domingo. 28.04.2024

Siete días en el paraíso

La travesía de Camins Vius recorre a pie más de 120 kilómetros y 6.500 metros de desnivel a través del Pirineo catalán (España). Se trata de un desafío altamente exigente a cambio de una formidable recompensa de paz, belleza, aire puro y una exuberante naturaleza de bosques y valles majestuosos

Parque Nacional de Aigüestortes, desde el collado de Dellui
Parque Nacional de Aigüestortes, desde el collado de Dellui

Una travesía a pie es un proyecto comunitario y un viaje iniciático. Mucho más si el territorio elegido es la soberbia cordillera de los Pirineos, la frontera natural que separa España y Francia. A lo largo de sus 491 kilómetros de este a oeste, el colosal sistema montañoso esconde los pliegues orográficos más espléndidos, frondosos y escarpados de toda la Península Ibérica. En los últimos años han proliferado circuitos para senderistas de varios días, que incluyen alojamiento en refugios, cena, desayuno y tracks por GPS para seguir la ruta con la mayor seguridad posible.

El Parque Nacional de Aigüestortes, en el Pirineo catalán, ofrece una fantástica travesía, la de Camins Vius, que atraviesa viejos senderos de alta montaña en siete etapas. No es una propuesta para novatos. La longitud, las duras pendientes y la dificultad del terreno limitan su acceso a montañeros con cierta experiencia. Abstenerse los incautos. Todo lo que necesita un caminante para aceptar este reto es capacidad de resistencia, un GPS fiable y un innegociable sentido práctico para reducir el equipaje de toda una semana en una mochila mediana.

La travesía arranca en Vielha, capital del Valle de Arán, un apacible pueblo de 5.000 habitantes, que vive del turismo de invierno. En verano, que es la estación idónea para realizar el circuito montañero, la afluencia de visitantes desciende considerablemente. Aquí el estío se desenvuelve en un clima suave, a salvo de la canícula asfixiante del resto de España y bajo temperaturas que rara vez superan los 25 grados.

El enclave se encuentra a 974 metros sobre el nivel del mar, el punto más bajo de toda nuestra andadura, que alcanzará cotas de casi 2.700 metros. Ya la naturaleza en Vielha exhibe su verdor desbordante y su mayúscula orografía, atravesada de barrancos y surtidores de agua que, en pleno julio, muestran un vigor inimaginable en cualquier otra latitud de la Península ibérica. Toda la travesía transcurre por este espectáculo inagotable de frescura y vida.

Parque Nacional de Aigüestortes, en el Pirineo catalán (España)
Parque Nacional de Aigüestortes, en el Pirineo catalán (España)

En la mochila nunca debe faltar agua abundante, comida, fruta y protección solar. Aunque las temperaturas no son elevadas y parte del trayecto se hace a la sombra del bosque, la exposición al sol se prolonga a lo largo de ocho, nueve o diez horas y es conveniente tomar precauciones. En esta época del año, se puede (y se debe) caminar con pantalón corto, aunque a la espalda llevemos prendas ligeras de abrigo e, incluso, impermeables para hacer frente a cualquier contingencia climatológica.

Casi todo el sendero está convenientemente señalizado, bien con hitos amarillos que indican una ruta local o por medio de indicadores rojiblancos que anuncian trayectos de gran recorrido o GR. Nosotros llevaremos el track descargado en el GPS o el móvil, aunque en algunos tramos difiere sensiblemente del camino marcado.

La travesía está salpicada de pequeñas localidades de montaña, enmarcadas en el verde hegemónico y tocadas por su hermosa arquitectura pirenaica de tejados a dos aguas y piedra. Pero ojo: desechemos la idea de un plácido paseo fluvial. La ruta pronto remonta la ladera de un monte en busca del collado que nos abra paso al siguiente valle. Y hablamos de pendientes acusadas que trepan por el bosque generalmente en forma de zigzag y cuyo ascenso puede prolongarse por espacio de una, dos o tres horas. Es aquí donde ponemos a prueba nuestra capacidad de sufrimiento, que se multiplica de forma exponencial conforme pasan los días.

Los ascensos son particularmente duros, pero también sorprendentes. A medida que ganamos altura, los valles se nos muestran en todo su esplendor y el imperio cósmico de la alta montaña cobra su verdadera dimensión. El esfuerzo merece la pena. Arriba el planeta regresa al origen de los tiempos y un silencio atronador nos recuerda que apenas somos un trozo de nada en medio del universo. Al otro lado del collado, se despliega un nuevo valle, una pedrera imposible, un barranco agreste o un prado pirenaico en calma absoluta.

Subida al refugio de la Colomina, en el Parque Nacional de Aigüestortes
Subida al refugio de la Colomina, en el Parque Nacional de Aigüestortes

La travesía hace parada en Baqueira Beret, la estación de esquí más exclusiva de toda España, donde aristócratas y personajes del papel couché se alojan en invierno. En verano, el enclave tiene poco interés, más allá de los precios prohibitivos y los remontes fantasmales de esquí. Nada que ver con el primer refugio de la segunda jornada escondido en el abetal más sobresaliente del sur de Europa.

Los refugios son otra cosa. El espíritu de la montaña anida con plenitud en los refugios. Aquí la vida comunitaria y el viaje iniciático del que le hablábamos al principio recuperan todo su sentido. Las instalaciones suelen ser precarias, los baños manifiestamente mejorables, el dormitorio en literas asfixiante, la pila para lavar cutre, el tendedero de la ropa improvisado y la comida de cuartel. De acuerdo. Pero su delicioso ambiente montañero compensa sobradamente todas las incomodidades. El de Gerdar, además, es un refugio razonablemente agradable y sus gestores serviciales. Después de una ducha reparadora, una cerveza fresca en la terraza a la caída de la tarde sabe a gloria.

La travesía de Camins Vius pernocta en dos refugios. El resto son hoteles de montaña de pueblos pequeños pirenaicos. El segundo refugio es la Colomina, ubicado a los pies de un lago de alta montaña a 2.400 metros de altura. La ruta para coronar el refugio es particularmente exigente. Quizás la más exigente de todo el recorrido, con más de 1.500 metros de desnivel positivo. Parte de Espot y remonta una estrecha cañada vertical regada por un arroyo tumultuoso que desciende violento y bellísimo. Los primeros cuatro kilómetros nos dejan sin resuello. Poco antes del mediodía, se accede al refugio de Josep Maria Blanc, situado en un paraje excepcional sobre un lago azul de alta montaña. Estamos ante uno de los refugios más hermosos del Pirineo. Es el momento para mitigar el cansancio y la sed con una cerveza helada en la terraza trasera del casetón de madera. La felicidad debe ser algo parecido a esto.

Camino de Baqueira Beret, en el Valle de Arán
Camino de Baqueira Beret, en el Valle de Arán

Hasta coronar el refugio de la Colomina aún quedan cuatro duras horas de subida y un camino pedregoso. En el Pirineo, los bosques remiten en la cota de 1.600 o 1.700 metros. A partir de ahí, el paisaje se torna lunar y quebrado. Las pedreras abundan y los tobillos se resienten ante la ausencia de un sendero reconocible. Poco antes de avistar la Colomina, ascendemos a un collado rocoso que marca la cota más alta de la travesía: poco menos de 2.700 metros de altitud. El descenso resulta vertiginoso por una informe escalera de piedra que debemos bajar con precaución. Otro lago de montaña, que aquí denominan “estany”, nos anuncia que estamos cerca del refugio.

En Boí, al día siguiente, podremos visitar su extraordinario templo románico, cuyos murales policromados descansan en el Museo Nacional de Arte de Cataluña. Su pequeña y armoniosa iglesia de piedra es uno de los ejemplos más reseñables de la arquitectura románica del Pirineo que abunda en todos estos valles profundos. La próxima parada, Aneto, es el único enclave en territorio aragonés. Si se alojan en Casa Moliné y Mario tiene un buen día (que lo tendrá), podrán refrescarse en su coqueta terraza con vino tinto y cerveza para celebrar la fortuna de haber vivido una magnífica travesía, que ya está a punto de culminar.

La última etapa es excesivamente larga. Y es recomendable ahorrarse los primeros diez kilómetros de pista y carretera (vía taxi) para empezar la ruta en el túnel de Vielha. No es mala idea. Lo que nos queda no es poca cosa. El sendero trepa por otro valle monumental hasta coronar un collado glorioso, que se derrama imperial en dirección al pueblo del que partimos siete días antes. Vielha se ve diminuta al fondo. Hacía allí nos dirigimos paso a paso para respirar emocionados las últimas horas del paraíso.

Siete días en el paraíso
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