viernes. 26.04.2024

La alerta climática obliga a estrechar la cooperación entre Europa y países árabes

La región mediterránea sufrirá de forma severa las consecuencias del calentamiento global. Sus 22 países ribereños deberán reforzar la ‘diplomacia climática’ para coordinar políticas comunes ante la escasez de agua, el aumento del nivel del mar, la crisis alimentaria y la degradación de los ecosistemas acuáticos

La cuenca del Mediterráneo es una de las regiones más amenazadas del mundo por el cambio climático.
La cuenca del Mediterráneo es una de las regiones más amenazadas del mundo por el cambio climático.

La cuenca mediterránea es una de las regiones del planeta más expuesta a los inquietantes efectos del calentamiento global. Lo indican todos los informes científicos. Y los datos son altamente preocupantes. Veamos. La temperatura ha aumentado 1,6 grados con respecto al periodo preindustrial, cuando la media mundial se ha incrementado a un ritmo sensiblemente inferior: 1,1 grados. A finales del siglo XXI, se producirá un calentamiento adicional, que puede ser dramático si no se adoptan políticas climáticas serias. Hasta 5,6 grados podría recrudecerse la temperatura en este área del planeta si los gobiernos mantienen su pasividad ante el mayor desafío de la humanidad en miles de años.

Así lo certifica un informe de Joël Guiot, experto de la Universidad francesa de Aix Marseille, con datos de la red MedECC de especialistas en cambio climático. El Mediterráneo es un mar semicerrado y poco profundo que se está calentando más rápido que los océanos. Se calcula que el aumento de temperatura se acelera entre 0,3 y 0,4 grados por década frente a los 0,2 de la media mundial. El proceso de acidificación de sus aguas también es más intenso.

El incremento en el nivel del mar, como consecuencia del deshielo de los cascotes polares y de los glaciares, está cifrado en 4,8 milímetros por año. Quiere decirse que para 2100, el Mediterráneo puede crecer entre 40 y 120 centímetros. Algunas previsiones son manifiestamente más pesimistas y sitúan hasta los 1,70 metros la invasión marítima sobre las costas. El impacto sobre las poblaciones ribereñas y sus ecosistemas podría ser devastador.

Paralelamente, la frecuencia y severidad de las olas de calor se agudizarán. En algunas zonas, la sequía corre el riesgo de cronificarse, se reducirán las precipitaciones y se prodigarán los fenómenos extremos meteorológicos. Los expertos estiman una rebaja del 4% de las lluvias por cada grado de calentamiento. En verano, el retroceso pluviométrico alcanzará hasta el 30%. La demanda de agua, en cambio, aumentará entre un 22% y un 74% en la cuenca mediterránea. La agricultura absorberá más de un 70% de la demanda, pero también el crecimiento demográfico y la imparable presión turística.

Muchos humedales costeros desaparecerán las próximas décadas mientras que las praderas marinas están seriamente amenazadas. No es un dato menor. Según un informe de la organización conservacionista WWF sobre la emergencia climática en el Mediterráneo, los campos de posidonia subacuática pueden almacenar entre un 11% y un 42% de las emisiones de dióxido de carbono. Las altas temperaturas y el aumento de las tormentas están transformando las características del fondo marino mientras que cientos de especies invasoras están desplazando a las autóctonas.

Para frenar todo este preocupante proceso de degradación ambiental, que está ‘tropicalizando’ el Mediterráneo, WWF propone acelerar la transición ecológica, intensificar la descarbonización de la economía y reforzar la conservación de los ecosistemas marinos.

La cuenca mediterránea es uno de los ejes neurálgicos del planeta. Baña tres continentes y 22 países distintos en una de las brechas socioeconómicas más profundas y conflictivas. Siete de ellos son árabes: Marruecos, Túnez, Argelia, Libia, Egipto, Palestina y Líbano, más Turquía e Israel. El resto son europeos.

La emergencia climática es un desafío sin precedentes. Pero también una oportunidad. Esa es la reflexión formulada por la politóloga Ariadna Romans en un artículo publicado en la red Euromesco, uno de los centros de investigación más importantes del área mediterránea. La experta sugiere la necesidad de convertir un contratiempo en una ocasión de buscar soluciones cooperativas en todo el espacio mediterráneo para hacer frente conjuntamente al calentamiento global.

“La diplomacia climática ofrece una oportunidad para abrir nuevos canales de diálogo y responder a amenazas comunes”, propone. En su opinión, es una ocasión de “dejar de lado las diferencias políticas”, que bloquean las relaciones de buena parte de los países ribereños del Mediterráneo. Y recuerda que ya el panel de expertos en el calentamiento global IPCC calificó en 2022 la región como “punto crítico” y recomendó la necesidad de compartir conocimiento y estrategias para avanzar hacia la “adaptación climática”.

Ariadna Romans subraya que la cooperación mediterránea apenas tiene 30 años de vida. Arrancó en 1995 con la Declaración de Barcelona, que agrupó a la Unión Europea (UE) y 15 países al sur y al este del Mediterráneo. En estas dos décadas y media los avances en cooperación regional han sido muy limitados. La politóloga ofrece dos razones básicas: la brecha socioeconómica y cultural entre el norte y el sur; y las relaciones de desigualdad derivadas de las viejas “dependencias coloniales”.

Para reconducir la fractura territorial, sugiere la conveniencia de incrementar los intercambios comerciales e interculturales entre ambas riberas. Y, en ese contexto, la ‘diplomacia climática’ sería un “buen catalizador” para estimular una dinámica colaborativa. Un elemento a tener en cuenta, argumenta Romans, es que los países del norte y del sur, por razones económicas, no están en disposición de imprimir la misma velocidad a su transición energética. “Y hay que promover la aceptación de la diversidad”, defiende.

Entre sus recomendaciones, propone una estrategia compartida, fomentar inversiones comunes en megaproyectos, trabajar de forma conjunta en una economía más verde e involucrar, además de a los gobiernos, también a las empresas, al mundo académico y a la sociedad civil. “Establecer encuentros educativos e interculturales sobre la amenaza del cambio climático puede ser una herramienta para crear una conciencia cooperativa”, asegura.

El Gobierno español despliega varios programas de cooperación al desarrollo, alguno de los cuales están relacionados con el cambio climático, la transición energética y la escasez de agua. Lo hace generalmente a través de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID), con sede en Madrid. Para el mundo árabe cuenta con un programa específico, denominado Masar (camino, en español), centrado fundamentalmente en cuestiones de gobernanza, igualdad, democracia, lucha contra la corrupción o creación de empleo.

María Teresa Martín-Crespo, jefa del área de Medio Ambiente y Cambio Climático, informa de que la administración pública dispone de varios instrumentos diferentes, que van desde las ayudas a ONGs que trabajan sobre el terreno a la cooperación técnica o financiera. “Dependiendo de lo que nos piden los países y de las posibilidades presupuestarios, cada año se escoge una cuestión distinta”, señala en conversación telefónica con EL CORREO DEL GOLFO. El cambio climático y la sostenibilidad es uno de los asuntos seleccionados, aunque, por lo general, no suelen ser una cuestión prioritaria.

Todos los programas de cooperación están amparados por un plan director, que establece las prioridades por países y temas. El agua es una de las áreas básicas en la agenda de medio ambiente. “Es el problema más grave que tienen los países en relación al cambio climático”, explica Martín-Crespo. Precisamente se acaban de aprobar tres proyectos para Oriente Medio: uno para Palestina, otro en Líbano y un tercero en Jordania. Todos relacionados con estrategias de adaptación al cambio climático, en una de las zonas más cálidas del planeta y con menos recursos hídricos.

Otra de las consecuencias del calentamiento global es el previsible incremento de los movimientos migratorios. Todo apunta a que el impacto mayor se producirá en las regiones del Magreb, el Sahel y África occidental, según un estudio colectivo firmado por cuatro investigadores en el portal del Instituto Europeo del Mediterráneo. La desertización, la escasez de agua y la degradación de la tierra obligarán a miles de personas a abandonar su lugar de residencia en las próximas décadas, si se confirman las previsiones del incremento de temperaturas.

El informe sostiene que los flujos migratorios a Europa aumentarán “constantemente a niveles potencialmente insostenibles”. Hasta 1.200 millones de personas en todo el planeta están en riesgo de desplazamiento por el cambio climático, que, a su vez, tendrá implicaciones en la seguridad alimentaria y la estabilidad política de numeroso países.

El documento asegura que el desarrollo económico juega un “papel fundamental” para garantizar que las sociedades sean resistentes al cambio climático. “Las migraciones se eligen después de que otras estrategias de adaptación no hayan tenido éxito”, concluye.

La alerta climática obliga a estrechar la cooperación entre Europa y países árabes
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