jueves. 28.03.2024

El juez musulmán Ali Ben Zyad al Kuti tuvo que abandonar Toledo en julio de 1467. La revuelta conocida como Fuegos de la Magdalena incendió las relaciones entre las tres comunidades monoteístas que cohabitaban en razonable armonía en la ciudad. Muchos fueron ajusticiados y otros tantos conminados a abandonar sus casas. Al Kuti tomó el camino del exilio acompañado de su familia y puso rumbo a Oriente Medio. Su diario da cuenta de que transitó por Jerusalén, Damasco, Bagdad y la Meca, para acabar instalado en Tombuctú.

Todo su periplo quedó perfectamente anotado en su cuaderno de viaje. No solo el suyo. También sus descendientes hasta el siglo XIX dejaron constancia de sus biografías con todo detalle. Ese formidable tesoro documental constituye un testimonio impagable de la memoria de los exiliados andalusíes. Cuarenta años después, el 14 de febrero de 1502, y una vez conquistado el Reino de Granada, los Reyes Católicos decretaron la conversión forzosa al cristianismo de todos los musulmanes. Y en 1610, los moriscos fueron definitivamente expatriados de España por orden de Felipe III. Más de 300.000 musulmanes conversos tuvieron que abandonar su país para refugiarse en el norte de África. Numerosas de aquellas familias diseminadas por Marruecos, Argelia, Libia y Túnez aún conservan su conciencia identitaria cinco siglos después.

Es el caso de Ismael Diadié, descendiente del juez toledano que jamás pudo regresar a tierras españolas. Al otro lado del teléfono, su castellano suena cristalino. Desde 2012 vive en Granada y es custodio de una inestimable biblioteca compuesta por 12.714 manuscritos conservados por su familia desde el siglo XII. Es el famoso Fondo Kati, el más importante archivo andalusí del que se tiene noticia. El apellido Kuti es el gentilicio que identifica a los godos islamizados. Es decir: sus antepasados originarios preceden incluso a la conquista árabe de la península ibérica en el año 711. La de los Kuti es la biografía de una familia de musulmanes deportados antes de la pragmática de conversión obligatoria que buscaba la unificación religiosa de la península ibérica.

Ismael Diadié. “Tenemos documentos notariales que certifican nuestra identidad”

Solo en Mali hay actualmente una comunidad de origen andalusí cifrada en 4.949 personas, según un censo efectuado por la Junta de Andalucía en 2006, tal como informa Ismael Diadié. “Tenemos documentos notariales que certifican nuestra identidad”, sostiene el responsable del Fondo Kati. Lo cierto es que la familia de Diadié recibió en 2014 la Medalla de Oro de la ciudad de Toledo de manos del entonces alcalde Emilio García Page, hoy presidente de Castilla la Mancha.

La suya es una historia paradigmática de la diáspora andalusí y morisca. “Nos gustaría tener un reconocimiento jurídico en España como lo tiene la comunidad sefardí”, reclama Ismael Diadié. A los judíos españoles, expulsados por los Reyes Católicos en 1492, el código civil ya les otorga un tratamiento preferente por su especial arraigo histórico. El artículo 22 les reconoce la nacionalidad española siempre y cuando hayan residido en la península durante dos años, mientras que a cualquier otro ciudadano se le es reclamada hasta 10 años de estancia. Los sefardíes son equiparados a nacionales de países iberoamericanos, Filipinas, Guinea Ecuatorial, Portugal o Andorra. Todos ellos antiguas colonias españolas o estados de especial vínculo filial con España.

Este singular reconocimiento jurídico a los judíos españoles fue ampliado en 2015.  Ese año, el Gobierno de Mariano Rajoy promulgó una ley que concedía a los sefardíes la nacionalidad española por el procedimiento de “carta de naturaleza”. De tal forma, que no tenían que renunciar a su nacionalidad de origen ni observar la obligación de residir en España con carácter previo. La decisión comportaba una profunda significación histórica. De alguna manera, restituía un agravio centenario con la comunidad judía española, injustamente expulsada de sus casas y sus pueblos por el simple hecho de no ser católicos, y la reconocía, cinco siglos más tarde, como parte constitutiva de la nación hispana.

En el norte de África existen familias de ascendencia andalusí y morisca que aún guardan las llaves de sus casas en España

Justamente eso es lo que piden los moriscos y andalusíes. Su situación es gemela a la de los sefardíes. Obligados a convertirse al cristianismo por el nuevo orden inquisitorial y deportados de su tierra en el siglo XVII. “Yo desafío a cualquier familia sefardí a acreditar su origen con documentos de cinco siglos como nosotros. No lo critico ni lo quiero comparar. Solo deseo llamar la atención de las instituciones españolas sobre esta injusticia”, subraya Ismael Diadié.

En el norte de África existen familias de ascendencia andalusí y morisca que aún guardan las llaves de sus casas en España. Resulta imposible cuantificar el número de descendientes españoles. ¿Miles? ¿Decenas de miles? Algunos han logrado agruparse en asociaciones con entidad propia. En la localidad tunecina de Testur, por ejemplo, la conciencia andalusí está muy viva. Y en Marruecos han cristalizado grupos que reclaman su identidad morisca. Es el caso de la Fundación Memoria de los Andalusíes, con sede en Rabat. En octubre pasado, esta organización mandó una carta al presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, para solicitar el “reconocimiento jurídico y simbólico a los descendientes de moriscos andalusíes en los mismos términos que sefardíes y demás comunidades con vínculos históricos con España”.

La misiva, firmada por Mohammed Najib Loubaris, apela a los lazos inmemoriales de pertenencia de los moriscos españoles. Aplaude la decisión del Gobierno de reconocer a la comunidad sefardí como parte esencial de la identidad hispana y solicita igual trato para la diáspora andalusí.  “La Fundación expresa públicamente su satisfacción por este gesto de reconciliación del país con su historia”, señala literalmente la carta enviada a Pedro Sánchez. Pero, al tiempo, manifiesta su “consternación al comprobar cómo una vez más la memoria de los moriscos andalusíes era excluida de la nueva legislación y de la memoria colectiva española, a pesar de que también fueron expulsados por las mismas razones un siglo después”. Loubaris tiene razones poderosas para enfatizar su vínculo con España: su propio apellido es la evolución lingüística de Olivares, el municipio sevillano.

Antonio Manuel Rodríguez: “¿Por qué Ismael Diadié no puede tener la nacionalidad española si vive aquí desde hace mucho tiempo y sí un judío sefardí que no ha pisado España nunca?”

No es una reivindicación nueva. Diversos activistas y movimientos ciudadanos ya han puesto en marcha en el pasado campañas que reclaman el reconocimiento jurídico de los moriscos y su equiparación con la comunidad sefardí. Antonio Manuel Rodríguez, profesor de Derecho Civil de la Universidad de Córdoba, lleva años demandando cambios en la legislación española. “El hecho de que el código civil diera entrada a los moriscos sería toda una revolución”, argumenta. El escritor y jurista es consciente de las limitaciones prácticas de la medida, debido a las dificultades probatorias que los moriscos y andalusíes afrontarían. Pero tendría un enorme calado simbólico. “Por primera vez se reconocería a los moriscos como parte de nuestra identidad histórica”, puntualiza.

Y sería también, a su juicio, la reposición de un derecho. “Hay casos sangrantes”, lamenta. Se refiere, por ejemplo, a situaciones como la de Ismael Diadié. Un descendiente andalusí que tiene sobradamente constatado su origen familiar y que reside en España desde hace un buen puñado de años. “¿Por qué no puede tener la nacionalidad española si vive aquí desde hace mucho tiempo y sí un judío sefardí que no ha pisado España nunca?”.  Antonio Manuel Rodríguez es partidario de abrir una oficina de acreditación con capacidad de verificar un censo de moriscos andalusíes razonablemente fiable. También es consciente de que cifrar con exactitud el número de descendientes hispanos “es hoy imposible”.

El jurista cordobés ya fue uno de los promotores de una iniciativa para solicitar la concesión del Premio Príncipe de Asturias de la Concordia a la comunidad morisca en 2010. Aquella acción contó con la rúbrica de cientos de personalidades de la cultura como Amín Maaluf, José Saramago, Bernard Vicent, Márquez Villanueva o Enrique Morente y tuvo su momento culminante en un emocionante acto ciudadano que unió con una cadena humana la Mezquita de Córdoba con la Sinagoga. El esfuerzo resultó baldío. El galardón recayó ese año en Manos Unidas.

Enrique Soria: “Es imposible que esta gente pueda probar documentalmente su ascendencia. Las fuentes escritas son muy malas”

La acreditación de las familias moriscas sería un reto de enorme dificultad. Así lo sostiene también Enrique Soria, uno de los mayores expertos españoles en historia de los conversos. “Es imposible que esta gente pueda probar documentalmente su ascendencia. Las fuentes escritas son muy malas”, asegura. El profesor de Historia Moderna de la Universidad de Córdoba sabe de lo que habla. Se ha dejado media vida investigando en los archivos y es titular de una dilatada producción historiográfica. “La mayoría de los moriscos camuflaron sus apellidos y adoptaron nombres castellanos para evitar la Inquisición”, matiza. “Y cuando son expulsados y llegan a Túnez o a Marruecos recuperan su nombre musulmán”.

Miles de moriscos se quedaron en Granada o Valencia pese a la deportación ordenada a principios del siglo XVII. “Yo he estudiado a muchos que mantuvieron su identidad cultural incluso hasta el XIX. Y he investigado a un grupo de unos 300 que cayeron en manos de la Inquisición en Granada en 1727. Muchos eran gente de la nobleza. Cuando salieron de la cárcel, huyeron a Estambul para recuperar nuevamente su identidad musulmana”. Algunos otros recalaron en Marruecos, Argelia y Túnez. Y en Salé, junto a Rabat, fundaron una república, explica Enrique Soria. El sultán les encomendó poco después la conquista de Tombuctú, donde acabaron estableciéndose durante generaciones. La misma ciudad desde la que hoy cientos de andalusíes sueñan con Toledo cinco siglos después.

Los moriscos sueñan con Toledo cinco siglos después
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