Once escolares han muerto en Camboya después de que un ferri se hundiera en las aguas de un río de la provincia de Kandal. Cuarenta y una personas han fallecido en Turquía en la explosión de una mina de carbón en la provincia de Bartin. Cuatro presos han perdido la vida en Irán por un incendio en la criticada prisión Evin. Guerra de Ucrania al margen, son las desgracias que, mirando a Oriente, vi recogidas ayer en los informativos de TVE 24 horas y en el de Matías Prats en Antena 3 mientras tecleaba en el ordenador. Hace unos días también escuché que 66 menores habían perecido en Gambia debido al daño provocado en sus riñones por cuatro jarabes contra la tos fabricados por la farmacéutica india Maiden Pharmaceuticals. De los diez niños con leucemia muertos en Yemen, y de las docenas más que han quedado gravemente enfermos después de que se les administrara dosis caducadas de un tratamiento contra el cáncer en Saná, nada de nada. Yemen no existe. No interesa ni su guerra ni su paz ni sus niños muertos. Ahí que se pudran. Total, son pobres como ratas. Es lo que descubro cuando me da por fisgonear para enterarme de cómo sigue la cosa por España (no hay novedad, la bronca continúa) e, invariablemente, termino por tomar conciencia de que en este planeta vemos exactamente lo que nos da gana. No depende de la relevancia el que una noticia aparezca en los medios. Depende de los intereses económicos, de los intereses políticos, de las modas y hasta de que el galardonado corresponsal de turno, que igual vive a miles de kilómetros de donde sucede la tragedia, esté operativo. Yemen no importa. Siria, sí. Y El Líbano. Y Egipto. E Irán. Pero ¿a quíén le preocupa que en Yemen las mujeres tengan derechos o no? ¿O que los niños coman o se mueran de hambre? ¿O que les inyecten algo así como cianuro en sus venas? A nadie. Yemen está fuera del mapa a pesar de ser uno de los centros más antiguos de civilización. Qué pena.