viernes. 19.04.2024

A Waleed Saleh lo interceptaron dos hombres cuando salía de la Universidad de Bagdad. Uno de ellos sacó una placa de policía y le conminó a que lo acompañaran. Detuvieron un taxi, se sentaron en la parte trasera a cada lado y dirigieron el vehículo hacia una casa unifamiliar sin distintivo oficial alguno. En el interior había varias personas, todas vestidas de civil, y lo sometieron a un breve interrogatorio. Le bloquearon las manos con unas esposas. Lo volvieron a introducir en un coche y lo llevaron a su casa. Los tipos registraron la vivienda y extrajeron panfletos y propaganda de una organización política clandestina en la que militaba el joven estudiante. Poco después supo que aquellos individuos eran miembros de la Seguridad Nacional y participaban en una amplia operación para desmantelar una red opositora con ramificaciones en gran parte del país. 

Waleed Saleh (Mandali, Irak, 1951) estudiaba segundo curso en la Facultad de Educación, especialidad en Filología Árabe. Años 70. Irak ya vivía sometido al yugo del ultranacionalista partido Baaz, que no se andaba con bromas para segar de raíz cualquier signo de discrepancia. Un joven militar llamado Sadam Hussein ya ocupaba la vicepresidencia del Gobierno. Después del registro de su vivienda, Saleh fue conducido hasta la Dirección General de la Seguridad del Estado. Un búnker del que pocos salían con vida. Allí fue torturado y vejado durante tres meses. Lo obligaron a firmar un escrito aceptando todas las imputaciones. Naturalmente sin asistencia letrada ni procedimiento judicial alguno. “Vi a muchos amigos y compañeros detenidos durante esas semanas”, asegura en conversación telefónica desde Madrid. 

A los tres meses fue puesto en libertad. Vigilada, por supuesto. Otros muchos nunca abandonaron aquel siniestro edificio por sus propios pies. Le retiraron el pasaporte, le prohibieron abandonar el país y su nombre figuraba en todos los puestos fronterizos. Fue detenido muchas más veces. Y la policía no le quitaba el ojo de encima. En 1978, y luego de algunas peripecias dignas de un ‘thriller’ negro, logró aterrizar en Marruecos. Allí montó un centro educativo privado. Las cosas parecían circular razonablemente bien hasta que se volvieron a torcer. El padre de su novia era juez y desaprobaba su relación. Consiguió una orden de expulsión y en ocho días Waleed Saleh tuvo que abandonar el país magrebí. Llegó a Madrid en 1984, con apenas 2.000 dólares prestados, sin saber una palabra de español y otra vida por reconstruir desde cero. 

Waleed Saleh es hoy es doctor en Estudios Árabes e Islámicos y profesor honorífico en la Universidad Autónoma de Madrid

Hoy es doctor en Estudios Árabes e Islámicos y profesor honorífico en la Universidad Autónoma de Madrid. En todos estos largos años, ha logrado cimentar una prolífica trayectoria académica. Experto en teatro árabe, ha sido traductor de Gabriel García Márquez, ha publicado media docena de manuales de didáctica y ha profundizado en el estudio del islam político, la sociología y el feminismo islámico, cuya obra acaba de publicar esta primavera. Para llegar hasta aquí ha trabajado duro. Estudió español en la Escuela de Idiomas y se licenció en Filología Hispánica en la Universidad de Valencia. “Me interesaba muchísimo conocer la lengua española a fondo para introducirme en su literatura”, argumenta. 

Del Nobel colombiano tradujo dos obras al árabe, ‘Del amor y otros demonios’ y ‘Doce cuentos peregrinos’, por encargo de una editorial jordana. No fue una perita en dulce. Los libros estaban sembrados de términos sudamericanos que el traductor iraquí no conocía. Ahora está a punto de publicar una colección de cuentos de autores españoles, entre ellos Vázquez Montalbán y Martín Gaite. También ha trabajado en la versión española de algunas obras de teatro árabe, su gran pasión académica. 

El ensayo es otro de los territorios sobre los que ha desplegado su talento investigador. Los atentados del 11-S convulsionaron al planeta y lanzaron enormes interrogantes sobre el emergente fenómeno del integrismo islámico. Waleed Saleh quiso aportar su reflexión personal. “Me di cuenta de que había una carencia importante de análisis en el ámbito del islam político”, sostiene. En ese marco de estudio, publicó ‘El ala radical del islam’ y ‘Librepensamiento e islam’, ambos muy críticos con las nefastas consecuencias del fundamentalismo violento. También examinó cuestiones de interés sociocultural en ‘Amor, sexualidad y matrimonio en el islam’. 

"La violencia de determinados grupos en países de mayoría musulmana ha influido muy negativamente en la percepción que se tiene en Europa del islam"

“La percepción del mundo árabe en Europa no es muy positiva. Basta con mirar los medios de comunicación. La violencia de determinados grupos en países de mayoría musulmana ha influido muy negativamente en esta percepción. Es cierto que son grupos limitados y minoritarios”, admite al otro lado del teléfono. En su opinión, la proliferación de sistemas dictatoriales y el retorno a un “islam radical” en algunos países no ha contribuido a difundir una imagen más amable del espacio árabe. Waleed Saleh alberga la esperanza de que se produzcan cambios profundos en el Magreb y Oriente Medio. Pero no a corto plazo. “No soy optimista. La gente está harta. Sobre todo, los jóvenes. Hay rebeldía y rabia frente a sistemas dictatoriales y retrógrados anclados en el pasado. En Irán o en Arabia Saudí no se permite que la mujer pueda tener una vida normal en el ámbito público. O los talibanes en Afganistán. Cuando estudiaba en la Universidad de Bagdad, pese a la dictadura, había cierta libertad hacia las minorías. Y la mujer estaba mucho mejor entonces que después de la invasión de 2003”. 

Waleed Saleh no ha vuelto a poner un pie en Irak desde 1978. Las noticias que le llegan de su país son dramáticas. Un Estado fallido, mortificado por la violencia y fragmentado por la guerra sectaria. Una sombra del Irak que conoció. En el pueblo donde creció, Mandali, ubicado en la frontera con Irán, convivían sunníes, chiíes, kurdos, cristianos y turcomanes. De hecho, en los años setenta y ochenta nadie conocía la confesión a la que pertenecía su vecino. “Yo vengo de una familia mixta. Mi madre era chií y mi padre sunní. Mis hermanos estaban casados con personas de distintas confesiones y ni siquiera lo sabían. No se hablaba de eso”, explica Saleh. 

Todo saltó por los aires tras la invasión de EE.UU. “Fomentaron el carácter confesional de la población”, lamenta. Y añade: “Sadam era un dictador siniestro, pero no era sectario. Si tenía alguna virtud, era esa. El sectarismo se instaló en 2003 y, sobre todo, en 2006, cuando hubo una guerra civil terrible. Miles de personas murieron y se rompió el tejido social. Hubo sangre entre vecinos y familiares. Y eso es muy difícil arreglarlo”. Parte de la sanidad y la educación quedó reducida a cenizas. El traductor iraquí aporta un dato: “Desde 2003 han huido más de 23.000 médicos de Irak”. Los facultativos que quedan viven amedrentados por la frecuente violencia gremial. “Si pasa algo en un hospital con un paciente, las familias culpan a los médicos”. Cada uno se toma la justicia por su mano en medio de un estado de inseguridad crónica. 

Desde 2003 han huido más de 23.000 médicos de Irak

Han vuelto a resurgir los vínculos tribales, diluidos durante décadas por orden del partido Baaz. “Y si no perteneces a una tribu, estás perdido. No tienes quien te defienda. Los problemas son resueltos por los jeques de las tribus, no por los jueces”, relata apesadumbrado. Pone un ejemplo personal. “Un sobrino mío tuvo un accidente de tráfico. Atropelló a un hombre de forma fortuita y murió. ¿Solución? Negociar con la tribu el pago de 30.000 dólares y marcharse de casa. Si no, te matan. Puedo contar mil cosas terribles. Secuestros, asesinatos. Mi hermano no sale de casa”. 

No puede decirse que Waleed Saleh mire con optimismo el futuro del país que le vio nacer. Huyó hace 44 años de las garras de la dictadura baazista y ha logrado restañar sus heridas sumergido en el universo de los libros. Que es como volver a nacer. 

“Tiene que haber cambios en el mundo árabe”
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