jueves. 28.03.2024

Día III

"Nos encontramos con un par de beduinos generosos la semana pasada y nos dieron dátiles y leche de camello"

Día 3, Clarisa, inglesa, 16 años

El oasis está en silencio. No sé cómo hablar con Pappu. Esa cicatriz me pone nerviosa. Como debió de sobrevivir, no lo sé. Tiene pintas de ser muy joven. Sus padres deben de ser crueles.

-¿Cuantos años tienes? Pareces muy joven- le digo. Se muerde el labio antes de responder.

-Trece. Yo tener trece años- dice tristemente, abrazándose las piernas. Hasta la ropa que lleva puesta debió de ser limpia en algún momento.

-Yo tengo dieciséis años- le digo.

-¿Perdón?- pregunta.

-Un uno y un tres- le aclaro. Asiente con la cabeza y vuelve a mirar a las estrellas. Suspiro tristemente.

Día 3, Marcos, español, 15 años

Llevo andando no sé cuánto tiempo sin parar. Odio este lugar. Llevo los pies constantemente sucios con arena. No paro de caerme. Empiezo a dudar si de verdad hay una meta. Porque como no la haya juro que voy a asesinar a mi hermano…

Todo esto fue su idea disparatada. Podría morir por su culpa. Mis padres tienen tanto dinero que ni les importo. Le doy una patada al suelo, mandando una ráfaga de arena. Y otra vez me caigo. Me trato de levantar pero mi pie no responde.

-¿Necesitas ayuda?- levanto la vista y me encuentro a la china. Sus ojos rasgados son azules, y se nota que es mucho más mayor que yo. Me ofrece su mano y me ayuda a levantarme.

-Gracias- le digo. Ella me sonríe, metiendo las manos dentro de los bolsillos de sus pantalones.

-De nada. Veo que estas… solo- dice.

Al poco rato siento como si ya la conociese desde hace tiempo. Caminamos en la misma dirección por horas, conversando animadamente. Es la primera vez en días que de verdad me siento normal y feliz.

-Una cosa que no entiendo es por qué mis padre me han enviado aquí- dice Ai Mí, deslizándose en una duna. La sigo rápidamente, usando la misma técnica.

-Entiendo como te sientes. En mi caso, es todo culpa de mi hermano. Se empeñó en sacarme de su camino y mis padres no hicieron nada para impedirlo- explico.

-Triste- dice la china, sacudiendo la cabeza.

-Quiero hablar con ustedes- dice una voz pura detrás de nosotros.

Día 3, Ai Mí, china, 18 años

Mi cuerpo pide que corra, pero me esfuerzo por quedarme quieta. Un chico nos mira desde encima de la duna que acabamos de bajar. Sus ojos son tristes, igual que su expresión. Cuando veo el arco que lleva en una mano entiendo que él es el que me disparó con el arma.

-¿Sobre qué exactamente?- pregunta Marcos con desconfianza. El chico señala con un ademán la arena alrededor de nosotros.

-Sobre nuestra situación- dice. Tiene cierto acento y sé que es astuto, ya que ha sido capaz de seguirme hasta aquí sin ser detectado.

-¿Cómo sabemos que no nos vas a disparar con eso?- le pregunto, señalando al arco.

-Prometed que no me mataréis y yo no os mataré- dice simplemente. Marco y yo nos miramos pensativamente.

-Pues vale- dice el español. El chico sonríe con satisfacción y guarda el arco. Baja ágil y cautelosamente. Un instinto dentro de mí me dice que no debo de confiar en él.

Día 3, Javor, 15 años

Puedo confiar en el español pero algo me dice que debo vigilar a su amiga. La china me mira con ojos penetrantes mientras bajo por la gran duna. Sé que no confía en mí pero debo de convencerles de la verdad.

-Escuché vuestra conversación y decidí unirme a vosotros- dice. Mis padres no se preocupan por mí y no se preguntaron qué me pasaría si no volvía. Mientras seguía a Ai Mí—no pongáis esa cara, os llevo siguiendo desde hace tiempo—decidí que debería de explicaros lo que está pasando.

-Es obvio que nos estas mintiendo- dice la China. Suspiro. Me va a llevar tiempo convencerla.

-Nuestros padres no nos merecen. Nos mandaron a esta competición por dinero. No se preocupan por lo que nos pasa. Lo último que me dijo mi madre fue “gana ese dinerito y no vuelvas hasta que lo hayas hecho”- los ojos de la china se abren como platos – Apuesto a que vuestros padres os han dicho algo parecido.

-Ahora que lo mencionas…- empieza a explicar el español.

Comienzo a tener esperanzas de que esto funcione.

Día 3, Pappu, indio, 13 años

Me quedo cayado bastante tiempo. No me gusta hablar. Me gusta pensar, eso sí. Me calma bastante. Estoy perdida en mis propios pensamientos cuando Clarisa se levanta de un salto, sacando su cuchillo.

-¿Qué pasa?- le pregunto.

-Voces. Se acercan…- dice la inglesa con tono desesperado. Yo también me levanto, pero no saco mi propia arma. No quiero pelearme con cualquier otra persona que se cruce con nosotros. La primera persona que aparece es alta. No se le puede ver la cara en la oscuridad pero me recuerda a alguien. Se ha dado cuenta de que estamos aquí. Probablemente por el fuego.

-¡Venimos en son de paz!- grita la persona. Otra figura más aparece detrás de la duna, seguida por otra más. Cuando se acercan a nuestra hoguera, les reconozco. Toco el brazo de Clarisa y ella lo baja lentamente.

-¿Qué queréis?

Javor, Cuatro semanas después…

El desierto es abrasador, pero hemos sido capaces de sobrevivir. Decidimos no volver a nuestros padres y hacerles pensar que habíamos muerto por su culpa. Pappu es bueno en hacer hogueras y cocina bien. -Lo único que tenemos es algún animal del desierto, pero ninguna fruta o verdura. Las echo de menos. Ai Mí, siendo la mayor, dice que como no nos marchemos de aquí pronto, no sobreviviremos por mucho más tiempo. Sin embargo, yo estoy más que feliz estar lejos de mi familia. Cierto que echo de menos la comida y quizás a mis hermanos, pero no echo de menos a mis padres. Se merecen quedarse sin el dinero que habríamos ganado si hubiese ganado.

Clarisa se fue hace tiempo. No quiso quedarse con nosotros y necesitaba ganar el dinero para sus padres. La dejamos marcharse. Quizás sus padres sean mejores que los nuestros. Nos encontramos con un par de beduinos generosos la semana pasada y nos dieron dátiles y leche de camello. Tengo que admitir que la vida en el desierto es mucho mejor que la vida en la ciudad. Nos hemos puesto de acuerdo en las normas que seguiremos para asegurar la convivencia y la cooperación en el trabajo que hay que hacer para asegurarnos las provisiones de agua, abrigo y comida. Por las noches baja mucho la temperatura y hemos de buscar refugio. Por suerte tenemos hay una zona montañosa cerca, aunque es muy pedregosa y casi no hay vegetación, pero sí nos proporciona sombra y protección por el día y por las noches. Hemos descubierto que en el desierto hay una gran cantidad de animales y que con paciencia y observación se puede aprender de ellos y también alimentarse de ellos. Hasta hemos encontrado una cueva en la ladera de una de las elevaciones montañosas y dentro corre la más pura agua. Sólo espero no tener ningún accidente o necesitar ayuda médica. Por lo demás, puede decirse que estamos mejor lejos de la ciudad y de los mayores, tan ocupados en sus vidas, siempre mirando al móvil o con prisas de llegar a sus tristes trabajos…

Que el desierto nos sea benévolo. No vamos a volver.

Día III
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