sábado. 20.04.2024

Un viaje decisivo a Marruecos en 1969 alumbró la carrera investigadora de María Rosa de Madariaga y terminó por apuntalar su pasión por la historia del Rif, que acabó marcando su biografía vital. Tenía tan solo 32 años y preparaba en París sus estudios doctorales de la mano de Pierre Vilar, uno de los más prestigiosos hispanistas contemporáneos. En Marruecos, rastreó los escenarios de la guerra del Rif, contactó con testimonios vivos de aquellos cruentos años y conoció a personalidades centrales de la vida política marroquí. Por ejemplo, al ex primer ministro Abdallah Ibrahim. O al doctor Omar al Jatabi, primo de Abd el Krim al Jatabi, el carismático líder rifeño que infligió la más dolorosa derrota española en territorio marroquí. 

María Rosa de Madariaga traspasó la frontera magrebí y empezó a conocer el reverso de una historia que durante décadas solo se había difundido en España a través de la versión oficial de la potencia colonial. Hasta entonces, la guerra del Rif había sido contada por militares españoles, que ofrecían un relato ideologizado y franquista de su aventura colonial en el norte de España. “María Rosa de Madariaga empezó a entender la otra cara de la moneda”, subraya Bernabé López García, reputado arabista y experto en política marroquí, en cuyo país ha residido durante largos periodos desde los años setenta. Y la otra cara de la moneda era el derecho de un pueblo, el rifeño, a defenderse de una ocupación militar. 

La joven historiadora española, hija de militares republicanos y sobrina del escritor Salvador de Madariaga, levantó la alfombra de un periodo amargo de su país, que tras la independencia de Marruecos, en 1956, fue relegado a la alcoba de la historia nacional. “Su papel fue el de revitalizar los estudios de la guerra del Rif. Hacer una nueva lectura. Y ofreció una visión crítica y antimilitarista”, argumenta Bernabé López, en conversación telefónica con EL CORREO DEL GOLFO. “Porque de lo que pecó el protectorado español en Marruecos fue de militarismo”.

En efecto, María Rosa de Madariaga, autora de una decena de títulos sobre Marruecos, fue muy crítica con el papel del Ejército en la guerra del Rif. En sus rigurosos análisis académicos, no se queda en la epidermis de las contiendas militares que se sucedieron a lo largo del primer tercio del siglo XX. Sino que se remonta al protagonismo alcanzado por la jerarquía militar en el siglo XIX, acostumbrado a intervenir en el juego político nacional y a promover continuos golpes de Estado. “El Ejército era el árbitro de la vida política de España en el siglo XIX”, señaló en una conferencia pronunciada en la Fundación Euroárabe en 2010. “Era un Ejército díscolo que necesitaba acción. Y, tras los pronunciamientos del XIX, empezó a buscar aventuras coloniales exteriores. Los militares se consideraban la espina dorsal de la nación. Los representantes de la patria. Y todo lo que se oponga al Ejército era tildado de antipatria. La clase política le tenía miedo y lo necesitaba para mantener el orden establecido”. La propia historiadora fue objeto de duras invectivas por parte de algunos sectores militares, que no veían con buenos ojos el relato crítico que ofrecía del protectorado español. En el casino militar de Melilla, según confesó ella misma en varias ocasiones,  fue tildada de “antiespañola” por su trayectoria investigadora. 

“La guerra del 98 fue un duro batacazo para el Ejército, que no se resignaba a sus derrotas y quiso recuperar sus laureles perdidos”

La pérdida de las últimas colonias de ultramar en Cuba y Filipinas, en 1898, propinó un duro golpe a la autoestima nacional y dejó al Ejército sin un “ideal” de combate que alimentara su espíritu marcial. “La guerra del 98 fue un duro batacazo para el Ejército, que no se resignaba a sus derrotas y quiso recuperar sus laureles perdidos”, explicó Madariaga en una de sus últimas intervenciones públicas, con motivo del centenario del desastre de Annual. “En Marruecos encontró terreno abonado y allí se forjó la casta militar africanista”, que 15 años después, por cierto, protagonizaría el golpe militar que derribó a la II República española. 

Ese fue el caldo de cultivo en el que cristalizó la guerra del Rif. Ya en 1859 y 1893 se habían producido refriegas significativas en Tetuán y Melilla. Pero no fue hasta el año 1921 cuando se produjo el desastre de Annual, donde las cabilas rifeñas, agrupadas en torno a Abd el Krim, asestaron un correctivo sin precedentes al Ejército español, comandado por el general Manuel Fernández Silvestre. Casi 15.000 soldados españoles perdieron la vida en una batalla que apenas duró veinte días. Muchos de ellos fueron fusilados después de ser capturados y otros tantos tratados con una brutalidad inhumana. 

La derrota conmocionó a la opinión pública española y empujó nuevamente al Ejército a una controvertida respuesta militar, que también fue examinada con rigor por la historiadora madrileña. Para resarcirse de la humillación de Annual y recuperar los territorios perdidos, España optó por el uso de armas químicas en el norte de Marruecos. “La idea del ataque químico se impuso para vengar la matanza de españoles perpetrada en Zeluán, Nador y Monte Arruit, no por la resistencia rifeña, sino por bandas incontroladas de las cabilas próximas a Melilla”, escribió María Rosa de Madariaga en un artículo difundido en Público en 2008. 

“La idea del ataque químico se impuso para vengar la matanza de españoles perpetrada en Zeluán, Nador y Monte Arruit, no por la resistencia rifeña, sino por bandas incontroladas de las cabilas próximas a Melilla”

El Ejército adquirió los gases tóxicos en Francia y Alemania, pese a que este último país tenía prohibido su fabricación y venta tras el Tratado de Versalles. Cloropicrina, fosgeno y, sobre todo, iperita fueron los productos químicos más utilizados, según señala Madariaga. En 1923 se usaron por primera vez en territorio marroquí. El primer ataque tóxico fue perpetrado por la artillería y posteriormente se usó por la aviación. España fue el primer país del mundo que usó la aviación para ejecutar bombardeos químicos. “El Ejército habría deseado que fuesen masivos para causar el mayor daño posible, físico y material, así como para desmoralizar a los combatientes rifeños y la población civil”, señaló la historiadora en su artículo. “Pero factores técnicos y políticos lo impidieron. Todo parece indicar que fueron selectivos, sobre objetivos y cabilas muy concretas, en particular el Rif central, donde estaba el núcleo duro de la resistencia”. 

Con todo, los ataques químicos causaron “numerosísimas víctimas”, no solo entre los combatientes sino también entre la “población civil”. La iperita provoca quemaduras y lesiones en los ojos, que pueden producir ceguera, así como graves afectaciones en el tracto respiratorio, potencialmente causante de la muerte. Mucho más complicado de determinar son sus efectos a largo plazo, asegura Madariaga. Asociaciones ciudadanas y fuentes gubernamentales marroquíes han denunciado de forma reiterada la alarmante incidencia de cáncer en población descendiente del Rif, supuestamente relacionado con los ataques químicos del siglo pasado. María Rosa de Madariaga fue escéptica con esa hipótesis. “La iperita es una sustancia cancerígena, según se demuestra en exposiciones crónicas”, indicó en diario Público. “Pero es más difícil de establecer una relación de causa-efecto en casos de exposiciones esporádicas”. Y agregó: “Sería aventurado afirmar que la incidencia del cáncer en el Rif hoy se pueda atribuir a la iperita de los años veinte”. 

La historiadora puso el dedo en la llaga de las ambiciones coloniales españolas en Marruecos y se adentró en territorios movedizos, como es el caso de los ataques químicos. Pero lo hizo desde la solidez científica. “Fue muy objetiva”, proclama hoy Bernabé López García. “Los ataques químicos se han intentado instrumentalizar políticamente por asociaciones rifeñas. Y se han dicho exageraciones que María Rosa ha tratado de matizar y puntualizar”. Lo cual no obsta, a juicio del arabista granadino, para que el uso de los gases tóxicos fueran una “barbaridad” que “merece toda la repulsa”. El lamentable episodio de la iperita ha llegado varias veces al Congreso de los Diputados de España, pero en todas ellas los dos partidos mayoritarios, PP y PSOE, han bloqueado cualquier iniciativa parlamentaria de condena o investigación. 

“Después de tantos años de silencio y olvido, el que hoy se sepa y reconozca públicamente que España utilizó gases tóxicos en la guerra del Rif es hacer justicia a la verdad histórica"

La propia María Rosa de Madariaga se mostró en vida muy contrariada con aquel dramático capítulo que manchó la historia de las relaciones entre España y Marruecos. “Después de tantos años de silencio y olvido, el que hoy se sepa y reconozca públicamente que España utilizó gases tóxicos en la guerra del Rif es hacer justicia a la verdad histórica. No sólo es preciso un reconocimiento público, sino también una condena”, declaró sin ambages. 

Precursora en los estudios del Rif, Madariaga abrió nuevas vías de investigación en la historia contemporánea de las relaciones, siempre convulsas, entre España y Marruecos. La revisión de la etapa colonial sigue despertando ampollas en ciertos sectores. “El estudio del colonialismo es todavía un asunto problemático”, admite Bernabé López. “Hay archivos militares que no son accesibles. Están censurados. Todos los temas relacionados con el Sáhara, por ejemplo, están imposibles. Y sigue habiendo temas tabú, como es el caso de Ceuta y Melilla”. 

Madariaga fue una incansable investigadora, que participó en innumerables debates y conferencias, y que puso el resultado de su trabajo académico al servicio de la verdad histórica, por muy incómoda que resultara. Sus indagaciones sobre el protectorado español fueron implacables. “El balance no puede ser más negativo”, manifestó a la agencia EFE en 2013. “Mantener aquel tinglado costó miles de vidas y millones de pesetas, solo para beneficio de unos pocos que hicieron allí su agosto y se enriquecieron gracias a negocios sucios como el estraperlo, los desfalcos y las corruptelas”. Con todo, la historiadora madrileña, fallecida el pasado 29 de junio a los 85 años, fue firme defensora de las relaciones de vecindad con Marruecos, basadas en el “requisito indispensable de la tolerancia y el respeto”. Y el propio rey de Marruecos, Mohammed VI, se lo reconoció hace escasos días en un mensaje público de condolencia, que elogiaba su “imparcialidad” y la distinguía como una de las “voces más autorizadas” en el estudio de las relaciones entre España y el país magrebí. 

La historiadora que puso el dedo en la llaga del colonialismo español en Marruecos
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