miércoles. 24.04.2024

Las dos forman parte del mismo cuerpo doliente. Están unidas por un pasado infausto y atrapadas por un presente trágico que parece no tener fin. La muerte y la devastación de la guerra de Gaza de 2014, la enésima desde hace más de 70 años, las colocó en la misma trinchera. Las dos pertenecen a comunidades enfrentadas por la misma tierra. Y las dos dijeron basta a bordo de uno de los movimientos pacifistas más estimulantes de las últimas décadas en Oriente Medio.

Sus historias son diametralmente distintas. Pero están anudadas por el capricho amargo del destino. La familia de Miriam Toukan tuvo que huir de Haifa, de mayoría árabe, en 1948. Los colonos judíos acababan de proclamar el Estado de Israel y se desataron las hostilidades a lo largo de todo el territorio. Se cobijaron en el sur de Líbano, donde decenas de miles de palestinos se refugiaron huyendo de la violencia. Meses después regresaron a sus casas en Haifa. Pero sus viviendas ya estaban ocupadas por judíos europeos. Y no tuvieron más remedio que instalarse en Ibilín, un pequeño pueblo a 40 minutos en coche, donde fueron acogidos por unos familiares.

Allí nació Miriam. Y allí se crió. La mitad de su familia no pudo regresar a Israel. Las autoridades del flamante Estado les impidieron volver a sus casas. Las mismas casas y los mismos pueblos que habían habitado sus antepasados desde tiempo inmemorial. Y hoy gran parte de su familia está disgregada en Canadá, Senegal, Australia y Líbano. Algunos pueden regresar ocasionalmente para saludar a sus seres queridos. Pero vuelven por un tiempo limitado con un permiso de simples turistas.

“¿Por qué unos pudieron volver y otros no? No lo sabemos exactamente”, asegura Miriam en conversación telefónica desde un lugar de Galilea, al norte de Israel. “Las tías de mi padre, que tenía tres años en 1948, viven en Canadá, Australia y Senegal. El hermano de mi abuela reside en Beirut. Son ya una gran familia. Y ellos no pueden visitarnos”. Lo que sí es cierto es que los Toukan son una estirpe partida por el espinazo desde hace ya siete décadas. Y que Haifa, la ciudad que aún en 1945 conservaba una clara mayoría árabe pese a la intensificación de las oleadas migratorias, hoy es una urbe judía de casi 300.000 habitantes con una minoría palestina que apenas alcanza el 9% de la población. Ese fue el efecto de la guerra de 1948. La mitad de la población palestina autóctona huyó o fue expulsada. Casi 750.000 personas. Y nunca más han podido volver. Los árabes que se quedaron constituyen hoy una comunidad de millón y medio de habitantes de un total de 9 millones.

“¿Discriminación? Claro. Vives la discriminación en la universidad, en la calle o cuando buscas trabajo. No es fácil. Necesitas ser el mejor para que te elijan frente a un judío”

Miriam tiene nacionalidad israelí. Creció en Ibilín, un pueblo palestino de 12.000 habitantes, y el primer judío que conoció fue en la Universidad de Haifa. “No hay universidades árabes en Israel. Todas son hebreas. Si quieres estudiar en árabe tienes que ir a Jordania o a los territorios ocupados. Y no en todas esas universidades te convalidan después los estudios en Israel”. Todos los árabes israelíes estudian hebreo desde los siete años. Los judíos no saben árabe.

“¿Discriminación? Claro”, afirma Miriam Toukan. “Vives la discriminación en la universidad, en la calle o cuando buscas trabajo. No es fácil. Necesitas ser el mejor para que te elijan frente a un judío”. Por eso quizás estudió Derecho. Para conocer las leyes a fondo y disponer de herramientas jurídicas que le permitieran defender los derechos de su comunidad. Y porque fue consciente desde muy niña de la cruda realidad de su familia. “En mi casa entendía lo que pasaba. Veía a mis abuelos llorar y preguntaba. Y quería hacer algo. Por eso quería conocer al otro”. El otro al que se refiere Miriam es la comunidad judía.

La Universidad le dio esa oportunidad. Allí contactó con Idan Toledano, un judío sefardí, de madre polaca y padre marroquí, originario de Toledo. “Idan hablaba árabe. Eso es muy raro en Israel. Estábamos juntos en clase y empezamos a hacer música en árabe y hebreo”. La cosa funcionó. Casi todas las ceremonias académicas se celebraban en los dos idiomas y la sociedad musical formada por Miriam e Idan traspasó las fronteras de la Universidad de Haifa. “Fuimos el primer grupo mixto de todo Israel”, puntualiza.

Miles de mujeres árabes y judías se vistieron de blanco para exigir a sus dirigentes que enterraran el hacha de guerra y se sentaran en la mesa de negociaciones para alcanzar un acuerdo justo para todos

Entonces sucedió lo imprevisible. Miriam participó en un concurso musical televisivo de máxima audiencia. Era la primera palestina que aparecía en ‘prime time’. El impacto fue extraordinario. En un suspiro, se convirtió en una estrella rutilante. “No podía caminar por la calle ni venir a la Universidad. Y muchos palestinos no veían bien que yo participara en un programa de televisión israelí. Pensaban que iba a perder mi identidad. Y yo solo quería cantar y decir mi mensaje”.

El éxito la desbordó. Y rompió el contrato de televisión. Decidió centrarse en su banda con Idan Toledano, que amplió repertorio e integró a otros músicos judíos. “Quería formar un grupo multicultural con gente que cree en la paz y el diálogo”, aclara Miriam. Fue en ese momento cuando conectó con ‘Mujeres por la paz’. Era 2014. La guerra de Gaza volvió a sembrar de muerte y devastación el país. “Las mujeres y las madres no queríamos esa guerra. Y teníamos que hacer algo. Yo era conocida y me llamaron para que participara en una marcha por la paz. Hablaron también con Yael Deckelbaum y empezamos a cantar juntas”.

La movilización fue un éxito. Miles de mujeres árabes y judías se vistieron de blanco para exigir a sus dirigentes que enterraran el hacha de guerra y se sentaran en la mesa de negociaciones para alcanzar un acuerdo justo para todos. Fue una marcha sin precedentes, que apeló a la conciencia de decenas de miles de palestinos e israelíes.

DE RUSIA A ISRAEL, PASANDO POR ARGENTINA

Y es aquí donde entra en escena Lilian Weisberger. Tenía 14 años cuando aterrizó en Tel Aviv. La de su familia es una historia larga. Y dolorosa. En 1900 tuvo que abandonar Rusia, víctima de uno de los innumerables pogromos que hostigaban a la comunidad judía en buena parte de Europa. Recalaron en Argentina, justo al otro lado del globo terráqueo. El empresario y filántropo Von Hirsch activó una macro operación de rescate que salvó a cientos de judíos, cuya vida pendía de un hilo en tierras europeas.

Pero las cosas se volvieron a complicar 75 años después. La Junta Militar argentina impuso su mano de hierro en todo el país. “Un tío mío fue secuestrado. Y había mucho terror político”. La familia de Lilian decidió hacer las maletas de nuevo. Esta vez con dirección a Israel, el joven Estado fundado en 1948 para acoger a todos los judíos del mundo. “Llegamos mis padres, mis dos hermanos y yo. Y fue como llegar a casa. Toda la vida habíamos escuchado que este era el lugar de los judíos. Recuerdo tener una sensación de seguridad”, explica en conversación telefónica desde Israel.

Su primera acción de compromiso en defensa del diálogo y la paz con los palestinos llegó años después. Escribió un libro titulado ‘Los mágicos niños de la luz’, en hebreo y árabe. “Era un proyecto educativo y artístico. El libro habla de la fuerza del amor para derribar los muros del miedo en el corazón. Queríamos fomentar la compasión. Y tuvo un impacto grande en 650 niños palestinos y judíos en Israel y Cisjordania”, agrega Weisberger.

La idea del diálogo ya se abría paso. Todos los esfuerzos se dirigían a desterrar la guerra como medio de resolver el conflicto. “Es una locura”, remarca la activista israelí de origen argentino. “Hay que hablar hasta que salga el humo blanco”, añade de forma gráfica. Aquel proyecto visibilizó, asegura Weisberger, la “fuerza del amor para acabar con la deshumanización”.

"Me prometí que si mi hijo salía sano de la guerra, iba a trabajar activamente por la paz”

Pero no fue hasta el verano de 2014 en que se produjo un salto cualitativo sin precedentes. Israel y Hamás desataron en Gaza una mortífera guerra que en 50 días dejó un reguero de muerte y destrucción. El hijo de Lilian Weisberger fue movilizado. “No podía ni respirar de tanta angustia”, recuerda. “Y me prometí que si mi hijo salía sano de la guerra, iba a trabajar activamente por la paz”. De aquel enésimo enfrentamiento armado nació ‘Mujeres por la paz’. Y Lilian fue una de sus fundadoras.

El movimiento pacifista creció como la espuma y aglutinó a 50.000 féminas judías y palestinas. En 2016, organizó la ‘Marcha de la esperanza’, que arrancó en la frontera norte con Líbano y alcanzó el Mar Muerto, dos semanas después, justo en el enclave donde Jesucristo fue bautizado hace 2.000 años. “Participamos miles de mujeres y fue un acto muy profundo y hermoso”. De aquel encuentro nació la canción Prayer of the mothers, que se ha convertido en un himno de concordia a lo largo y ancho de un puñado de países de medio planeta.

“Lo lindo es que mujeres de todo el mundo vieron el vídeo y empezaron a marchar espontáneamente por causas locales de paz”, subraya Weisberger. El proyecto ciudadano se ha trasladado a más de 15 países, entre ellos Brasil, Francia, Alemania y España, donde tuvo lugar en 2017 una emocionante marcha en los alrededores de la Mezquita de Córdoba. “La idea es influir en la sociedad israelí para que comprenda la necesidad de llegar a un acuerdo con los palestinos que sea aceptado por las dos partes. La guerra no es una opción. Y las mujeres tienen que formar parte de las negociaciones, según recoge una resolución de la ONU”.

“La idea es influir en la sociedad israelí para que comprenda la necesidad de llegar a un acuerdo con los palestinos que sea aceptado por las dos partes. La guerra no es una opción"

Lilian está convencida de que sus aspiraciones son compartidas por la mayoría de la sociedad. “Queremos vivir en paz y darle un futuro a nuestros hijos. El problema es que los dirigentes israelíes y palestinos son radicales y fundamentalistas. Su obligación es sentarse y hablar. Tener el coraje de hacerlo. Es el momento de hacer concesiones”. La última confrontación armada en Gaza ha vuelto a reabrir heridas profundas entre ambas comunidades. “Fue muy trágico. Muy triste. Hay gente con mucho odio y no podemos permitir que sean ellos quienes dirijan nuestro futuro”, protestó la activista israelí.

Pese a todo, Lilian Weisberger mantiene la fortaleza de su optimismo. Desde la fundación en 2014 de ‘Mujeres por la paz’, ha intensificado su red de amistades en el campo palestino. Y confía en que los lazos entre ambas comunidades proseguirán avanzando con el paso del tiempo. “En la sanidad, en la educación y en otros sectores laborales hay cada vez más relaciones entre judíos y árabes. Los extremistas no podrán romper ese pacto humano”.

El reto de la concordia no es un camino de rosas. Está sembrado de incertidumbre y cuenta por miles los enemigos en uno y otro bando. “Muchos palestinos no creen en esta vía. Ven como les confiscan la tierra y le quitan sus casas cada día. Y es muy complicado para ellos entender todo esto”, admite Miriam. En su opinión, la solución más justa es la creación de los dos estados y el derecho al retorno de los refugiados. “Tenemos que protestar contra la discriminación. Pero sin violencia. No podemos seguir en silencio toda la vida. Como palestina, entiendo el enfado de mi gente. Yo también estoy enfadada. Y hay veces en que no veo ninguna solución”.

La paz en Oriente Medio se escribe en femenino
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