jueves. 28.03.2024

El día en que un misil iraquí pulverizó la vida de Julio Anguita Parrado, la periodista Ángeles Espinosa se encontraba tecleando el ordenador en un hotel de Bagdad. Era el 7 de abril de 2003. El joven cordobés, hijo del célebre coordinador general de Izquierda Unida (IU), trabajaba como corresponsal incrustado en las tropas estadounidenses que avanzaban hacia la capital iraquí en una de las guerras más decisivas de nuestro tiempo. La noticia de su muerte corrió como la pólvora esa mañana. El Ejército americano había llegado ya a las puertas de Bagdad y la suerte de Sadam Hussein estaba echada. Ángeles Espinosa y Julio Anguita Parrado se encontraban a escasos kilómetros entre sí, cada uno a un lado del frente.

“Recuerdo ese momento”, asegura la corresponsal de El País. “Nos quedamos unos segundos sin saber qué decir. Se te pone la carne de gallina. Pierdes la coraza de chica valiente y te das cuenta de que eres muy vulnerable”. Dieciocho  años después de aquel instante funesto, Ángeles Espinosa acaba de recibir el Premio Internacional de Periodismo Julio Anguita Parrado, convocado por el Sindicato de Periodistas de Andalucía. No es el primer reconocimiento que recibe a su dilatada trayectoria profesional. Ya es acreedora de los premios Ortega y Gasset, Club Internacional de Prensa y Víctor de la Serna. Espinosa empezó muy joven. Con solo 23 años se plantó en Beirut como corresponsal en medio de una guerra civil devastadora. Desde entonces, ha cubierto los acontecimientos cruciales de Oriente Medio en los últimos 35 años y ha sido enviada en El Cairo, Bagdad y Teherán, de donde fue expulsada en 2011 por entrevistar a un líder disidente. Hoy sigue cumpliendo puntual con su oficio desde Dubai.

Acaba de recibir el Premio Julio Anguita Parrado, que murió por un misil en la guerra de Irak. ¿Qué siente: orgullo o pavor?

Me produce un sentimiento ambivalente. Por un lado, solo la mención del nombre me recuerda aquel momento, que fue muy duro. Y te hace ilusión el reconocimiento. Cómo no. A todos nos gusta que reconozcan nuestro trabajo. Cuando me lo dieron, pensé en el momento en que nos comunicaron la muerte de Julio Anguita. Es un premio que recibo con honor y pena por el recuerdo.

¿Un corresponsal de guerra es el último vigía ante el horror?

Ojalá fuera así. Por un lado, hemos idealizado mucho al corresponsal de guerra. Y por otro, el cambio que se ha producido en los conflictos ha acabado con esa figura idealizada. Hasta la guerra de 2003, los periodistas podían acudir a un lado y otro del frente y contar lo que veían. Los nuevos conflictos, tras la Primavera Árabe, no tienen frentes tan marcados y han convertido a los periodistas en objetivos de los grupos y milicias. En ese sentido, han acotado nuestra capacidad de ser testigos. Hay países a los que es prácticamente imposible acceder. Estoy pensando en Yemen. Es un país que yo he cubierto desde la unificación de 1990 y, desde que toman el poder los hutíes, no he sido capaz de tener los dos visados: el de Sanaá y el de Adén. Y para llegar a Sanaá necesitas el visado de Adén, que es el Gobierno legítimamente reconocido. Mientras están pasando cosas de las que tenemos noticias de manera indirecta, por ONGs o por compañeros locales.

"Ser periodista es una profesión de riesgo pero no solo para los corresponsales sino, sobre todo, para los periodistas en países donde no se respeta la libertad de expresión y son autocráticos"

¿Informar en Oriente Medio sigue siendo un oficio de alto riesgo?

No solamente aquí. Esta parte del mundo ha recibido una atención quizás excesiva por muchos factores. Pero, si uno mira a América Latina o a Centroamérica, ves la cantidad de colegas que mueren allí cada año. Ser periodista es una profesión de riesgo pero no solo para los corresponsales sino, sobre todo, para los periodistas en países donde no se respeta la libertad de expresión y son autocráticos. Allí se convierten en un objetivo de los grupos de poder.

Ha cubierto usted la guerra de Líbano, las dos del Golfo, la de Irán, la de Yemen y, al principio, la de Siria. ¿Todas las guerras son la misma guerra?

Si uno piensa en las víctimas civiles, sí. Son los que pagan y los que llenan las fosas comunes y los cementerios. En el sentido del dolor, sí. Después cada país tiene su contexto, sus intereses políticos, se superponen a los problemas locales los problemas regionales, y tienen responsabilidad las grandes potencias. Hay una especificidad que depende de cada conflicto.

Lleva ya casi 35 años en Oriente Medio. ¿Por trabajo o por fascinación?

Quizás vine por curiosidad e interés por entender y llega un momento en que estoy aquí por trabajo. Con el tiempo, y viendo como se enquistan los conflictos, es una zona que produce una cierta fatiga mental. Este no es un trabajo de 9 a 5. Está alimentado por la vocación. No se puede separar el trabajo de esa curiosidad de querer comprender. No creo que este trabajo se pueda hacer porque no se tiene otra actividad. Tiene que gustar.

¿Qué es lo que todavía le sorprende del mundo árabe?

Que nunca llegas a entender. Cuando tienes una nueva clave, una nueva ficha para el puzzle, hay algo que te descoloca. Siempre hay elementos nuevos. Y, sobre todo, de forma preocupante, me parece todavía increíble la capacidad que tienen los regímenes autocráticos para seguir manteniendo el control, particularmente en esta época de fluidez de información, de redes sociales y de conexiones rápidas. Y creo que eso está agitando las aguas de la región.

¿Y por qué tienen esa capacidad de supervivencia?

Hay dos factores importantes. Uno es económico: evidentemente el petróleo sigue facilitando mucho dinero. Y el otro es político: tiene que ver con occidente y  habernos creído que la dicotomía en esta parte del mundo es entre democracia o inestabilidad. Y, si hay democracia, va a ser un sistema inestable, violento y sin control. Ante esa dicotomía se ha apostado durante años por la estabilidad.

¿Detrás de muchos gobiernos autocráticos todavía está occidente?

No es algo tan automático, pero influye. No veo que sea solo por eso. Cuesta hacer crítica y exigir comportamientos respetuosos con los derechos humanos. Es uno de los elementos.

"Creo que los líderes palestinos han defraudado a su población y han fracasado estrepitosamente. Pero también ha habido un entorno de declaraciones grandilocuentes que no se han traducido en apoyo"

Cuando llegó en los ochenta, la cuestión palestina era el eje central de la política regional. Hoy es casi un asunto marginal. ¿Qué ha sucedido?

Ese es uno de los cambios más evidentes que se han producido en estos años. Es complejo. Creo que los líderes palestinos han defraudado a su población y han fracasado estrepitosamente. Pero también ha habido un entorno de declaraciones grandilocuentes que no se han traducido en apoyo. Durante años todos los regímenes árabes han apoyado de boquilla a la causa palestina sin hacer realmente nada. Ha habido una confluencia de factores. Con otros conflictos superpuestos, la causa palestina ha quedado enterrada. Pero ahora estamos viendo como de manera indirecta está saliendo otra vez a la superficie. Un ejemplo evidente es el establecimiento de relaciones de varios países árabes con Israel. El problema no ha desaparecido y va a volver a la superficie.

Hay un aforismo que dice que “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”. ¿Vale para el nuevo papel de Israel que está jugando en la región?

Tal vez. Aunque yo aquí no sé quiénes son amigos y enemigos. Lo que está claro es que esa nueva alianza de árabes con Israel evidentemente tiene un enemigo en contra, que es Irán. Pero no es nuevo. Lo que pasa es que esas alianzas han salido a la luz y ahora son públicas. Es una evolución de años atrás.

¿El eje religioso sunníes-shiíes es el nuevo vector de alineación regional?

El factor religioso se ha exagerado estos años. Es un comodín muy fácil. Sobre todo, para los periodistas porque necesitamos simplificar y esto nos permite hacer dos frentes. Pero hay dos elementos que me gusta destacar: uno, que los intereses son políticos. Y que los políticos manipulan la religión para avanzar en sus intereses. Y el segundo elemento prueba el pragmatismo de muchos dirigentes. Si el factor único y determinante fuera la religión sunní y shií, no tendría sentido que Irán apoyara a Hamás [que es una organización palestina sunní]. Si esa división fuera lo más importante, uno de los principales aliados en centroasia de Irán no sería Armenia. Hay muchos otros ejemplos. Hemos incluido en la cesta chií a los alauíes en Siria o los zaidíes de Yemen, que son el grupo más cercanos a los sunníes en su credo y prácticas religiosas, y que nunca habían supuesto una fricción en la sociedad yemení. Es un factor que los políticos manipulan según sus intereses.

En la zona hay cinco guerras activas y solo dos democracias formales. ¿Donde está el atasco?

Vuelvo a dos cosas. Una es la pervivencia de esa dicotomía entre estabilidad y democracia. Y, por otro lado, el elemento nuevo a partir de las primaveras árabes, que ya venía de antes, con la introducción de las cadenas de televisión 24 horas, que se ha reforzado mucho con las redes sociales. Por un lado, hay una comunicación inmediata que permite que las poblaciones puedan ver como se vive en el resto del mundo, y, por otro, una realidad que no les permite desarrollar sus capacidades y participar. Ese choque está detrás de esos conflictos, algunos violentos, y otros que son manifestaciones y protestas como las de Líbano o Irak. Esa es la base sociológica.

¿La Primavera Árabe fue una oportunidad perdida?

Creo que no. Primero, fue una etiqueta muy optimista. Creó demasiadas expectativas. Pero es un proceso que no está cerrado. Sigue adelante y está abierto. Es pronto. Los periodistas no somos historiadores. Después de los inviernos, vuelven a venir las primaveras.

¿Las nuevas generaciones transformarán Oriente Medio?

Es inevitable. No es descubrir nada. Los cambios generacionales transforman las sociedades. Que vaya a ser de una forma revolucionaria o como un cambio progresivo no lo sé. No tengo la bola de cristal. Pero claramente los jóvenes, en general, no quieren seguir viviendo de la misma forma que sus abuelos. Lo demostraron con la Intifada, cuando les dijeron a las generaciones anteriores: “Sois unos cobardes y habéis aceptado la ocupación”. Y empezaron a tirar piedras. Empezó un cambio que desafortunadamente no logró canalizarse con resultados. En algún momento estas generaciones van a tomar el relevo y las cosas van a cambiar. Cómo y cuándo no lo sé.

"El mundo árabe es diverso. No es una unidad. Y aunque tengan un idioma común y elementos culturales compartidos, las preocupaciones de una joven en Emiratos, Líbano, Yemen o Marruecos son diferentes"

¿Qué cliché europeo sobre el mundo árabe le sigue provocando dolor de estómago?

Quizás el hecho de que se siga considerando como una unidad. El mundo árabe es diverso. No es una unidad. Y aunque tengan un idioma común y elementos culturales compartidos, las preocupaciones de una joven en Emiratos, Líbano, Yemen o Marruecos son diferentes. La economía es diferente y también la sociedad. Simplificar todo el mundo árabe, 22 países y 350 millones de personas, como una unidad no ayuda a humanizar a los árabes.

Ha sido corresponsal en Beirut, Bagdad, Teherán y El Cairo. ¿Por qué ahora en Dubai?

Me echaron de Teherán. Me dieron 48 horas para irme. Tenía dos opciones: volver con mi maleta llorando a Madrid o buscar rápido una base con buenas comunicaciones. Yo cubro una región, no un solo país. Ya venía muchas veces aquí para coger visados, por ejemplo a Yemen. Y aquí tengo vuelos a cuatro o cinco horas de los países que cubro. Y, en contraste con las condiciones de Teherán, aquí tengo una buena comunicación de internet y teléfonos móviles que no te los cortan cada vez que hay una manifestación. Fue una solución de emergencia y ha funcionado hasta ahora.

Ángeles Espinosa: “Hemos idealizado mucho al corresponsal de guerra”
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