas de café por todos lados. De repente percibí un olor extraño… Tuve que taparme la nariz con disimulo mientras Aneta no me veía, creo que el olor venía del baño.

Nos dirigimos hacia la cocina, donde me ofreció un té verde sin azúcar, como a mí me gustaba. Lo acepté con gusto, aunque el olor que había en la casa no invitaba a quedarse mucho tiempo.

Bianca, aquí tienes tu té— me dijo.

Le di las gracias mientras tomaba la taza en la mano.

Aneta y yo éramos vecinas desde hacía unos meses. Yo había alquilado una pequeña casa cerca de la suya e iba a pasar un tiempo en Transilvania.

—Gracias Aneta— le contesté. Cuéntame, ¿Qué vas a hacer hoy? ¿Tienes algún plan? Te veo todos los días sentada en el rellano de tu puerta leyendo libros .¿Has pensado en salir algún día a dar una vuelta y hacer algo diferente?¿Quizás algún día podríamos salir juntas?

A Aneta no le hizo mucha gracia mi sugerencia. Me miró muy seria sin contestarme. Por lo que entendí que no le apetecía salir conmigo.

—Bianca, te he invitado a pasar a mi casa porque quiero enseñarte algo. Aquella era la primera vez que me invitaba a entrar, normalmente hablabamos en el patio.

Aneta se dirigió hacia el armario y sacó una caja de madera muy grande.La puso encima de la mesa y la abrió delante mía mostrándome lo que había dentro. Un crucifijo, unos pelos, dos huesos y un violin.

—¿Esto que es?—le pregunté extrañada.

—Son recuerdos de mi marido—me contestó.

De repente un escalofrío me corríó por todo el cuerpo y le dije que prefería que no me enseñará aquellas cosas. Me pareció muy raro que tuviera huesos en una caja. Entonces terminé el té rápidamente y me excusé, diciéndole que debía irme, que era mejor si nos veíamos otro día, que me dolía un poco la cabeza y que iba a acostarme la siesta.
Fue una simple excusa para salir de allí.

—Bianca, no te vayas, por favor. Quiero mostrarte algo. Este es el violín de mi marido. Mi marido era violinista. Quiero aprender a tocarlo, pero las clases son demasiado caras para mí— me dijo con tristeza. ¿Podrías dejarme algo de dinero? Solo necesito  trescientos leus para pagar el curso. La profesora me dará clases aquí en mi casa.

Entonces sentí pena por ella, aquella mujer solitaria que vivía rodeada de gatos, que apenas salía a la calle quería aprender a tocar el violín y necesitaba mi ayuda.¿ Por qué no?

Trescientos leus eran unos 60 euros, tampoco me estaba pidiendo demasiado.

—Sí, Aneta. No te preocupes. Yo te lo dejo para que puedas pagar tus clases. Toma.

Y sacando el dinero de mi cartera, se lo di en la mano.

—Gracias Bianca. Ahora debo irme, voy a acostarme al llegar a casa.

Aneta me acompañó hasta la puerta y nos despedimos.

Mi casa estaba al lado de la suya. Solo tuve que dar dos pasos para llegar a ella. Busqué las llaves en mi bolso, las saqué y las introduje en la cerradura, abriendo la puerta. Una vez la cerré detrás de mi, subí las escaleras .Eran unas escaleras fuertes, gruesas,de madera. 

Cuando llegué arriba, me quité los zapatos antes de entrar en el salón y los dejé en la puerta. El baño estaba a la derecha. Decidí entrar y lavarme las manos. Entonces de repente escuché la música de un violín. Parecía que venía de la casa de al lado. ¿Sería Aneta? No era posible que hubiese empezado sus clases de violín tan rápido. Acababa de salir de su casa. Me pareció todo muy extraño. Me acababa de pedir dinero para empezar a dar clases pero sabía tocar aquel instrumento perfectamente.

Entonces comencé a dudar de ella.Pensé que probablemente me había mentido. 

Terminé de prepararme un café y volví a ponerme los zapatos... Bajé las escaleras, abrí la puerta y me senté en la entrada con la taza en la mano mientras escuchaba la música. Sonaba bastante bien, como si llevase años tocando. 

De repente alguien abrió la puerta del patio y me llamó desde lejos. Entonces dejé la taza en el suelo y me levanté dirigiéndome hacia la puerta para ver quien era. Al acercarme pude descubrir que era el dueño de mi casa.

—Hola  Bianca, ¿cómo estás?

—Bien, ¿y tú?

—Pasaba por aquí y quería preguntarte si quieres venir por la oficina más tarde, tenemos que renovar el contrato de alquiler.

—Sí, claro— le contesté. Puedo ir mañana.

—¿Qué tal va todo en la casa? —me preguntó.

Le respondí que todo estaba bien. Que ayer hizo un poco de frío  por la noche y que pusé la calefacción. Que al principio no conseguía encenderla pero finalmente funcionó.

Florín, que era muy amable me dijo que si necesitaba algo solo tenía que decírselo y que él estaría encantado de poder ayudarme. También me contó que hoy había un festival medieval en la plaza, en el casco antiguo, que era bastante interesante, por si quería ir a verlo.

Le dije que me parecía una idea estupenda y entonces en vez de volver hacia mi casa, salí a la calle, me despedí de él y me dirigí hacia la Plaza Sfatului.

El festival no había comenzado, eran solo las 6 de la tarde. Al llegar busqué un restaurante donde sentarme y así  poder ver desde una de sus mesas todo lo que estaba ocurriendo en aquel lugar. Elegí un restaurante de comida local, me senté en las mesas de fuera y pedí una tabla de quesos rumanos y un vaso de vino blanco. De postre un papanaşi.

Eran casi las 7, aún quedaba una hora para que empezara el festival y ya estaba anocheciendo, de repente escuché música. No dude en girarme con curiosidad y ví a una mujer muy parecida a Aneta con un violín en la mano. La seguí con la mirada mientras desaparecía por una de las calles que había cerca de la plaza. 

No tardé en levantarme haciéndole un gesto al camarero y le indiqué que enseguida volvía, me asomé a la esquina de la calle para ver si la veía, pero ya no estaba allí, parecía como si se hubiese desvanecido, aunque aún se oía una melodía a lo lejos.

El camarero comenzó a llamarme, parecía preocupado, probablemente pensó que me iba a ir sin  pagar.

—¡Señora! Señora! — gritó  desde el restaurante.

Le hice un gesto con la mano, indicándole que pretendía regresar y así lo hice.

—Disculpe, he tenido que ir a mirar algo. ¿Puede traerme la cuenta por favor?

El camarero me trajo la cuenta, pagué y me fui. Estuve un rato paseando por la plaza, el festival medieval acababa de comenzar, habían abierto muchos puestos donde los artesanos vendían sus productos. Cerámicas, manteles, jabones... había un poco de todo. Compré varias cosas que me gustaron. También vendían vinos de la región y un hombre vestido con un traje típico me ofreció varios de ellos para que los probara. Lo hice con gusto y compré una botella.

Mientras tanto Aneta, que había  vuelto a su casa corriendo, por miedo a ser descubierta, estaba contando el dinero que había conseguido esa tarde tocando su violín. Lo hacía todos los días para poder pagar el alquiler. Tenía problemas económicos y una gran deuda que solventar en su país, por eso había huído de allí.

Era la hora de la cena y los gatos que estaban fuera comenzaron a maullar. Parecía que tenían hambre. Entonces les preparó la comida y salió a buscarles. Estando fuera se percató de que yo me había dejado la llave puesta en la cerradura de mi casa. Se acercó a la puerta para comprobar si estaba abierta. Efectivamente lo estaba y sin pensarlo dos veces la empujó, entró y subió las escaleras. 

Al llegar arriba miró rápidamente a su alrededor y se dio cuenta de que había una botella de agua encima de la mesa de la cocina. Entonces sacó una pastilla que tenía en el bolsillo y la echó dentro de ésta. Mientras se disolvía, Aneta se dirigió hacia la habitación, abrió la puerta y dejó una flor negra debajo de la cama.

¿Qué pretendía hacer esta mujer tan misteriosa? ¿Estaría buscando dinero en casa de su vecina?

Se estaba haciendo tarde y quería levantarme temprano al día siguiente, así que decidí marcharme de la plaza. Me dirigí hacia mi casa, que estaba bastante cerca. Cuando llegué a la puerta principal que daba al patio, la abrí. Tuve que encender la luz de mi móvil para iluminar la entrada ,pues estaba muy oscuro. Después de cerrar la puerta, caminé por el patio hasta llegar a mi casa. Tuve que andar con cuidado pues el asfalto estaba bastante estropeado y antiguo, las baldosas estaban rotas y habia agujeros en el suelo. Al llegar a la puerta, observé que mi taza de café seguía en el mismo lugar donde la habia dejado anteriormente. 

Introduje la mano en mi bolso para coger las llaves pero no las pude encontrar. De repente me di cuenta de que la puerta estaba abierta y la llave en la cerradura.

—¡Madre mía! ¡Qué memoria la mia! Me he dejado la llave  puesta… debí de olvidarme cuando Florín me llamó. 

Entonces recogí la taza del suelo y entré en mi casa. Cerré la puerta detrás de mí y comencé a subir las escaleras.
El sonido de mis pasos alertaron a Aneta que aún estaba dentro y rápidamente buscó un lugar donde esconderse.
Al llegar al final de las escaleras, me quité los zapatos como siempre solía hacer  y los dejé allí mismo. Fui al baño primero y después me dirigí hacia la cocina que estaba dentro del salón. Abrí el armario y cogí un vaso. Tenía sed. Me acerqué a la mesa y me serví agua. Entonces puse la televisión y comencé a escuchar las noticias mientras bebía. Después de un rato me sentí cansada.

—Creo que me voy a ir a dormir— pensé.

Me levanté de la silla y me fui hacia mi habitación. Me quité la ropa y me puse el pijama y me metí en la cama, apagando la luz. 

Poco después cerré los ojos. Estuve allí tumbada durante más de media hora, no podía parar de pensar en aquella caja con huesos que había visto en casa de Aneta. La verdad es que me puse nerviosa y comencé a dar vueltas en la cama. De repente sentí un intenso dolor de cabeza y cientos de zumbidos me acorralaron el pensamiento, se me bloqueó la mente, las manos me comenzaron a temblar, el aliento casi se me detuvo, me costaba respirar y sentí una gran presión en el pecho que me hizo flaquear las piernas.

Tuve que cerrar los ojos otra vez. Entonces sentí que las lágrimas se me iban agolpando poco a poco como si estuvieran pidiéndome permiso para salir. Muy lentamente fueron acercándose a cada una de las membranas de mi piel, despacio, con timidez hasta que no pude contenerme más y abrí los ojos, aquellos ojos verdes preciosos que mi madre me dio al nacer y una suave agua de vida comenzó a correr por mis mejillas……

Entonces Aneta, que durante todo este tiempo había estado escondida, entró en la habitación y recogiendo la negra flor que anteriormente había dejado en el suelo, la colocó a mi lado en la cama.

La miré con desesperación, pidiéndole ayuda con los ojos. No podía hablar, ni apenas moverme.

Entonces ella comenzó a llorar. No sé si de alegría o de pena. Siempre me quedaré con la duda.

Y me observó, mientras me quedaba sin respiración, mientras moría lentamente, allí delante de ella, de aquella manera tan silenciosa y cruel.

En los últimos instantes, justo antes de irme, no pude evitar dejar de escuchar aquella dulce melodía de su violín que me invitaba a descansar para siempre.

Y finalmente me pregunté a mi misma mientras una gran tristeza se quedaba de inquilina en mi corazón:

¿Qué fue lo que pasó realmente la noche en la que murió Bianca Smith?

¿Qué pasó realmente la noche en la que murió Bianca Smith?
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