viernes. 19.04.2024

Vida II: La lámpara de Diógenes

"Ella sabía todos mis secretos, conocía mi personalidad perfectamente y viceversa; por eso nunca estuve preparada para lo que pasó años después de aquel primer encuentro en el bosque"

Los días pasaban, convirtiéndose en meses, y pronto en años. Nadia y yo nos convertimos en amigas inseparables, como dos caras de la misma moneda. Ella sabía todos mis secretos, conocía mi personalidad perfectamente y viceversa. Por eso nunca estuve preparada para lo que pasó años después de aquel primer encuentro en el bosque.

A Nadia le encantaba gastar bromas y a veces esto la metía en líos. Había veces en las que yo la ayudaba. No puedo negar que me siento avergonzada de mis acciones, pero en ese entonces era como una droga. A veces esas bromas eran crueles y dirigidas a humillar a sus víctimas y yo acabé por perder la sensibilidad hacia los demás y hasta por reírme mientras algunas víctimas caían en nuestras trampitas. Hacer estas cosas me envenenó de una manera que no puedo explicar. Como si mis raíces se hubieran vuelto negras después de tantos años de seguir a Nadia como un perro atado a una correa. En esos días, se sentía increíble, como si el mundo estuviera en la punta de mis dedos y pudiera mover a todos como marionetas. No sabía que yo era la marioneta, y mis cuerdas movidas por Nadia.

Y llegó en un momento improbable. No me lo esperaba y me tomó desprevenida.

Nadia era manipuladora de una manera que nunca pude admitir hasta que sucedió. Podía convencerme de algo con sólo un par de palabras. No había necesidad de sobornarme o forzarme y llegó un momento en que estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para complacerla: robar fruta del mercado, escaparme de casa en medio de la noche para poder estar con ella. Hubiera hecho cualquier cosa. Pero llegó el día en el que me di cuenta de lo que realmente pasaba. Llegó el día en el que decidí cortar mis cuerdas de marioneta.

Era un jueves por la noche. Todos estaban en sus casas y el mundo estaba silencioso. Me preocupaba que alguien oyera nuestros pies crujiendo las hojas secas mientras seguía a Nadia hacia el bosque oscuro. Parecía una sombra letal, elegante y tranquila. Comparada con ella, yo era como una osa torpe, grande, tratando de no tropezar con las raíces en el suelo.

-Por aquí- dijo, andando detrás de un árbol grande y robusto.

-¿Qué me quieres enseñar, Nadia?- pregunté, curiosa.

-Algo increíble, Vida mía- ronroneó felizmente. Paró en frente de un árbol con un tronco alto y grueso. Se agachó y me pidió que hiciera lo mismo. Apartó la alfombra de hojas que cubría esa pequeña parte del suelo, descubriendo algo que parecía una madriguera de conejo. Metió el brazo dentro, y cuando lo volvió a sacar, agarraba una bolsa grande que emitía un ruido muy parecido a…

-Mira, Vida. Dinero.- dijo Nadia, abriendo la bolsa y mostrando el contenido de la bolsa.

-¿De dónde sacaste todo esto?- dije, cogiendo una de las monedas y dándole vueltas en mis dedos.

-Deja que te cuente- dijo Nadia con una mueca, claramente satisfecha con mi reacción. - Veras, el otro día cuando andaba de vuelta a casa, me encontré esto en el repecho de una ventana. Y yo pensé, bueno, mejor cogerlo que total, si no nos lo quedamos mi amiguita Vida y yo, álguien se lo va a quedar, así que hay que aprovechar.

-¿Lo robaste?- pregunté yo. La sonrisa de Nadia se transformó y se volvió en una mueca agresiva:

-¿Por qué pones esa cara?

-Pues… robar fruta es una cosa. Robar dinero… Lo deberías de haber dejado donde estaba, Nadia. ¿Y si nos descubren?

La sonrisa de Nadia se esfumó.

-No me cogerán, Vida.- dijo.

-¿Como puedes estar segura?

-Pues… porque lo estoy.- Estas palabras las dijo fuertemente, con una mirada hielo. -Nos iremos de este lugar ¡Podremos viajar por todo el mundo, Vida!

-Pero…- me mordí el labio inferior. Por eso me había pedido que llevase un gorro y algo para taparme la cara.

Quería que nos fugásemos.

-No pienso irme de aquí.- dije con determinación. Era la primera vez en años que me oponía a Nadia y que me di cuenta lo que de verdad me importaba y lo absurdo que había sido confiar en esta persona, que obviamente estaba corrompida hasta la médula y lo que era peor, me estaba corrompiendo a mí.

La chica se alejo de mí, guardando la bolsa.

-Muy bien- dijo fríamente. Se quedó muy quieta, sombras bailando a su alrededor. -Pues nos veremos en el infierno, Vida.

Y desde aquel día, nunca fui la misma. Mis remordimientos no cesaron y mi sentido de la amistad tampoco ha sido restaurado, pues no he vuelto a confiar en nadie y sigo solitaria en el bosque, en mi árbol, pensando que quizás en alguna parte del mundo haya un ser humano bueno. Me dice mi madre que hubo álguien en la antigüedad llamado Diógenes que vivía en un barril de madera y de vez en cuando salía por las calles sosteniendo un candil y preguntando si había por allí algún hombre honrado. Si la lámpara de Diógenes nunca llegó a iluminar a ningún hombre honrado.., ¿por qué lo había de llegar a encontrar yo?

De todas formas, no pierdo absolutamente la esperanza y sigo esperando.

Fin.

Vida II: La lámpara de Diógenes
Comentarios