viernes. 26.04.2024

La mujer que está al otro lado del teléfono es iraní. Abandonó su país hace exactamente ahora 43 años. El ayatola Jomeini estaba a punto de conquistar el poder y nuestra interlocutora ya presagiaba que se acercaban tiempos oscuros. En aquel momento, las mujeres todavía caminaban con libertad por la calle. No existía la obligatoriedad de llevar velo y las playas de Persia estaban plagadas de cuerpos en bikini. Todo cambió en un suspiro. La revolución islámica se impuso y decretó un régimen rigorista, que barrió a las mujeres de la vida pública, las segregó de los hombres y las confinó debajo del hiyab. 

La mujer vive en España y prefiere preservar el anonimato. Conserva familia en Irán y todavía teme la larga mano del régimen integrista. En su casa guarda fotos de aquellos años que certifican el grado de libertad con el que vivían las mujeres. No quiere hacerlas públicas. No se fía. “Mi madre llevaba velo porque quería, pero yo nunca. Había libertad plena. Las mujeres podían usar el mismo autobús que los hombres, entraban en las discotecas, conducían sus coches”. Todo eso se ha desvanecido como un castillo de naipes. 

En todo este tiempo, ha regresado a su país unas cuantas ocasiones. Y ha sufrido en propia carne las leyes asfixiantes que ahogan a la mitad de la población. “Algunas veces me han detenido porque llevaba los labios y las uñas pintadas. No me han hecho daño. Me han limpiado la boca y las uñas, y luego me han dejado marchar”. Todo signo femenino está prohibido en Irán. Los ayatolas lo consideran un acto impúdico que debe ser ocultado. Y eso no es lo peor. La mujer es una ciudadana de segundo rango. No tiene derecho a divorciarse si el marido no lo autoriza, sus hijos pertenecen al hombre y recibe la mitad de la herencia que ellos. 

"Las protestas no van a cambiar al país y me temo que el régimen va a seguir, aunque nadie lo apoya. Nadie"

Nuestra mujer anónima vive con angustia y rabia las revueltas que atraviesan el país, en protesta por la muerte de Mahsa Amini a manos de la Policía de la Moral cuando fue detenida por llevar el velo de forma presuntamente incorrecta. “La situación de la mujer está muy mal. Están matando a la gente. Y me da mucha pena. Pero le digo una cosa: las mujeres iraníes tienen más cojones que los hombres. Aunque ellos”, puntualiza, “también apoyan su lucha”. Respalda con decisión las protestas callejeras, aunque no tiene esperanzas de que remuevan el tablero político de un régimen granítico. “No creo que lleguen a ningún lado. Las protestas no van a cambiar al país y me temo que el régimen va a seguir, aunque nadie lo apoya. Nadie”, remarca. 

Firouzeh tenía 7 años cuando estalló la revolución islámica. Pronto se dio cuenta de que algo estaba cambiando en su corta vida. En el colegio, tenía que ir obligatoriamente con velo a clase y en aulas diferentes que los niños. “Todo empezó a ir peor”, asegura en conversación telefónica. “Mi abuela usaba velo, pero mi madre no. Mi madre usaba el bikini y se ponía minifalda. Las mujeres iban como querían. La que quería iba a la Mezquita y la que no a la discoteca”. A diferencia de Afganistán, las mujeres sí pueden estudiar en todos los niveles educativos, incluidos los estudios superiores. Eso sí: con algunas restricciones. “Yo estudié Enfermería”, asegura. “Pero tienes que firmar que eres musulmana. Si eres cristiana o bahai no puedes estudiar en una universidad pública”. 

Lleva en España 20 años. Salió con su marido y su hija de 5 años con un visado de turista y ya no regresó. “Me encanta mi país, pero allí no hay democracia”, lamenta. “Cuando vivía en Irán veíamos películas extranjeras donde la gente iba normal por la calle. Y yo pensaba: ¿por qué nosotros no? Nuestra ilusión era salir del país para poder llevar el pelo libre o ir en pantalón corto”. 

"Es la dictadura de la atrocidad y la demencia en nombre de una religión que están mancillando ellos mismos"

Ha vuelto a Irán de visita. Y siempre que lo ha hecho ha pisado su país con miedo. “Me tapaba el pelo más que nadie”, subraya. Nunca ha tenido problemas con la Policía de la Moral, que vigila día y noche que las mujeres iraníes se ciñan a la estricta norma de conducta islamista. “No quieren que las mujeres vivan alegres. No les hace gracia. Quieren ver tristeza y seriedad”, agrega. Firouzeh elogia la “valentía” de las mujeres iraníes que se atreven a protestar en la calle, pese a que se juegan duras penas de castigo e incluso la muerte. Decenas de personas han fallecido en apenas dos semanas de revuelta popular. “Están jugándose la vida. Y muchas están siendo asesinadas. Ya no se puede hacer otra cosa. O ganamos o morimos”. 

Su hija, Shaghayegh, está indignada. Y quiere hablar. Salió de su país con poco más de 4 años y hoy ya tiene 25. “Es la dictadura de la atrocidad y la demencia en nombre de una religión que están mancillando ellos mismos”, argumenta. Aunque ha vivido en España casi toda su vida, la deriva fundamentalista de Irán le duele profundamente. “Siento que me han quitado una parte de mí. Que me han arrancado una tierra muy bonita donde las mujeres no tienen derechos. Yo he perdido a toda mi familia, que sigue viviendo allí”. 

La primera vez que regresó a Irán tenía 12 años. “Fue un shock”, proclama. “Aquí en España voy por la calle como quiero. Y allí tienes que fingir y tener cuidado con la Policía de la Moral. Tienes que esconderte para ser libre. Yo tenía mucho cuidado. Lo llevaba todo perfecto”. Shaghayegh, que estudia Trabajo Social en la Comunidad Valenciana, denuncia la “brutal represión” que ejerce el régimen de los ayatolas contra quienes se atreven a alzar la voz. Pero la gente, sostiene, ya no tiene miedo a morir por defender sus derechos. 

“Los iraníes que vivimos en España estamos dispuestos a ayudarlos como sea”

Ebrahim Khalighy es presidente de la Asociación Iraní de la Comunidad Valenciana. Trabajaba en el Ministerio de Cultura de Irán y, en un viaje oficial a Alemania, aprovechó para pedir asilo político en España. Ya lleva 20 años en Europa y ha logrado la nacionalidad española. “Hace 43 años les quitaron a la gente sus derechos y es lo que están pidiendo ahora en las calles”, afirma. “A las mujeres no las dejan ni respirar. No pueden entrar ni al fútbol”. Khalighy está convencido de que el régimen teocrático apenas tiene apoyo popular y que se sostiene por la fuerza militar. Asegura que la gente está “muy cansada”. “Los iraníes que vivimos en España”, añade, “estamos dispuestos a ayudarlos como sea”. Ebrahim no puede regresar a Irán. Toda su familia vive allí y las pocas veces que ha tenido oportunidad de verlos ha sido en Turquía. 

Ashti es el nombre ficticio de una kurda iraní que se instaló en España hace 15 años. Nos pide el anonimato por razones de seguridad. Ratifica una por una todas las denuncias que han vertido en estas páginas las iraníes exiliadas. “Mi familia no usaba el velo antes de la revolución”, indica. La cultura kurda tiene otros códigos de vestimenta femenina, lo que no fue óbice para que su madre tuviera que ponerse el chador como signo de pudor. “Mis padres me dejaban ir sola a fiestas o a cualquier sitio y en mi casa nunca hemos tenido la obligación de ponernos el velo. Fuera sí”. Su ciudad era pequeña y las restricciones rigoristas quedaban algo más diluidas que en otras zonas del país. 

"Nosotros salimos a la calle para protestar contra el sha de Persia con la idea de mejorar nuestro país. Pero nos equivocamos"

Salió de Irán con 19 años y regresa con frecuencia para ver a su familia. “Lo que se ve en televisión es correcto. La Policía de la Moral es muy dura”, dice Ashti. La mayoría de las mujeres iraníes, asegura nuestra fuente, se oponen a las políticas misóginas que las relegan a un lugar marginal del espacio público. Los hombres también. “Mis padres, mis hermanos y toda la gente que conozco son gente moderna y libre, que no está de acuerdo con el régimen. El Gobierno de los ayatolas no tiene apoyo popular”. 

Ali es padre de  Shaghayegh y marido de Firouzeh. Es consciente del momento crucial que vive su país. “Están matando a muchas chicas jóvenes y eso nos está afectando”, exclama emocionado. Cuando triunfó la revolución de Jomeini en 1979 tenía 12 años. “Nosotros salimos a la calle para protestar contra el sha de Persia con la idea de mejorar nuestro país. Pero nos equivocamos”. Años después fue movilizado en la guerra contra Irak. “Perdí tres años de mi juventud y he visto muchas barbaridades”, deplora. Por todo ello, su solidaridad con la revuelta del velo es firme. “Queremos apoyar a tope”. 

El régimen de Teherán ha redoblado la represión para tratar de apagar una de las protestas ciudadanas más desestabilizadoras de las últimas décadas. Miles de mujeres siguen exponiendo su integridad cada día en Irán pese a la dura respuesta de los ayatolas, mientras el exilio se moviliza en todas parte del mundo en estas horas decisivas del futuro de Persia.

“O ganamos o morimos”
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