viernes. 26.04.2024

Una crisis sin precedentes hunde a Líbano en la oscuridad

El país árabe se despeña sin control por el abismo de una inflación imparable, el desplome de la moneda, una pobreza galopante y el colapso de las instituciones. Un analista, un experto en cooperación internacional y una universitaria describen la inaudita ruina de un enclave que fue la ‘Perla de Oriente Medio

Depósitos de agua en el tejado de una vivienda de Beirut
Depósitos de agua en el tejado de una vivienda de Beirut / Fotografía: Itxaso Ruiz

Itxaso Ruiz aterrizó en el aeropuerto de Beirut en agosto de 2021. Lo primero que le impactó del país fue la oscuridad. Una espesa oscuridad. No únicamente porque tomó tierra de noche. Cuando enfiló camino de la capital el alumbrado público estaba literalmente apagado. Las farolas existen y hay infraestructura eléctrica, por supuesto, pero los cortes de luz son crónicos. “Entonces pensé: aquí hay algo que va muy mal”, asegura Itxaso Ruiz a través del teléfono. Y en efecto. El Estado ya no tiene capacidad para garantizar el suministro eléctrico. Si quieres luz, tienes que contratar un generador privado. Beirut está plagado de generadores eléctricos. Individuales y, las más de las veces, contratados por edificios enteros o barriadas.

De vez en cuando, llega la luz de la red pública. Se encienden las farolas, reviven los semáforos y la gente se apresura a poner la lavadora o los electrodomésticos que exigen más consumo energético. “No hay un patrón sobre las horas de luz. Y nadie sabe quién controla el sistema eléctrico”. Lo que sí parece estar claro es que el de los generadores es un negocio altamente rentable. Y está dominado por mafias que hacen el agosto con el colapso del Estado.

No es el único servicio básico desmantelado. El agua corriente tampoco funciona. Las viviendas tienen grifos y tuberías. Exactamente igual que cualquier país mínimamente desarrollado. Pero el abastecimiento público hace años que es un esqueleto sin vida. Para que el agua corra por los conductos, cada vecino se ve obligado a colocar un depósito en el tejado. Y regularmente contrata los servicios de una empresa para que lo llene de agua. Pero ojo: el líquido elemento no es potable. Solo sirve para el aseo y la limpieza. Si quiere beber, debe comprarla envasada.

En pocos días, Itxaso Ruiz tomó plena consciencia del desastre absoluto en que se había sumido la ‘Perla de Oriente Medio’. “Es alucinante”, subraya incrédula esta alumna española de Estudios Árabes e Islámicos por la Universidad de Granada, que participó en un programa de intercambio académico con el centro universitario de Saint Joseph. Líbano es un país verde y montañoso, dotado de notables recursos hídricos. Y, sin embargo, cientos de miles de familias carecen de agua corriente en casa y viven sometidas a condiciones infrahumanas de supervivencia.

Venta de generadores eléctricos en Trípoli
Venta de generadores eléctricos en Trípoli / Foto: Itxaso Ruiz

En apenas tres años, la libra libanesa ha perdido un 90% de su valor y el 80% de sus habitantes viven por debajo del umbral de la pobreza. En los diez meses que residió Itxaso Ruiz en Beirut, los precios se volatilizaban cada día y la moneda no paraba de desplomarse. “La habitación me costaba un millón de libras libanesas, que equivalían a 50 euros”, señala. En enero pasado volvió a ir. Y por la misma habitación ya le pedían 250 dólares.

El arabista Ignacio Gutiérrez de Terán no cree que la aguda crisis económica tenga vinculación con el colapso político que vive el país. En octubre, el mandato del presidente de la República expiró y las facciones político-religiosas no han alcanzado acuerdo alguno para renovarlo. Líbano lleva, por lo tanto, ocho meses sin jefe de Estado en medio de una depresión económica sin precedentes, que avanza imparable cada minuto.

Líbano es un intrincado mosaico de confesiones religiosas y comunidades étnicas, que viven desde hace décadas en precario equilibrio. La Constitución establece un reparto de responsabilidades institucionales entre los tres grupos religiosos mayoritarios: el presidente de la República debe ser un cristiano maronita, el primer ministro un musulmán sunní y el presidente del Parlamento un musulmán shií. Y deben ser elegidos por consenso. Ahora no lo hay.

“Estas crisis políticas son recurrentes”, puntualiza Gutiérrez de Terán. “Ha habido periodos de gran convulsión institucional y una relativa estabilidad económica”. No es el caso. Ahora ha confluido el desplome económico y el colapso político con una intensidad desconocida. El bloqueo de la renovación del presidente suele ser un plato habitual en la inestable cocina de los libaneses. “Ahora hay un problema añadido”, explica el arabista español. Al secular conflicto interconfesional se suma el desacuerdo entre la misma comunidad cristiana maronita para designar el sucesor de Michel Aoun.

Uno de los candidatos barajados es Suleiman Frangieh, prosirio y aliado de la milicia shií Hezbolá, que cuenta con la férrea oposición del partido de Michel Aoun. Paralelamente, el patriarca maronita, Beshara al Rai, una figura de alto valor político en Líbano, maniobra para imponer a su propio candidato cristiano a la presidencia de la República. Las posiciones están estancadas en un nudo negociador que cruza intereses políticos, religiosos y, sobre todo, de las poderosas élites económicas.

Eulogio Montijano es técnico en cooperación internacional con una larga trayectoria profesional a sus espaldas. Aterrizó en Beirut en septiembre de 2019. Apenas un mes después las calles se incendiaron de barricadas y movilizaciones populares en protesta por la calamitosa situación económica. “Aquellos días no pudimos ni ir al trabajo”, asegura, en relación a la crudeza de los disturbios. En los tres años que estuvo en Líbano, la crisis no hizo sino incrementarse de forma exponencial. “La libra se hundió y el poder adquisitivo de los ciudadanos bajó enormemente”.

Fachada de un edificio de viviendas en Beirut
Fachada de un edificio de viviendas en Beirut / Foto: Itxaso Ruiz

Los libaneses apenas podían llegar a fin de mes, recuerda Montijano, en un país árabe con una consolidada tradición comercial y de renta media. “Ahora se ha convertido en uno de los países más desiguales del mundo, donde una élite económica controla la mayoría de los recursos”. Una parte importante de la inversión provenía de la diáspora libanesa, muy numerosa en todo el planeta. Y, según explica Montijano, los bancos locales empezaron a ofrecer tipos de interés “astronómicos” para atraer capitales ante la creciente falta de liquidez.

“Un día reventó todo ese sistema y originó un ‘corralito’. Los bancos ya no podían hacer frente a los depósitos de sus clientes”, relata. La crisis financiera dinamitó la economía de Líbano y desencadenó un ingobernable malestar social. “Cuando yo llegué, por un euro te daban 1.900 libras libanesas. Cuando me fui, en julio de 2022, ya eran 30.000”. El empobrecimiento fue radical y masivo en el contexto de un país víctima de una corrupción estructural y dominado por élites que se aferran a sus privilegios “a costa de lo que sea”.

La paralización política del Gobierno ha impedido además, razona Montijano, que se implementen las reformas recomendadas por el Fondo Monetario Internacional (FMI) como condición para ofrecer préstamos a la maltrecha economía nacional. La propuesta del FMI fue en marzo de 2021. Y hoy, dos años después, ninguna de las reformas estructurales se han abordado. “Se han hecho algunos cambios cosméticos que no han engañado a nadie”, lamenta el experto en cooperación internacional.

Eulogio Montijano también certifica el colapso de los servicios públicos básicos. “La empresa estatal de electricidad funcionaba muy mal y la energía suministrada no era suficiente. Empezaron a producirse cortes de luz, cada vez más habituales”. Y, en consonancia con el relato de Itxaso Ruiz, afloró un mercado de generadores eléctricos controlado por mafias. “La gente, en lugar de disfrutar de la energía pública, tenía que pagar un dinero extra para conseguir electricidad privada a precios mucho más altos”.

Vertedero de residuos con el perfil de Beirut al fondo
Vertedero de residuos con el perfil de Beirut al fondo / Foto: Itxaso Ruiz

Hasta ahora, Líbano ha sido un modelo económico y cultural en toda la región de Oriente Medio. Un país plural, abierto, dinámico, moderno y razonablemente seguro. “Y ahora se ha convertido en un lugar muy difícil para vivir. Ves a gente pidiendo por la calle y barrios muy deprimidos económicamente”. En paralelo, sin embargo, las élites siguen llenando los restaurantes de lujo cada fin de semana. “Mucha gente sigue viviendo en su burbuja”, sostiene Montijano.

Para Gutiérrez de Terán, una de las claves del derrumbe económico ha sido la “malísima gestión” que ha sufrido en los últimos años. “Líbano ha sido siempre un lugar muy apetecible por su actividad comercial y bursátil. Pero el flujo de inversiones se ha reducido muchísimo por la percepción de que no era un país seguro”. El desplome del turismo y la afluencia imparable de refugiados procedentes de la guerra de Siria han acabado por complicar seriamente la situación. “Y todo eso se ha unido a un problema básico: la corrupción”, reflexiona el arabista español.

Líbano atraviesa su enésima crisis económica, social y política. Un país que vive colgado en el abismo como modo de existencia. Su último medio siglo ha estado minado de convulsiones. Ha sobrevivido a una cruenta guerra civil, unas cuantas invasiones de Israel, el azote del terrorismo, sucesivas mareas de refugiados y ahora una crisis sociopolítica monumental. Y aquí sigue. Caminando por el precipicio en un ejercicio de equilibrismo asombroso. “A pesar del desastre, es un país maravilloso. Su gente es muy amable y la comida libanesa me encantó. Sé que es un cliché, pero es la verdad”. Lo dice Itxaso Ruiz. Una joven estudiante de árabe que aún hoy sigue deslumbrada con un país que es capaz de lo mejor pero también de lo peor.

Una crisis sin precedentes hunde a Líbano en la oscuridad
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