martes. 23.04.2024

La fascinación por la Alhambra y el arte andalusí han impulsado una descomunal obra de imitación en todo el mundo, cuya réplica más asombrosa es, sin lugar a dudas, el palacio levantado por un emir saudí en las afueras de Riad, tal como reveló la semana pasada EL CORREO DEL GOLFO. Pero no únicamente. En el siglo XIX alcanzó tal impacto que la arquitectura dejó en toda Latinoamérica y EEUU un sorprendente reguero de edificios de estilo andalusí, también denominado neoárabe. Hasta 170 ejemplos han sido catalogados por el catedrático de Historia del Arte Rodrigo Gutiérrez Viñuales, autor de una de las investigaciones más exhaustivas en la materia junto con un equipo coordinado bajo su dirección. 

La mayor concentración de réplicas del palacio nazarí y, en general, del arte andalusí se produce en la zona del Caribe, principalmente en Cuba, Puerto Rico y el norte de Colombia. La razón hay que buscarla en la frecuente formación de arquitectos caribeños en centros universitarios de EEUU. Porque fue precisamente a través de América del Norte por donde ingresó en el siglo XIX la moda anglosajona de emular el arte islámico de la península ibérica en un periodo en que creció de forma exponencial la atracción por todo lo exótico. 

Fuente de los Leones en la Casa de España de San Juan de Puerto Rico. (Rodrigo Gutiérrez Viñuales)
Fuente de los Leones en la Casa de España de San Juan de Puerto Rico. (Rodrigo Gutiérrez Viñuales)

Las revistas estadounidenses de arquitectura se plagaron de edificios de estilo neoárabe y su influencia se extendió no solo por el Caribe sino por todo el continente sudamericano, desde Perú a Argentina, Chile, Bolivia o Brasil. Muchos arquitectos se apuntaron a la moda romántica. Por ejemplo, el mexicano Eduardo Tamariz, que puso en pie numerosas construcciones neomoriscas en Puebla. O Adolfo Morales de los Ríos, nacido en Sevilla pero establecido en Río de Janeiro a finales del siglo XIX, donde dejó abundantes inmuebles de estilo andalusí. 

A todo el fenómeno de deslumbramiento por el palacio nazarí se le conoció en España como ‘alhambrismo’ y su propagación en toda Sudamérica fue colosal. Allí el término más común utilizado era ‘morisco’, ‘neomorisco’ o ‘neoárabe’. “El concepto va más allá de la Alhambra”, explica Gutiérrez Viñuales. Generalmente se nombraba Alhambra a cualquier edificio que integrara algún rasgo islámico. En ese epígrafe y bajo esa denominación se incluían también copias parciales de la Mezquita de Córdoba y la Giralda de Sevilla, los otros dos símbolos indiscutibles del arte islámico desarrollado en la península ibérica entre el siglo VIII y XV. El término, además, no identificaba exclusivamente al arte procedente de Al Andalus sino también a cualquier carácter oriental o islámico. 

A todo el fenómeno de deslumbramiento por el palacio nazarí se le conoció en España como ‘alhambrismo’ y su propagación en toda Sudamérica fue colosal

El profesor de origen argentino Rodrigo Gutiérrez Viñuales lleva estudiando el tema en la Universidad de Granada, en España, desde hace años. Y, en su opinión, la moda responde al “gusto por lo exótico” que se desató en todo el siglo XIX. El origen de muchas de estas obras arranca en las exposiciones universales, que se convirtieron en “laboratorios de arquitectura efímera”. Luego, poco a poco, fue adoptada en los centros urbanos ya como edificaciones estables. 

“Hay mucha arquitectura residencial y, en algún caso, institucional”, precisa el experto, autor de media docena de artículos sobre la materia, así como un libro monográfico fechado en 2017 y titulado ‘Alhambras. Arquitectura neoárabe en Latinoamérica’, escrito al alimón con Rafael López Guzmán. El rastro alhambrista es profuso y diverso, generalmente en fachadas, pero también en espacios de interior. Era habitual que en edificios neoclásicos se reservara una sala neoárabe, eminentemente masculina para fumadores y jugadores de billar. Abundaron los restaurantes y cines bajo el distintivo de Alhambra, aunque en muchos casos apenas incluyeran algún capitel nazarí. “Se convirtió en una marca. Pasó lo mismo con el estilo azteca, que incluía al arte inca y maya”, afirma Gutiérrez Viñuales

Casa Román en la colombiana Cartagena de Indias. (Rodrigo Gutiérrez Viñuales)
Casa Román en la colombiana Cartagena de Indias. (Rodrigo Gutiérrez Viñuales)

Uno de los casos más insólitos del también conocido como ‘moorish style’ lo constituye la réplica de la Giralda en Nueva York. A principios del siglo XX, la torre de imitación sevillana era una de las más altas de la ciudad, hasta que en la década de los veinte fue derribada finalmente y desapareció. Aunque hoy pocos la recuerdan, en internet quedan numerosos testimonios gráficos de su existencia. La de Nueva York no es la única Giralda emulada en América. El profesor de Historia del Arte Francisco Javier Recio identificó hasta una veintena de torres almohades, sobre todo en Estados Unidos. 

Las ciudades más prolíficas en arte neoárabe son La Habana, San Juan de Puerto Rico, Puebla y Río de Janeiro, según cómputo de Rodrigo Gutiérrez Viñuales. El Instituto Oswaldo Cruz, el Hotel Sevilla o el Mausoleo de la familia Acuña son algunos de los edificios más emblemáticos. “Es muy difícil definir cuáles son los más significativos. Hay ejemplos muy buenos, como el Palacio de Acisclo del Valle, en Cienfuegos. Que es excelente”, asegura el catedrático.

Residencia de la familia Paz Chaín en Salta, Argentina. (Rodrigo Gutiérrez Viñuales)
Residencia de la familia Paz Chaín en Salta, Argentina. (Rodrigo Gutiérrez Viñuales)

La Fuente de los Leones, el símbolo más universal de la Alhambra de Granada, también ha sido objeto de réplicas por todo el territorio latinoamericano. La primera que se levantó data de 1862 y fue construida en la Sociedad de Bellas Artes de Santiago de Chile. También hay alguna de carácter popular en Camagüey y otras en San Juan de Puerto Rico. Justamente allí, en la Casa de España, fue construida una copia con dos platos, en lugar de uno como la auténtica de Granada. Muchas de las copias de la Fuente de los Leones se fabricaban en Granada, Sevilla o Córdoba y luego eran transportadas a Latinoamérica. “Solían venir los arquitectos a España para comprar los elementos”, señala Gutiérrez Viñuales. En otras ocasiones se mandaban desde aquí por partes y en Sudamérica se reconstruían. 

El profesor Viñuales se interesó por el alhambrismo nada más establecerse en Granada hace ya 30 años. Luego, en sus numerosos viajes por Latinoamérica, fue tomando nota de cada edificio y registrándolos gráficamente. Internet también le sirvió de ayuda para localizarlos hasta completar un sorprendente catálogo de arte andalusí en tierras americanas. El suyo es, sin duda, el trabajo más documentado de una fascinación por el arte andalusí que ya dura casi dos siglos.

La luz de la Alhambra ilumina América
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