martes. 19.03.2024

En el flanco sur del macizo más alto de España se extiende una de las comarcas más sorprendentes. Aislada durante siglos, debido a su inexpugnable geografía, las Alpujarras han escrito una de las páginas más enigmáticas de la historia de la Península Ibérica. Su medio centenar de pueblecitos blancos aún hoy, en pleno siglo XXI, viven lejos del mundanal ruido y conservan rasgos de un universo rural ya extinguido.

Aquí se atrincheraron los musulmanes cuando en 1492 cayó Granada, el último vestigio de la civilización islámica en España. Su rastro aún palpita en la arquitectura popular, los sistemas de riego, la toponimia, la artesanía y la cultura gastronómica. Hablamos de una tierra difícil, de laderas verticales y barrancos profundos, que obligaron a sus pobladores del siglo XVI a construir una portentosa red de acequias, que se nutría con el agua filtrada del deshielo y los gélidos acuíferos de alta montaña. Muchos de aquellos primitivos canales todavía irrigan los diminutos huertos colgados de la sierra.

Entre el enjambre de blanquísimas viviendas retorcidas en la roca, se distinguen las chimeneas como de cuento de hadas y los asombrosos tejados planos impropios de una zona que registra frecuentes nevadas. Los ‘terraos’, fabricados con una arcilla magnésica denominada launa, presentan propiedades impermeables sobresalientes. Una trampilla permite a sus moradores limpiar la nieve acumulada en invierno y en verano se reconvierten en secaderos de productos de huerta. El fuerte viento desaconseja los tejados a dos aguas.

Los musulmanes fueron obligados a convertirse al cristianismo en 1502. Son los llamados moriscos. Y en 1567 la Pragmática Sanción limitó sus costumbres y restringió su cultura, lo que desencadenó una virulenta revuelta morisca con epicentro en las Alpujarras. Felipe II la combatió a sangre y fuego. Miles de moriscos fueron deportados a Castilla y otros tantos vendidos como esclavos. En su lugar, el rey ordenó la repoblación con andaluces, castellanos y, sobre todo, gallegos, que otorgaron su toponimia a algunas poblaciones de la comarca. Por decreto del monarca, dos familias moriscas debían quedarse en cada localidad para transferir a los nuevos pobladores las técnicas agrarias y los sistemas de riego. Pero el plan de repoblación fracasó. Los colonos no se adaptaron a las exigentes condiciones de vida de las Alpujarras y muchos usos agrícolas tradicionales desaparecieron.

El enclave más conocido de la serranía es el Barranco del Poqueira, que integra a tres bellos pueblos ubicados por encima de los mil metros de altitud: Pampaneira, Bubión y Capileira. Desde aquí, se remonta hasta el refugio de alta montaña del Poqueira, a 2.500 metros, para atacar al día siguiente la cumbre más elevada de la Península Ibérica: el Mulhacén (3.482 metros). Su nombre, por cierto, procede del árabe Mulay Hasan, el penúltimo rey nazarí de Granada. La subida al techo peninsular se hace en verano o en otoño. En invierno, las duras condiciones climáticas recomiendan limitar el ascenso a montañeros muy experimentados.

Montañeros con Busquistar al fondo
Montañeros con Busquistar al fondo

Pórtugos-Acequia alta

A escasos 11 kilómetros de Capileira, en dirección este, se encuentra Pórtugos, una pequeña localidad de apenas 380 habitantes y 1.303 metros de altitud. Desde aquí proponemos otras dos rutas montañeras de dificultad media. Las dos requieren una experiencia básica previa, sobre todo en la primera de ellas. Debido al significativo desnivel que vamos a salvar (840 metros), no es recomendable para personas que no hayan probado con anterioridad su capacidad de resistencia.

Antes de caminar, es preciso conocer las previsiones meteorológicas. En invierno, las temperaturas pueden descender bruscamente o nevar de forma copiosa. En todo caso, es imprescindible llevar calzado adecuado y ropa de abrigo suficiente. En la mochila no puede faltar un cortavientos o un impermeable, guantes, gorro, braga de cuello, agua, comida y fruta. El GPS con el track de la ruta descargada siempre es un seguro de vida.

El sendero arranca en el mismo centro de Pórtugos y busca las estribaciones de la serranía por la zona norte del pueblo. La ruta que proponemos es circular, tiene 15 kilómetros y une la localidad con la acequia alta, desde donde se contemplan los majestuosos picos blancos de Sierra Nevada. Ya en los primeros tramos nos acompañan los centenarios canales de irrigación, jalonados frecuentemente de bosques de ribera, que, en primavera o verano, refrescan la temperatura.

Durante hora y media, el sendero remonta sin descanso las laderas plagadas de matorral bajo, robledales, castaños y algunas manchas de pinos. A medida que vamos ganando altura, se extiende el valle en toda su amplitud, con Pitres y Pórtugos cada vez más diminutos allá al fondo. En unas dos horas, alcanzamos el Tajo Cortés, junto a un área de descanso. Es el momento de hacer una pequeña parada para tomar aire y comer un plátano o una naranja. Una formidable cascada de agua brota salvaje de una hendidura vertical en la roca. Más arriba, llegamos a la conocida como Junta de los Ríos, en las inmediaciones de un puente.

El sendero trepa por la ladera de en frente y vuelve a cobrar altura metro a metro. Todo el desnivel se concentra en el primer tercio de la ruta. Nos adentramos ya claramente en el pinar, después de abandonar la senda principal junto a otra cascada briosa. La ruta empieza a girar hacia la izquierda. Ya estamos cerrando el círculo. Se acabaron las cuestas y recorremos un kilómetro y medio llaneando hasta que llegamos a un mirador. Salimos del bosque, rodeamos una pequeña loma y contemplamos en frente la cordillera nevada. Este año, sin embargo, las altas temperaturas han arrinconado la mancha blanca en las cumbres más altas.

Estamos ya en la acequia alta. El sendero circula en paralelo a los viejos canales de agua cristalina. En unos 45 minutos llegamos a unas edificaciones abandonadas donde podemos parar para almorzar. El paisaje es imponente. Al norte, se ofrecen soberbios los picos blancos de Sierra Nevada. Hacia el sur, se alza la Contraviesa, el último obstáculo montañoso antes de divisar el Mediterráneo. Pese a ser el último día del año, la temperatura es inusualmente alta. Rozamos los 20 grados. En muchos tramos del recorrido, hemos caminado en manga corta. El regreso se hace siguiendo la estela de la acequia hasta la cascada del pinar. Volvemos nuevamente por el Tajo Cortés y antes de que sean las cinco de la tarde estamos nuevamente en Pórtugos.

Fondales
Fondales

La Taha

La ruta del primer día del año es más asequible en kilómetros y en desnivel. Es otro sendero circular que recorre alguno de los siete pueblos de la Taha. El término es de origen hispanoárabe y alude a una antigua división territorial de las Alpujarras. La senda arranca también en Pórtugos, aunque ahora toma dirección este. Sin perder altura, el camino discurre en paralelo por la acequia baja a lo largo de un paraje boscoso y fresco hasta un desvío que desciende a Busquistar. Todos los pueblos que vamos a atravesar son pequeños y solitarios. Núcleos de población que mantienen intacta su arquitectura tradicional, de chimeneas blancas, ‘terraos’ de launa, balcones y ‘tinaos’, que son pasadizos cubiertos en medio de cualquier callejón.

Apenas se ve un alma. Mucho menos un bar o una tienda. De vez en cuando, te puedes cruzar con un anciano o con un bohemio extranjero, que en los setenta eligió este recóndito lugar de Europa en busca de silencio y serenidad. Después de Busquistar, llegamos a Atalbéitar, otro remanso de paz al borde de un barranco pedregoso. Con todo, la ruta es razonablemente cómoda. Más allá, se divisan Ferreirola, Fondales, Mecinilla y Mecina, donde, al fin, hallamos un bar con cerveza fresca.

Entre Mecina y Pitres quedan apenas un par de kilómetros. Eso sí: cuesta arriba. Solo hay que hacer un último esfuerzo antes de culminar la cota más alta del recorrido. Desde Pitres a Pórtugos, queda un kilómetro y medio. La mitad por carretera. Pronto habremos completado una jornada deliciosa que combina la naturaleza agreste y el impagable atractivo antropológico que las Alpujarras aún esconde en su corazón.

 

Tres rutas en el último refugio morisco
Comentarios