viernes. 26.04.2024

Empecemos por el final. Domingo, 12 de diciembre. 15.00 horas local. Salimos del hotel Le Meridien, de Abu Dhabi, en dirección a alguna parte del desierto. En 20 minutos, quizás 25, los rascacielos se han esfumado y los edificios empiezan a escasear a través del cristal del taxi. Pronto dejamos de otear todo rastro de civilización. El cielo es diáfano. El sol aprieta. Pero en el interior del vehículo es invierno. El paisaje se torna uniforme. Una llanura infinita se extiende más allá de nuestros ojos. Al este y al oeste; al norte y al sur. Al principio, se trata de una lámina inabarcable de tierra compacta, pero en seguida se alzan las dunas ondulantes de arena dorada

De repente, se acaba el asfalto. Nos internamos por una pista amplia de piso irregular. El vehículo pone a prueba sus amortiguadores a una velocidad poco recomendable. Los kilómetros se suceden monocordes, uno detrás de otro, al modo en que un velero se aleja de la costa y se adentra en un universo de agua inagotable. El desierto es un océano de arena bravía y horizonte insondable. De pronto, el conductor duda y desacelera la marcha. Coge el móvil y conversa con uno de los otros tres taxis que integran el convoy. 

Nos hemos perdido. Es otra de las paradojas del desierto. Caminas en línea recta durante horas y, antes de que te des cuenta, se han desorbitado los puntos cardinales en tu cerebro. Damos la vuelta en sentido contrario y nos paramos junto a un vehículo conducido por beduinos. Apenas acierto a entender tres palabras en árabe: “¿Pero dónde vas?”. El señor levanta la mano hacia el horizonte y efectúa unas cuantas indicaciones al taxista. Volvemos. Nos hemos dejado un desvío a la izquierda, imposible de detectar en este mar arenoso de caminos invisibles

Al fin llegamos a una fortificación de piedra y barro, en cuyo interior se ubica un complejo turístico de bungalows independientes y una cierta arboleda de clima seco. Algo parecido a un oasis reparador. Son casi las seis de la tarde y aún no hemos almorzado. Es nuestro último día en Emiratos Árabes Unidos. Y nada más excitante que cenar bajo las estrellas en un punto perdido de la Península Arábiga. Justo desde aquí, desde los parajes inhóspitos de silencio y arena, brotaron hace ahora medio siglo los emiratíes que hoy han logrado levantar un país asombroso en el corazón del desierto. 

La expedición española ha mantenido en Emiratos Árabes numerosos encuentros de alto nivel. (A. Moreno)La expedición ha mantenido numerosos encuentros de alto nivel. (A. Moreno)

Esta noche cerramos el círculo de una visita de nueve días a Emiratos. Ha sido un viaje espléndido. Uno de esos regalos imprevistos llovidos del cielo. La delegación está integrada por diez personas bajo el patrocinio de la Fundación para la Cultura Islámica y la Tolerancia Religiosa (FICRT). Su presidente es Jumaa Al Kaabi y su director científico Mohammed Dahiri, profesor de la Universidad Complutense de Madrid. El viaje se produce en el marco de la segunda edición del Programa de Intercambio Científico y Cultural entre España y Emiratos. Hemos seguido una agenda de trabajo intensa, en sesiones de mañana y tarde, con múltiples y variados encuentros con autoridades culturales y universitarias, expertos e investigadores del diálogo interreligioso

Primero, el desierto. Luego, la hospitalidad. Dos caras, quizás, de la misma moneda de un pueblo que hasta antes de ayer habitaba en jaimas y casas de adobe. Los emiratíes pueden haber abandonado su forma de vida originaria, pero no han perdido su capacidad de acogimiento. Desde Jumaa Al Kaabi hasta el último de los que hemos conocido nos han abierto la puerta de su casa con un afecto y una consideración difícilmente igualables. 

Primero, el desierto. Luego, la hospitalidad. Dos caras, quizás, de la misma moneda de un pueblo que hasta antes de ayer habitaba en jaimas y casas de adobe

El grupo llegó a Abu Dhabi el 4 de diciembre. Los primeros dos días los integrantes de la delegación española asistimos al Octavo Foro por la Paz, con la participación de académicos y líderes religiosos de numerosos países. La reunión internacional se celebró en uno de los señoriales hoteles que menudean en la ciudad y centró sus sesiones en el examen y reflexión en torno al concepto de la “Ciudadanía inclusiva”. Sobre este mismo asunto, se organizó un taller de diálogo junto a una treintena de especialistas procedentes de Estados Unidos, Finlandia, Kosovo, Emiratos y otros países de la región

El martes 7 de diciembre la delegación española visitó el Centro Jumaa Al Mayid para la Cultura y el Patrimonio, una institución privada vinculada a la Universidad Al Wasl, de Abu Dabhi. Podríamos decir que la fundación fue creada antes de ayer. En 1991. Y centra sus actividades en la difusión cultural y la edición de publicaciones. Sorprende que, en apenas 30 años, haya logrado acumular un fondo bibliográfico de más de dos millones de ejemplares, así como completar una colección de manuscritos históricos de gran valor. 

Nos recibió el director del centro, Mohammed Kamel Jad, con la amabilidad de un beduino del desierto. Nos mostró las instalaciones, nos guió por los archivos donde conservan su tesoro de papel, nos franqueó la puerta del departamento de digitalización y respondió a cuantas preguntas quisimos formular. Jumaa Al Mayid es un centro privado, fundado y financiado por un benefactor del mismo nombre. No solo reúne libros y acumula manuscritos en los anaqueles. Un equipo de especialistas trabaja también en la restauración de documentos antiguos de todo el mundo, que posteriormente son digitalizados y pasan a integrar el archivo del centro. La institución colabora con 45 bibliotecas de 33 países.

Manuscritos en árabe en el Centro Jumaa Al Mayid. (A. Moreno)Manuscritos en árabe en el Centro Jumaa Al Mayid. (A. Moreno)

En el turno de preguntas, sucedió una anécdota singular. Luis Miguel Cañada, profesor de árabe y traductor de la legendaria Escuela de Toledo, inquirió al director del centro por un manuscrito en árabe de magia y medicina, en cuyo estudio está volcado. Cañada había solicitado a principios de año una de las tres copias del documento que conserva la British Library. Estamos a punto de cerrar diciembre y el investigador de la Escuela de Traductores de Toledo aún no ha recibido respuesta de la noble institución inglesa. El director del Centro Jumaa Al Mayid tomó con su móvil una fotografía de la primera página del texto mientras ambos descendían por las escaleras. Y apenas habían transcurrido unos minutos cuando un empleado abordó al profesor Cañada con un cederrón que contenía una copia digitalizada del manuscrito que la British Library se estaba tomando su tiempo en entregar al investigador español. 

Perspectiva del Campus de la Universidad de Sharjah. (A. Moreno)Perspectiva del Campus de la Universidad de Sharjah. (A. Moreno)

Los milagros del desierto son así. No cae una gota de agua en meses, pero llueven manuscritos digitalizados cuando menos te lo esperas. Así emergieron también los rascacielos en medio de la arena. Cientos de rascacielos que hoy ya constituyen un signo identitario de Dubai, tal vez como tarjeta de presentación ante la comunidad internacional de un país que busca el reconocimiento a través de la hipérbole. La torre más alta del planeta. El centro comercial más extenso. El campus universitario más colosal. 

Los milagros del desierto son así. No cae una gota de agua en meses, pero llueven manuscritos digitalizados cuando menos te lo esperas

Y, en efecto, no sabría decir si la ciudad universitaria del emirato de Sharjah es la más gigantesca del mundo. Pero, desde luego, lo parece. Llegamos al centro a las 9.00 horas de la mañana después de un largo viaje desde Abu Dhabi. Salió a recibirnos, cómo no, el director general del complejo académico, Jalid Bin Butti Al Hajri. Tras el saludo de rigor, nos condujo a una sala de reuniones impecablemente amueblada y provista de una pantalla digital sobre la que proyectó las cifras del campus. 15 kilómetros cuadrados, 33.000 estudiantes y docentes, cinco instituciones integradas y hasta un hospital público. 

Breves minutos después, nos invitó a conocer las mastodónticas dimensiones del complejo universitario. En autobús, por supuesto. Lo que hasta antes de ayer era un terreno yermo hoy es una interminable finca ajardinada poblada de facultades, bibliotecas, museos y edificios administrativos. Todo exhibe orden y pulcritud. El autobús recorrió kilómetros y kilómetros de un campus inabarcable. Visitamos media docena de centros: la casa de los manuscritos islámicos, un museo de mapas históricos, un centro sobre la Kaaba, la sede del diccionario histórico del árabe. 

La gran Mezquita del Sheij Zayed en Abu Dhabi. (A. Moreno)La gran Mezquita del Sheij Zayed en Abu Dhabi. (A. Moreno)

Los días se han sucedido intensos y sugestivos. Nos hemos sumergido en la ciudad futurista de la Expo Dubai 2020, hemos visitado la soberbia réplica del Louvre y nos hemos zambullido en la luz blanquísima y purificadora de la gran Mezquita del Sheij Zayed. Pocos edificios hay en el planeta tan magistralmente concebidos. Refinado sin artificiosidad. Soberbio sin jactancia. Nos recibió el director general del complejo religioso en una amplia sala elegantemente decorada y con él departimos unos minutos mientras nos servían un café suave sin azúcar en diminutas tazas de papel. 

Emiratos Árabes está más cerca de Suiza que del caos arrollador de mi añorado Egipto. No me olvido de los deliciosos zumos de mango. Ni de los shawarmas de carne y verdura que nos hacen la vida más llevadera

De Emiratos ha vuelto a asombrarme la limpieza escrupulosa de sus calles y la voluntad de orden que anima su vida diaria. Más cerca de Suiza que del caos arrollador de mi añorado Egipto. No me olvido de los deliciosos zumos de mango. Ni de los shawarmas de carne y verdura que nos hacen la vida más llevadera. 

Pero volvamos al desierto. A la última noche de nueve días inolvidables en Emiratos. Después de cenar, nos reunimos a cielo abierto alrededor de una candela sentados sobre confortables divanes. La brisa era tibia y la noche negra. Bajo la bóveda celeste, conversamos durante una hora en paz y amistad. Como si nuevamente volviéramos a ser un puñado de beduinos sin rumbo en el corazón del universo. 

Nueve días en Emiratos
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