viernes. 26.04.2024

Escribo desde Ras Al Khaimah, uno de los emiratos que integran los Emiratos Árabes Unidos, situado a unos 70 kilómetros al norte de la ciudad de Dubái. Hace calor. El desierto se encuentra a unos cientos de metros y por la puerta de la casa deambulan cabras salvajes. A escasa distancia tenemos modernos centros comerciales que ofrecen tantos o más productos que en España. Por las calles circulan unos coches estupendos, sobre todo de marcas estadounidenses y japonesas, y las playas, en pleno Golfo Pérsico, son excelentes. Eso sí, el agua está un poco más caliente que en Huelva. La seguridad en este moderno país es tal que lo normal es dejar la puerta de tu vivienda abierta y las llaves puestas en el coche.

En este entorno voy a pasar un tiempo. No sé cuánto. El necesario para ayudar a mi hija, Marta Pérez Cruzado, a consolidar el periódico que edita desde hace unos meses en esta tierra, elcorreodelgolfo.org, y que aún necesita un empujón tanto a nivel informativo como de estructura empresarial. Marta está en ello y yo quiero echarle un cable ahora que mi situación profesional, familiar y personal me lo permite. Hay que ayudar a los jóvenes a abrirse camino en estos complicados momentos que vive España en general y muy particularmente Andalucía y Huelva. Y esa ayuda es una obligación, por lo menos yo así lo pienso, si la persona destinataria es tu hija.

He aprovechado el viaje para saldar una vieja cuenta profesional conmigo mismo: la de escribir desde distintos lugares del mundo. Y aunque reconozco que el recorrido de la ruta Huelva-Dubái ha resultado complicado, especialmente el paso por Irán, me alegro mucho de haberlo realizado y, aún más, de haberlo contado día a día en ABC de Andalucía, algo que siempre agradeceré a mi estimado compañero Fernando del Valle, director de la edición andaluza del diario de Vocento.

También estoy muy orgulloso del apoyo gráfico que me han brindado las fotos realizadas por mi hija pequeña, Celia Pérez Cruzado, que con sólo 16 años ha demostrado una madurez a prueba de bomba. Espero que aprenda mucho, que esta experiencia le sirva de base y que en unos años sea una gran fotoperiodista, la ilusión de su vida. Por lo que se refiere a mi, voy a continuar muy conectado a Huelva. Voy a seguir con la colaboración que mantengo con HuelvaYa.es, de índole netamente sentimental, y también voy a permanecer en contacto, de la misma forma que si estuviera en Huelva, con las personas que habitualmente me relaciono. Es decir, que aunque de momento me encuentre en los Emiratos Árabes, todo va a continuar igual. Las nuevas tecnologías permiten hoy eso y mucho más. Incluso quiero incrementar mis comentarios en HuelvaYa.es con reflexiones sobre asuntos onubenses con la nueva perspectiva que me ofrece una distancia que he recorrido metro a metro.

La verdad es que me hubiera gustado disfrutar más de los lugares espectaculares por los que he pasado junto a mi familia. Muchas veces ni hemos sido conscientes de la relevancia de los sitios donde nos encontrábamos. Mi hermano Juan, gran conocedor de la geografía mundial -es de Preu y reválida-, ha sido quien me ha abierto los ojos cuando me ha revelado que estuvimos junto al monte Ararat, que con 5.165 metros es el pico más alto de Turquía. Está situado en la confluencia de la frontera turca con Armenia e Irán. Pero quizás lo más destacado de la historia de esta montaña es que la tradición cristiana asegura en el Libro del Génesis que fue en su cumbre el lugar en el que se posó el Arca de Noé después del Diluvio Universal.

Y allí, precisamente, a los pies del monte Ararat, tras una noche de curvas y mucho cansancio, fue donde un amable turco nos ofreció de desayuno varios huevos fritos, dátiles y una extraordinaria mantequilla elaborada con miel. Comimos, descansamos en unas modestas tiendas instaladas al aire libre y después nos refrescamos en un río de aguas frías y transparentes. Las mismas que un día, miles de años antes de Cristo, tocó Noé.

El agua de Noé
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