Bienvenida la discrepancia y la polémica. La recibimos con los brazos abiertos. Es muy sano lo ocurrido con la perspectiva que EL CORREO DEL GOLFO, periódico que dirijo y que se edita en Emiratos Árabes Unidos, ha ofrecido sobre las medidas acometidas por el Gobierno de Panamá para plantar cara al coronavirus. Sin duda, algo altamente recomendable. Un medio presenta una perspectiva y los lectores casi diría que están obligados a plasmar su posición. Unos están a favor. Otros en contra. Y todos seguro que llevan parte de razón. La realidad no es única. Hay numerosas realidades. En Panamá y en cualquier lugar del planeta. De modo que, vaya por delante, mi agradecimiento para todos aquellos que han expresado su opinión ante un texto -también recogido por diarios panameños- que a estas horas registra miles de visitas y que, básicamente, reconoce que Panamá y su presidente han acertado a la hora de enfrentarse a la crisis del coronavirus.
En estas tremendas circunstancias, la vida, que a veces dibuja extraños meandros, me ha permitido ser testigo directo de cómo en varios lugares del planeta han actuado para impedir el avance del Covid-19. Hace unas horas publiqué otro comentario en el que daba cuenta de la experiencia que estoy viviendo en Colombia, donde me encuentro en cuarentena. Y ahora, al hilo de la información que este periódico ha difundido sobre Panamá, quiero relatar varios hechos. Como ya expliqué en mi texto “Soy español y doy gracias a Colombia”, el 6 de marzo salí de Dubai rumbo a Madrid. Y al día siguiente viajé de Madrid a Ámsterdam, de Ámsterdam a Ciudad de Panamá, de Panamá a Bogotá y de Bogotá a Cali, todo ello –lo aclaro por si alguien siente curiosidad ante tanta escala- para que el viaje me resultara lo más económico posible. A Cali llegué a las 11 de la noche (hora local) del 7 de marzo.
Es decir, entre el 6 y 7 de mayo, cuando ya el coronavirus había enseñado sus garras en el sur de Europa y otras partes del mundo, estuve en los aeropuertos de Dubai, Madrid, Ámsterdam, Panamá, Bogotá y Cali. Y sólo –aquí va el hecho- en el aeropuerto de Ciudad de Panamá fuimos sometidos los casi 500 pasajeros que viajábamos en el vuelo de KLM procedente de Holanda a control sanitario. Sólo en Panamá. En ese instante, no había controles ni en España ni en ninguno de los lugares de América que visité. Al menos en los aeropuertos, principal puerta de entrada del Covid-19. Ni siquiera había adoptado medidas El Salvador, que días después se reveló como un avanzado a la hora de iniciar acciones y cerrar totalmente sus fronteras. En cambio, Panamá ya las había iniciado. Y esto no es una valoración ni una interpretación ni algo que he escuchado por ahí. Es lo que yo viví en primera persona. De modo que, y aquí va la opinión, algo habrá que reconocerle al Gobierno de Panamá.
El avión aterrizó en el Aeropuerto Internacional de Tocumen a las 4 de la tarde -más o menos- del 7 de marzo. Y al final del túnel de acceso a la terminal nos esperaban varios sanitarios –siempre agradecido a ellos- con un aparato que plantaron en la frente de cada pasajero para medir nuestra temperatura corporal. Había leído que esto se estaba haciendo en todos los aeropuertos, pero yo no lo vi hasta que pisé suelo panameño.
Para ser riguroso en este relato cuento que cuando, horas después, llegué a Bogotá, tras pasar el control de inmigración, había varias personas que a quienes por allí pasábamos nos pedían que nos detuviéramos en el caso de que no nos hubieran medido la temperatura. Supongo que para ponernos ese termómetro tan moderno y rápido. Pero como no era obligatorio, que yo viera, nadie se paró. Todos seguimos adelante y cada uno se adentró en su camino.
Colombia reaccionó poco después e implantó estrictas medidas. Pero eso fue más tarde. Ese día, 7 de marzo, no existían controles ni en España ni en Holanda ni en Colombia. Sólo en Panamá.