Cuando se toma conciencia de que lo ocurrido se encuentra a tiro de piedra de Emiratos Árabes Unidos -de Ras Al Khaimah, de Unm Al Quwaim, de Ajman, de Sharjah o de Dubai-, comienzan a aflorar las alarmas. Al menos así me he sentido yo, alarmado, en el instante en que escuché que una devastadora explosión ha arrasado el puerto iraní de Bandar Abbas. Para que ustedes se hagan una idea, el punto donde se ha localizado la tragedia está a poco más de cien kilómetros de Ras Al Dahrah, que es el pueblo de Ras Al Khaimah localizado justo en la frontera norte de Emiratos Árabes con el Sultanato de Omán. Para ser más concreto, es el pueblo que cruzamos cuando vamos a disfrutar de los espectaculares fiordos de Musandam en el Estrecho de Ormuz, la puerta del Golfo Arábigo. Explico esto, que habrá numerosos residentes que lo tengan clarísimo, porque me da la impresión de que hay quienes viven en Dubai o Abu Dhabi en una burbuja que los aisla de su entorno y que les impide conocer el lugar donde residen. De hecho, he coincidido con personas que no sabían situar en un mapa Dubai. Es algo que supongo resulta normal entre quienes, sin tener especial interés por la geografía, se suben en un avión y aterrizan en las inmediaciones de Deira. Para ellos la cosa ha consistido en un simple traslado -o no tanto- y lo mismo que habitaban en Europa o América ahora lo hacen en Emiratos. En su tierra vivían como occidentales y en Dubai y Abu Dhabi también, sólo que un poquito mejor. Y no conocen que se hallan en el corazón de Oriente Medio, una región en permanente conflicto que incluye a pocas millas marinas de distancia, por ejemplo, la República Islámica de Irán, que es precisamente el país donde este sábado estallaron unos depósitos con productos químicos usados para fabricar un propulsor destinado a reabastecer las reservas de misiles de Irán, que se han agotado debido a los ataques directos contra Israel en la guerra contra Hamás en la Franja de Gaza.
Quizás yo percibo la proximidad con más intensidad porque conozco Bandar Abbas. Allí pasé en su momento tres días a la espera de subirme en un ferry que me trasladara hasta el puerto de Sharjah. Y sé que es una ruta que cubren miles de personas asiduamente, unas en busca del sueño emiratí y otras simplemente para visitar a familiares o pasar unas jornadas en Dubai. Es decir, por más que no sea de común dominio, las comunicaciones entre Bandar Abbas y Emiratos Árabes son diarias y fluidas. Y alcanzan tanto al transporte de pasajeros como de mercancías. Como solemos decir los occidentales, o más concretamente los españoles, son el pan nuestro de cada día. Emiratos Árabes e Irán están tan cerca que, de seguir viviendo en aquel dúplex de Marjan Island donde pasé varios años, desde mi terraza estoy seguro de que ayer habría avistado esa columna de humo negro que hoy aparece en todos los medios. Y cuando se ve el humo hay que comenzar a tomar precauciones. Aunque, hay que decirlo, en Emiratos Árabes todo está bajo control. Es un país súper seguro a todos los niveles. Puede que, a pesar de su localización geográfica, más que ningún otro. Una conclusión a la que he llegado -una vez más- tras acabar de leer esta mañana que un atropello masivo durante la celebración de un festival callejero de la comunidad filipina en Vancouver (Canadá) ha dejado un reguero de muertos. Es necesario subrayarlo.
