sábado. 20.04.2024

Tailandia

"La señora abrió la cortina y Caroline la siguió. No esperaba encontrarse con lo que vio dentro de la trastienda, una estatua de Buda, un altar, alfombras por el suelo y una mesa con cartas"
Templo de Wat Arun en Bangkok. (Mónica Ortega)
Templo de Wat Arun en Bangkok. (Mónica Ortega)

—No es arte, es costura— le dijo mientras le tomaba las medidas para hacerle un vestido nuevo. Caroline había viajado a Tailandia buscando su destino en si misma. Después de su divorcio necesitaba viajar sola. Se alojó en el barrio de Silom, el centro financiero por excelencia de Bangkok durante el día y por la noche una de la zonas más vibrantes de la ciudad.

Malee, que era costurera le hacía los vestidos a Caroline. Había ido a verla varias veces, trabajaba en una tienda pequeña que estaba cerca de Chinatown. Caroline iba a comprar telas a los mercados y luego diseñaba los vestidos que quería que ella le hiciese.

—Malee, hoy quiero hacerme un vestido de seda azul—le dijo.

—Sí, claro. ¿Cómo te gustaría que fuese el vestido?— le contestó con una sonrisa.

—Creo que quiero hacer algo diferente esta vez. Estaba pensando en un diseño como el que ves aquí— y le mostró un vestido de  una revista. Malee miró la revista y asintió.

La costurera terminaba de trabajar a las 5 todos los días y eran las 4.30 de la tarde.

Caroline le preguntó que dónde iba a ir después de terminar de trabajar y Malee le contestó que iría al templo. Caroline sentía un profundo interés por el budismo.

—¿Puedo ir contigo al templo?—le preguntó.

—Sí, vamos juntas.

Malee recogió todas sus cosas, apagó las luces y cerró la puerta detrás de ella. Las dos se pusieron en camino.

Cuando llegaron Malee tocó a la puerta. Era un templo  pequeño que se encontraba dentro de una casa privada. Un niño abrió la puerta dándoles las buenas tardes. El pequeño llevaba una lamparilla en la mano e iba descalzo.

Les dio la bienvenida y les dejó entrar. Una vez dentro se dirigieron hacia el jardín. Había mucha gente sentada en el suelo, delante de un árbol sagrado, con los ojos cerrados, meditando. A la derecha del árbol había un pequeño altar con ofrendas. Flores, velas, vasos con agua…. 

Caroline se cubrió los hombros al entrar y ambas dejaron los zapatos cerca de la puerta. Se sentaron delante del árbol y cerraron los ojos. Algo interrumpió su tranquilidad. 

¿Qué sería aquel sonido?

El niño que les había abierto la puerta estaba detrás de ellas tocando unos tingsha. Aquel era el sonido que acababan de escuchar, los platillos que se utilizaban en los ritos y ceremonias budistas.

Caroline se giró mirando al niño y sonriéndole le preguntó:—¿Puedes enseñarme cómo tocar esos tingshas? El niño se acercó a ella y le mostró cómo se hacía. Caroline los cogió en la mano y leyó la inscripción que estaba escrita en ellos: “Om Mani Padme Hum”

 Malee se acercó también a leerla. Caroline le preguntó :— ¿Qué significa esta frase? 

Él contestó diciendo:—  ¡Oh, la joya del loto! Es el mantra de Chenrezig, el Buda de la Compasión.Cada sílaba pronunciada purifica el cuerpo, el habla y la mente y al repertirlo podrás conectar con el amor universal.

Caroline le miró con cariño y le preguntó: — ¿Hace cuánto tiempo llevas ayudando en el templo?

—Desde hace dos años… Te los regalo— le respondió.

 Caroline le dio las gracias y el niño se alejó.

—¿Sabes Malee? 

—Sí — contestó ella.

—Quiero aprender más sobre el budismo.

—Entonces deberías ir a Wat Arun— susurró la costurera.

Caroline se levantó y se dirigió hacia la puerta. Malee le hizo una señal diciéndole que ella se quería quedar un rato más. Caroline asintió y se fue. Salió del templo y continuó caminando por la calle. La ciudad era nueva para ella y necesitaba seguir un mapa para saber donde dirigirse. Quería coger el barco que cruzaba el río Chao Phraya. Entonces se sintió desorientada y no supo muy bien por donde debía seguir caminando. Se paró y preguntó a un hombre que pasaba por allí:

—¿Sabe usted donde está el río? ¿Debo ir hacia la derecha o hacia la izquierda?

El hombre sonrió y le dijo: —Lo siento pero hoy no hay barcos porque el nivel del agua ha bajado, es mejor si coges un taxi. Mi amigo es taxista, si quieres te puede llevar.

Caroline no se fió de aquel hombre. Había leído en la guía turística que en Bangkok había que tener cuidado con los timos y todo aquello le pareció muy raro. 

¿Cómo era posible que el nivel del río hubiese bajado? 

Quería verlo con sus propios ojos. Entonces le dio las gracias y decidió seguir su camino pero el hombre le insistió diciéndole, que no debía seguir porque no iba a encontrar barcos disponibles. Caroline quedó indecisa por un momento sin saber que hacer. ¿Sería verdad lo que le estaba diciendo aquel hombre? 

El hombre no paraba de sonreír y de señalar al taxi. Entonces accedió a subirse a él.

— ¿Por favor me puede llevar al otro lado del río? Quiero visitar el Templo Wat Arun.

 El taxista siguió sus indicaciones.

Pero después de  llevar un rato conduciendo, Caroline comenzó a pensar que el viaje era demasiado largo. Entonces le preguntó: —¿Está seguro de que vamos por el camino correcto? He visto el templo a lo lejos, es hacia la derecha y usted está yendo hacia la izquierda. 

Caroline se sintió insegura y dudó del conductor.  —Disculpe señora, ahora mismo tengo que parar porque necesito ir al baño. Usted me puede esperar en esta tienda de diamantes y piedras preciosas. Mientras, puede ir mirando y yo vuelvo enseguida.

Caroline se bajó del taxi, lo último que le apetecía era ir a mirar joyas. Lo que quería era llegar a Wat Arun. Accedió a entrar y mirar las piedras, colgantes y anillos mientras esperaba a aquel hombre. Había miles de vitrinas con piedras preciosas, ella solo quería mirar, no tenía intención de comprar. Pero de repente vio un colgante precioso, era una turquesa azul. Se quedó maravillada con su color intenso y sintió que debía ser para ella. 

—¿Cuánto cuesta este colgante, por favor?

La dependienta le dijo el precio y ella aceptándolo sacó la cartera de su bolsillo y lo pagó.

Entonces se dirigió hacia la salida no sin antes preguntar a la dependienta si el Templo Wat Arun estaba muy lejos de allí. La chica le dijo que se había pasado el templo, que  estaba  al otro lado del río. Caroline confirmó sus sospechas, aquel hombre la estaba engañando y pensó que la había parado en aquella tienda solo para que comprara, quizás una trampa fácil para atraer a los turistas, probablemente luego le darían una comisión.

El hombre que estaba fuera esperándola, le guiñó un ojo cuando la vio llegar. 

—¿Estás lista? ¿Seguimos nuestro camino?— exclamó.

Caroline no quería subirse al taxi y no sabía cómo deshacerse de aquel hombre, entonces de repente se le ocurrió algo y le dijo: —¿ Hay algún restaurante por aquí? Me gustaría comer algo.

El hombre le dijo que había un McDonald’s cerca de allí. Ella asintió, se subió al taxi y la llevó hasta el restaurante de comida rápida.

Caroline le dijo al taxista que la esperara que iba a comprar algo de comer. Bajándose del coche, se dirigió hacia el Mc Donald’s, entró y sin comprar nada, usó la puerta de atrás para salir corriendo, alejándose de allí. Su corazón palpitaba sin cesar, sintió como si acabase de hacer algo prohibido. Solo quería irse de allí lo antes posible.

No dejó de mirar hacia atrás hasta que estuvo segura de que aquel hombre no la seguia.

Por fin pudo parar, encontró un banco y se sentó. Estaba nerviosa y a penas podía respirar.

Intentó relajarse, Entonces cogió su telefono y llamó a Malee.

¡Hola Malee! ¿Dónde estás?—le dijo

—Estoy en mi casa. ¿ Y tú?

—No sé donde estoy— Caroline le contestó.

— Creo que me he perdido, no reconozco este barrio. Cogí un taxi hacia el Templo de Wat Arun y el taxista me engañó y he salido corriendo. Me gustaría llegar al templo pero se está haciendo de noche, quizás debería de volver a casa pronto.

Malee le dijo que era mejor que regresase, que podría volver al templo otro día, que ella la acompañaría. Caroline le dijo que tenía razón y que volvería otro día y se despidió de ella. Colgó el teléfono y lo guardó en su bolso. 

De repente sintió sed, quería tomarse una bebida fría, después de haber corrido, estaba cansada. Entonces se giró sin levantarse del banco donde estaba sentada y justo detrás de ella vio una tienda de refrescos. ¡Qué casualidad!— pensó— ¡Genial!

Se levantó y entró en la tienda y pidió una botella de agua bien fría. La señora que le atendió iba vestida toda de blanco y llevaba un pañuelo que le cubría la cabeza. No era tailandesa. Quizás europea. Pero no reconoció su acento.

Caroline le preguntó: —¿De dónde es usted?

Soy de Inglaterra— le contestó.—¿ Lleva usted muchos años viviendo aquí?

—Sí, toda la vida. ¿Y tú de dónde eres?

Caroline no tenía ganas de hablar sobre su vida. Había nacido en Portugal, pero su padre era italiano y su madre de Grecia. Realmente no se sentía de ningún sitio. 

Ciudadana del Mundo—-le contestó.

La señora sonriendo le preguntó:  —¿Y qué has venido a hacer a Bangkok?

—Estoy buscando mi destino.

 White, que así se llamaba, continuó diciéndole: —Has llegado al sitio correcto. Ven, te voy a mostrar algo. 

Caroline sintió curiosidad y la siguió. 

La tienda era bastante pequeña. Un mostrador, dos neveras con refrescos, otra con botellas de agua y algunas cosas de comer encima de las estanterías. Al fondo una cortina verde. La señora abrió la cortina y Caroline la siguió. No esperaba encontrarse con lo que vio dentro de la trastienda, una estatua de Buda, un altar, alfombras por el suelo y una mesa con cartas.

—¿Quieres que te lea las cartas? — le dijo, No puedo adivinar tu futuro, ese te lo tienes que crear tú sola, pero puedo interpretarte lo que pueden significar en tu vida.

Caroline era escéptica a todo este tipo de cosas, pero creía en la intuición y asintió.

Se sentaron en el suelo, una pequeña mesa entre ellas. La señora sacó una baraja de cartas y la puso encima de la mesa y le dijo que eligiese una o varias, según desease.

Ella siguió sus indicaciones. Sacó dos cartas y las colocó sobre la mesa, White las descubrió y las puso delante de ella.

Las cartas mostraban las imágenes de un hombre y una mujer. Una mujer con una máquina de coser en la mano y un hombre llevaba un pañuelo, tapándole los ojos.

Caroline no podía creer lo que estaba viendo. Era Malee, su costurera. Y no estaba segura de quien sería aquel hombre, pero pensó que quizás podría representar a su exmarido.

Caroline le preguntó: ¿Qué significan estas cartas?

La señora le dijo:—la mujer va a hacer cosas buenas por ti y con su máquina de coser creará  ilusiones que irán ayudándote en la vida, será una  buena influencia para ti.

El hombre, está ciego. No es capaz de ver lo que tiene delante de él, por eso lleva los ojos tapados, nunca quiso ver quien eras tú realmente y por eso te perdió, nunca llegó a comprenderte.

Caroline quedó pensativa.

Sí,  aquella mujer tenía toda la razón.

Entonces le preguntó:— ¿Y ahora que debo hacer? ¿Qué camino debo de seguir? Vine a Bangkok en busca de mi destino.

La señora le dijo que sacara otra carta de la baraja y Caroline levantó una que estaba en el centro. La carta se cayó de la mesa y quedó boca arriba en el suelo apareciendo la imagen de un niño pequeño sonriendo rodeado de notas musicales. Caroline no comprendió que quería decir aquella carta

White la recogió del suelo y le dijo que la tomara en la mano, que cerrara los ojos y la colocará sobre su pecho, justo encima de su corazón y que la apretara fuertemente. Caroline siguió sus instrucciones. Entonces sintió ganas de llorar mientras miles de cosas pasaban por su mente, su niñez, adolescencia, su juventud, su matrimonio, Portugal , el lugar donde nació… sintió ganas de volver a ser una niña y allí mismo con la carta en su mano pidió un gran deseo: «Volver a nacer».

Entonces White se le acercó por detrás y le susurró en el oído: —  «Cada mañana nacemos de nuevo, cada  vez que despertamos, la vida nos da una nueva oportunidad para comenzar, lo que hacemos hoy es lo que importa»

Y Caroline con los ojos cerrados asintió, dándose cuenta de que una vez más se sentía querida por la vida, entonces se abrazó a sí misma sonriendo y se regaló aquellas pequeñas notas musicales que acababan de aparecer en su carta agradeciendo al cielo que pudiese encontrarse en Bangkok.

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