miércoles. 24.04.2024

Iraníes descargan sus paquetes en el puerto de Bandaar Abbas antes de iniciar la travesía en barco. (Celia HK). Iraníes descargan sus paquetes en el puerto de Bandaar Abbas antes de iniciar la travesía en barco. (Celia HK).

(Texto: Rafael P. Unquiles en ABC; fotos: Celia HK) Por fin estamos en los Emiratos Árabes Unidos. Después de diez días de camino hemos llegado, cansados pero en buen estado de salud y de ánimo, al puerto de Sharjah, situado a 30 kilómetros al norte de Dubái. Ha sido a bordo del barco Iran Hormuz, capitaneado por Medhi Rouzkhosh, en la foto de portada, un experimentado marino iraní que ha recalado varias veces en aguas de Huelva al frente de mercantes.

La última noche, la undécima, ha dejado huella: la hemos compartido con los 360 musulmanes, en su mayoría iraníes, que ocupaban el ferry en zonas divididas para mujeres y hombres. Éramos los únicos occidentales. Tras bajar de la embarcación, los pasajeros, muchos de los cuales comenzaban a disfrutar de sus vacaciones con motivo del Ramadán, se han topado con la dura realidad del inmigrante y con un trato más apropiado para el ganado que para las personas. Pero esa es otra historia.

Culmina así una aventura que en determinados momentos ha resultado muy complicada y que con este último capítulo, redactado en primera persona -no sabría explicar determinadas situaciones de otra forma-, alcanza de momento su punto y aparte.

El ferry iraní entra en el puerto de Sharjah. (Celia HK) El ferry iraní entra en el puerto de Sharjah. (Celia HK)

Nunca imaginé cuando planificamos el viaje la cantidad de problemas que pueden surgir si circulas con tu propio vehículo por determinados territorios. La complicación del itinerario –la descomunal dificultad- no ha estado en el número de kilómetros al volante –más de 8.000- sino en superar las dos fronteras de Irán: Maku, en el límite norte con Turquía, y Bandaar Abbas en el sur.

Realizar los mil trámites necesarios nos ha llevado decenas de horas. El pasado lunes llegamos al puerto de Bandaar Abbas, después de haber estado todo el día anterior de papeleo, a las 8 de la mañana y durante 7 horas consecutivas fuimos de ventanilla en ventanilla, de oficina en oficina y de edificio en edificio.

Un dato que puede dar idea del desequilibrio que existe entre Irán y el resto de países por los que ha discurrido la ruta es que para cruzar España, Francia, Italia, Eslovenia, Croacia, Serbia, Bulgaria y Turquía, unos 6.000 kilómetros, sólo fueron necesarios tres días, mientras que para recorrer la República Islámica de Irán y pasar por sus aduanas, en total 2.500 kilómetros, hemos necesitado siete.

El primer gran escollo del viaje se presentó en la frontera entre Turquía e Irán. Estuvimos a punto de darnos la vuelta ante la dificultad de proseguir el recorrido en coche. Aunque los agentes oficiales de la Embajada iraní en España, los mismos con los que durante dos meses tramitamos los visados, nos aseguraron que no existía ningún problema para entrar en el país con un vehículo propio, una vez en la aduana exigieron el abono de 500 dólares por no contar con no sé qué papel. Finalmente pagamos unos 250 euros. Los trámites de la documentación se prolongaron más de seis horas.

Resultaba evidente que todo era un montaje para hacerse con unos euros. Ni siquiera disimulaban. Un joven fue el encargado de exigir el dinero después de varias horas de espera y ante policías y funcionarios de aduanas que no movieron un dedo para impedirlo. Es más, durante el proceso de sellado de pasaportes observé de forma directa cómo varias personas entregaban por debajo de la mesa fajos de billetes al policía encargado de dar el visto bueno definitivo a la entrada en el país.

En Bandaar Abbas en cambio, aunque los trámites fueron eternos, la colaboración de las autoridades resultó permanente.

Fueron la cara y la cruz de una misma realidad que se sumó a otros puntos negros, uno de ellos muy llamativo: llevar un coche diésel. Ha sido una de nuestras más pesadas cruces en la tierra de Alá. Cada vez que parábamos en una gasolinera para repostar era como si un ovni bajara del cielo. Y hubo quien aprovechó la ocasión para exigirnos el pago de diez veces más del precio del combustible. También hubo quien no dudó en coger una goma, introducirla en el depósito de su camión y chupar para ofrecernos los litros que necesitábamos para llegar a Bandaar Abbas al haberse quedado todas las gasolineras de la zona sin diésel.

Mil historias más se quedan pendientes. De momento, la noche de este martes ya dormimos en casa, en el emirato de Ras Al Khaimah, y con el coche en la puerta. Increíble. A las 7 de la tarde el termómetro marcaba 45 grados, 35 más que la temperatura que registró el vehículo a su paso por las montañas nevadas del este de Turquía. Otro más de los grandes contrastes de la Huelva-Dubái. Son las 20.02 horas del martes 9 de julio de 2013.

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Escrito por Rafael P. Unquiles en la tarde del 9 de julio en el emirato de Ras Al Khaimah, situado a 30 kilómetros al norte de Dubái.

Diez días y once largas noches
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